De todo como en botica, tiene LCB: la otra guerra (II). Mi memoria busca alguna trama en la que el racismo furibundo se haya dado entre personas capaces de morir por la Revolución y no la recuerdo, quizás ha existido, pero no  viene a mi mente.

El guajiro Valentín (Hilario Peña) y el miliciano citadino Nene (Jorge Enrique Caballero), en un duelo entre padre y pretendiente, en el que brillan los actores  en sus personajes, nos muestran como un hombre puede defender a su país y no admitir que su hija sea novia de un joven, revolucionario, inteligente y audaz pero…negro.

No me cansaré de decir que esas escenas como otras de La otra guerra, verosímiles totalmente, se alcanzan cuando el audiovisual se levanta sobre un guion sin fisuras. Eduardo Vazquez ha demostrado con creces que escribiendo de y sobre Historia es un excelente guionista (La isla y el tiempo, Lo real maravilloso, Dos ríos, el enigma, Duaba, la odisea de honor y LCB La otra guerra I).

En este caso de los veinte guiones, cinco corresponden a Alberto Luberta, que resultó enamorado por la pasión de Eduardo sobre los hechos del Escambray, episodio de nuestra historia a la que estuvo dedicada la temporada de la serie que se transmitió en el 2017,  primera parte  de la  que disfrutamos actualmente,   cada domingo por Cubavision.

En esta propuesta se trata de la lucha contra bandidos en Matanzas.  Veinte capítulos de 45 minutos cada uno, que nos han sumergido en  una historia poco conocida: el bandidismo esa provincia occidental, en la que  se narran hechos ocurridos entre  enero y mayo de 1963.

Todos parten de sucesos reales, pero lógicamente tienen el ingrediente de la ficción porque, a veces, varios asesinatos se unieron en una escena, pero de todas formas es muy bueno conocer de las 46 bandas que se formaron con más 800 alzados desde  1959 hasta 1965.

Si singular me resulta el tratamiento del racismo, no menos importante es el desgarramiento de “el miliciano Isaac (Andro Díaz), una creación de los guionistas, basado en tragedias semejantes sufridas en la Cuba de esos años. Quizás la más conocida es la de la familia Tartabull, que vivía en Cumanayagua. José Esteban Tartabull, murió como miliciano en una acción contra los alzados. Su hermano Javier era oficial de la LCB y su otro hermano, Evangelino era miliciano. Pero, el otro, Rigoberto Tartabull fue jefe de una banda” explicó Eduardo en su texto “La Historia detrás de la historia: Conexión entre realidad y ficción en la serie LCB. La otra guerra”, publicado en Cubadebate.

Resulta importante porque entonces y ahora es muy duro para algunas familias cubanas que unos integrantes defiendan a la Revolución, y otros la ataquen.

En novelas históricas “cliché” los traidores son erróneamente personas desagradables, no se piensa en que un traidor para hacer bien su papel tiene que parecer un “buena gente”, como lo logra Alain Aranda con esa cara de niño bueno, que ha propiciado la muerte de decenas de combatientes y de campesinos.

Las actuaciones ¿qué decir?. desde Gallo (Fernando Hechevarría), Mongo (Osvaldo Doimeadios), Jorge Martinez, Felo (Jorge Treto) Cloro (Johann Ramos), El Elegante (Luis Carrere), el gordo Yeyo (Rolando Rodríguez), El Poeta (Enrique Bueno), el agente Guayacol (Carlos Gonzalvo)  y Pachanga (Pedro Antonio Martínez ) entre otros actores, muestran una coherencia en su desempeño.

De las actrices, por ejemplo, Daliana González, Daysi Quintana, Betty Viñas, Keny Cobo, Gabriela Ramírez y Jennifer de Armasdan en el punto justo de guajiras, unas revolucionarias y otras contra.

Si existiera un buen guion con buenas actuaciones nada más, La otra guerra no fuera lo que es: un audiovisual muy bien realizado que tiene  excelentes fotografía (Alexander Escobar), música,  (Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galbán), diseño de la banda sonora (Alejandro Padrón), sonido directo (Maykell Alfonso), edición ( DayronVegaz),  dirección de arte ( Niels del Rosario) y asesoría de dramaturgia (Margarita Ruiz). Y por supuesto, una producción que garantizó lo indispensable  a cargo de Tony Angulo.

El guion se logró de esa manera por la intervención, ofreciendo datos, vivencias,  de los oficiales retirados de la Departamento de Seguridad del Estado, José Luis García y Juan González,   de Humberto Rodríguez, director del Museo de Jagüey Grande;  de Rodolfo Ortega, Teniente Coronel del MININT todavía en activo, y los asesores históricos  Pedro Etcheverry y Luis Rodríguez.

Y (repito) si existieran todos los elementos anteriores y La otra guerra no hubiera contado con una dirección general capaz, no existiría un audiovisual como el que disfrutamos. Ese mérito es de Roly Peña y de Miguel Sosa.

Eduardo me dijo hace un tiempo en una entrevista: “Hay algo  importante que no he visto reflejado en las informaciones publicadas por la prensa: el papel de la FAR para la producción del serial. Sin su aporte no se estaría terminando de grabar. Honrar honra.” Y en su texto citado  razonó “Las opiniones de los televidentes y la valoración de la crítica nos satisfacen. Pero, ¿por qué la prensa (plana, radial, televisiva) y los centros educacionales, no se han servido de ese material? No para hablar del serial, sino utilizarlo como motivación. Los periodistas para realizar trabajos testimoniales o históricos; la educación, para acercar a los jóvenes a esa época terrible que vivieron sus abuelos. La divulgación de la historia nacional no puede responder sólo al llamado de una campaña. Se hace en el día a día con pasión, estudio e inteligencia.”

 

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