Para quienes solo habíamos visto imágenes del dirigente, el guerrillero, el tribuno, el operador de combinadas cañeras, el ministro que reparte diplomas con sonrisa cálida mientras estrecha las manos callosas de sus obreros vanguardias, el albañil, el operario de una hilandería, el estadista-orador en Naciones Unidas, en fin, para quienes cantábamos Pionero Soy sin saber que el comandante Ernesto Guevara se nos marchaba al Congo, las imágenes vistas recientemente en el programa La Pupila Asombrada han sido muy emocionantes. Fueron más de 40 minutos de fragmentos de la entrevista que la periodista norteamericana Lisa Howard le hiciera al Che para la cadena televisiva norteamericana ABC, el 22 de febrero de 1964. Dichos fragmentos fueron rescatados en la maraña de Internet gracias a la perseverancia del investigador Elier Ramírez.

Veíamos (y escuchábamos) por primera vez al hombre natural, muy cercano y nuestro, como se escucha a un padre que nos deja reflexiones de una extraordinaria vigencia. Veíamos a un Che relajado y sereno, envuelto en el humo de su tabaco, ora sonriente, ora concentrado y serio, caballeroso, afable y brillante -todo a la vez. Esta vez no solo era el mito, el tribuno, el héroe querido estampado en el mármol. Era también el hombre que reflexionaba en voz baja, sonreía, escuchaba, fumaba despacio y observaba a su interlocutora con mirada-taladro mientras respondía sus preguntas, sin dejar de rebatirle afirmaciones tendenciosas con argumentos que se instalaban en el territorio de lo irrefutable.

Pero en el caso mío y de mi familia, la emoción fue doble: el traductor de esa entrevista fue mi padre, Roberto Aulet, quien falleciera en 1991. Trabajaba a la sazón en la Dirección de Prensa e Información del MINREX, y atendió a Lisa Howard durante su estancia en Cuba. Y justo eso quería compartir aquí: las memorias que mi padre atesoró de ese día. Escuchándolas una y otra vez a lo largo de los años, no podíamos imaginar que un buen día escucharíamos su voz, y la entrevista misma.

Para nosotros fue algo tremendo ver el material audiovisual y saber a mi padre sentado allí donde las cámaras no lo muestran pero hacia donde el Che mira una y otra vez, llegando incluso a conminarlo en un momento determinado -cuando le dice con guevariana picardía: “traduce, chico”. Tampoco podíamos imaginar que, entre las muchas fotografías de aquella jornada, apareciera una donde vemos a mi padre parado frente al Che con su eterna libretica de taquígrafo, tal como la colocó Cubadebate al publicar el texto de la entrevista en su edición del 10/10/2016 según la versión de 22 minutos doblada al inglés que transmitiera ABC.

Entonces evoco a mi padre contándonos su asombro al llegar allí y ver que las botas del Che estaban a medio anudar, llevaba la camisa verde olivo por fuera y tenía un botón desabrochado. Las ojeras delataban el poco dormir. Mi padre nunca olvidaría esa primera impresión. Aquel hombre sencillo y desgarbado no era precisamente la idea que él tenía de un ministro. Mientras el equipo de ABC aprontaba sus luces y cámaras y la periodista revisaba sus notas, mi padre aprovechó para decirle en voz baja:

-Comandante, esta entrevista será trasmitida de costa a costa en los EU y la verán millones de norteamericanos. ¿No cree que debería abrocharse el botón de la camisa?

El Che alzó los hombros, suspiró y, mientras se abrochaba el botón, le dijo un tanto resignado:

-Y bueno…¿Qué más da un botón más, un botón menos?

Esa fue la primera lección. Ciertamente, ¿qué importaba un botón desabrochado en la mente de un hombre que se había echado un pueblo entero a la espalda para hacerlo avanzar por un bosque desconocido y lleno de desafíos? De alguna manera, mi padre intuyó ese día que en la mente del Che no quedaba mucho espacio para los botones de su camisa. El tiempo tampoco le sobraba para anudarse hasta arriba los laaaaaaargos cordones de las botas, y acaso los años y privaciones del aventurero primero y del guerrillero después, le sembraron la manía de subestimar la importancia de la imagen y del aspecto personal.

Luego vimos esa escena donde mi padre interrumpe la filmación justo cuando el Che ya empezaba a responder una pregunta. Al acordar previamente la misma, Lisa Howard había dicho “bloqueo”, pero cuando la formuló ante cámara dijo “embargo”, deslizando así el término que suaviza y oculta los daños reales de la política de su gobierno. Ajeno al cambio que había hecho Lisa Howard, el Che empezaba a responderla ante cámara cuando fue interrumpido por mi padre. Después de un corte evidente, vemos cómo Lisa Howard se disculpa y repite correctamente la pregunta. (La “mecánica” de la entrevista consistía en acordar primero cada pregunta -traducción mediante-, y posteriormente filmar el “diálogo”, con la pregunta en inglés de Lisa Howard y la respuesta en español del Che).

Segunda lección: en vez de mostrarse contrariado por el gazapo posiblemente intencional de la periodista, el Che la miró y sonrió. Era muy paciente, pero también era magnánimo. Se sabía vencedor.

Aquellas pocas horas con el Che marcaron a mi padre para siempre. Le conmovió mucho su austeridad, rayana en el estoicismo. El Che fue un ministro implacable y justo que se hizo querer de todos como un padre. En octubre de 1967 yo tenía doce años. Mi padre me llevó con él a la Velada Solemne en la Plaza de la Revolución. Fue la única vez en mi vida que le vi asomar una lágrima dura.

Jamás olvidaré el silencio, la infinita tristeza de aquella multitud.

Ese día aprendí que la Patria era –además del dulce de guayaba y el combate de Mal Tiempo, como decía Cintio Vitier en frase memorable-, algo que podía hacer llorar a mi padre. Y en el centro de gravedad de aquella lágrima, pesaba el Che.

Es sabido que en el otoño de 1964, mientras trataba de impulsar una agenda de reconciliación entre los gobiernos de Cuba y los EEUU, Lisa Howard fue despedida de la cadena ABC. Y que el 4 de julio del año siguiente se suicidó con una sobredosis de barbitúricos.

Mi padre siempre tuvo la convicción de que ambos eventos estaban oscuramente conectados. “Algún día se sabrá todo”, decía.

Agradezco infinitamente el hallazgo del material y su transmisión en la TV cubana. No solo por el premio que ha sido ver, 53 años después, a este Che tan nuestro, tan de todos y tan actual, sino también porque le devolvió a mi familia los relatos de mi padre, esta vez en su propia voz.

(Tomado del blog La Pupila Insomne)

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