La mujer -fragua de vida y natural proveedora del primer sustento- ha sido cantada por bardos y sublimada por poetas, ha sido atrapada en mármoles y representada en lienzos, pero además ha sido sometida a una secular violencia que constituye el más cruel y vergonzante acto de ingratitud cometido por el hombre.
La serie televisiva Rompiendo el silencio se nos muestra como un alegato contra todo tipo de manifestación violenta hacia las mujeres y también hacia las niñas, que son su promisoria anticipación. Es por ello que sin adelantar otros juicios conceptuales y valoraciones estéticas, en principio es preciso reconocer la utilidad y oportunidad de una propuesta que se alza sobre las omisiones o parquedades que han soslayado el tratamiento a fondo de un fenómeno social al que no somos ajenos, lamentablemente.
Por tratarse de una bárbara conducta que remonta a la especie humana hacia sus más remotos orígenes, urge hacer en nuestra televisión esta reveladora denuncia, mientras una cubana sea abusada de obra, de palabra, de sometimiento e incluso de silencio: que de todas las prácticas violentas que atentan contra la dignidad y la integridad femeninas, es la más sutil, pero igualmente devastadora.
Habrá que seguir cada noche de martes el desarrollo de esta serie con las que muchos y muchas se identificarán, y en la que algunos y algunas se reconocerán. Por lo pronto es de apreciar este aleccionador reclamo encaminado a romper el silencio y a movilizar conciencias, para impedir que se sigan violentando los cuerpos, las mentes y las almas de tantas mujeres de hoy y de mañana; y que no se siga desconociendo su derecho a ser respetadas, consideradas y admiradas por el hombre... y por ellas mismas.
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