La televisión tiene miles de millones de espectadores a nivel mundial. Cada ciudadano es lo que consume, incluso a nivel audiovisual.

De manera sarcástica, el humorista estadounidense Groucho Marx decía que la televisión era muy educativa, pues cada vez que la encendía se iba al cuarto a leer un libro.        
Así decía el comediante haciendo una hipérbole de que en la tele no había nada bueno ni interesante. Lo contrario de esta opinión es venerar todo lo que sale por “la pantalla chica” y asociar la lectura de cualquier texto como una pérdida de neuronas y tiempo.   
Pero los que han llegado a consumir de manera crítica los productos audiovisuales llegan a una sabia conclusión: ni apocalíptico ni integrado, aquella dicotomía empleada por el especialista italiano en semiótica, Umberto Eco.            
Esa, precisamente, es la postura que defiende ante el hecho televisivo el profesor y sociólogo argentino Ezequiel Ander-Egg, en su libro Teleadictos y vidiotas en la aldea planetaria I. ¿Qué hace la televisión con nosotros?    

 Con una amplia experiencia como conferencista, el autor seleccionó frases expresadas por los críticos de la televisión: “Es una forma de anestesiar la inteligencia”… “Idiotiza, enajena y alucina”… “Está condenada a quedarse en la futilidad”… “Es una fuente de ansiedades”… “Un imán pernicioso”.      
Estas y otras opiniones incorporó Ander-Egg en su obra editada por la editorial argentina Lumen-Hvmanitas. Los criterios opuestos a aquellos son de este estilo: “Por la televisión se puede adquirir una conciencia universal y planetaria”… “Ayuda a la modernización de la sociedad”… “Es el maná espiritual y cultural de nuestra época”.            

Después de analizar las posturas extremas, el intelectual con vasta experiencia en el trabajo social, concluye salomónicamente que frente a lo que nos ofrece la televisión, cada uno de nosotros debe desechar lo que aliena y estupidiza, aprovechar lo que sirve para nuestro propio desarrollo como personas.        
Hay tres tipos de efectos que, según el escritor, genera la televisión: el efecto impacto del mensaje, cuando se logra lo que el emisor desea. El efecto boomerang, cuando el telespectador hace una decodificación aberrante y se alcanza todo lo contrario a los propósitos perseguidos.   
Para explicar en qué consiste el tercero de esos efectos, el imprevisto o indeseable, Ander-Egg ejemplificó con la aparición del color “en la pequeña pantalla” en el contexto de la contienda de Estados Unidos en Viet Nam.

Al respecto, abundó:  “La gente sintió la crueldad de la guerra de una manera más viva, cuando veía las manchas de sangre y lodo en los soldados de su país. Esto incidió fuertemente en el creciente rechazo a la guerra por parte de la opinión pública norteamericana y provocó un desánimo en cadena que condujo al final de la contienda”.
A raíz de eso, durante la conflagración del Golfo en 1991, se tomaron las precauciones para evitar algún efecto de esa índole. De tal manera, afirma el educador, se prohibió a la televisión que mostrase cadáveres y se utilizó una terminología neutra como misiones de ablandamiento, efectos colaterales, bombas inteligentes, cazas invisibles, operaciones quirúrgicas, etcétera.
El propio Ander-Egg sostiene que tales consideraciones sobre los efectos de la televisión pueden prestarse a reduccionismos mecanicistas, a generalizaciones extremadamente vagas o a simplificaciones.     
En tal sentido, precisa que no hay efectos directos de la televisión sobre las actitudes y comportamientos, sino que existen mediaciones y circunstancias ambientales que condicionan y “filtran” esas influencias, y en otros casos las refuerzan.    
Así como se advierten varios efectos producidos por la tele, también existen diversos grupos de espectadores que el autor agrupa en los que la consumen para descansar y distraerse; hacer catarsis, escapar o evadir; relajar frente al estrés o para huir del aburrimiento.            
En el otro grupo ubica a quienes buscan información, noticias, poseen un interés científico o cultural y procuran información técnica.  
“Cuando se ve la televisión por escapismo o evasión, hay más posibilidades de ser adicto a la televisión, que si esta se ve con el propósito de informarse”, opinó.   
Pudiera ser que usted discrepe del juicio de Ander-Egg, pero sin duda alguna su punto de vista está muy bien argumentado.           

* Máster en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de La Habana.  

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