A propósito de “17 Instante de una primavera”Nota (Por si no aparece la nota al pie) En todas las traducciones al español que he consultado aparece como “Stirlitz” , pasando por alto la pronunciación rusa.He preferido escribirlo teniéndola en cuenta

Viacheslav Tijonov nació en febrero de 1928 en un poblado cercano a Moscú. El padre trabajaba en una fábrica como tornero y la madre era educadora de una guardería infantil. A la hora de seleccionar una profesión, una vez terminada la enseñanza media, el joven Viacheslav se decidió por el legado paterno. Se fue entonces a un instituto tecnológico y se hizo tornero. Trabajaba en una fábrica del barrio cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Toda la contienda la pasó el bisoño tornero  cumpliendo con largas jornadas   en la fábrica para abastecer de armas al ejército soviético. Y, siempre que había tiempo libre, lo empleaba  en ver uno tras otro los filmes que pasaban en el pequeño cine de su comunidad. El  “Vulcán”, que era como se llamaba el cine de barrio en el que se disipaba de su extenuante trabajo el joven obrero,  despertó en él un especial interés por la cinematografía. Comenzó a soñar con ser actor. Los filmes que veía en aquella época eran las producciones heroicas de la cinematografía soviética realizadas para ensalzar  la heroicidad del momento. Fueron ellos los que despertaron en él  su interés por la actuación y la gran gran pantalla.

Terminada la guerra Tijonov decidió probar suerte en el Instituto de Cine. Cuando lo comunicó a sus padres, encontró una oposición total: era, según ellos, una profesión muy poco seria. La abuela salió en su defensa: “Si ustedes se oponen y él no intenta entrar a ese instituto ahora,  se pasará toda la vida diciendo que no es actor por culpa vuestra”. Con esa aprobación y una preparación insufIciente para vencer las rigurosas pruebas de ingreso se presentó a los exámenes de oposición, Y, por supuesto, no logró convencer a los tribunales de sus predisposiciones para la actuación. Pero hubo un académico que sí creyó en él como actor y durante un año procuró ayudarlo a cumplir sus sueños. Por el día, el trabajo en la fábrica. Por la noche, clases de actuación, ensayos, análisis de puestas teatrales y filmes. Así logró el obrero que soñaba con la gran pantalla vencer en su segunda oportunidad y entrar al Instituto de Cinematografía de la URSS a estudiar la especialidad de actuación.

Su primera experiencia cinematográfica la tuvo en l948 en la cinta “La joven Guardia”. Cursaba el segundo año de la carrera y le asignaron un papel episódico que no le granjeó ninguna popularidad, por supuesto. A partir de 1951 pasó siete años en el teatro de la institución académica en la que había estudiado.   En 1958 termina su relación con la escena y comienza a trabajar solo en cine, donde su reputación va creciendo con cada nueva cinta. Hay que decir que no le fue sencillo, porque la inmensa mayoría de los directores se negaban a usarlo en roles de importancia, en tanto opinaban algo en lo que alguna razón llevaban: Tíjonov no tenía el físico ruso por excelencia.  Y era cierto. Su gestualidad tampoco era muy rusa que digamos. No obstante logró interpretar roles diversos que lo elevaron a la fama y, cuando llegó la serie (“17 instantes de una primavera”) a su ya exitosa carrera, el actor logró tocar la cima. Desde entonces se convirtió en uno de los grandes mitos del cine soviético. Él, Smoktunovsky y Batalov constituyeron una tríada de lujo de la cinematografía soviética durante décadas.   Pero la serie tendría que atravesar un camino de espinas hasta llegar a los espectadores.

Un proyecto que pudo no realizarse.

Desde un inicio, el proyecto de “17 instantes…” gustó a todos. Resultaba costoso, pero la idea era original, su desarrollo proponían momentos de gran tensión muy bien dosificados, los personajes estaban delineados con suma delicadeza… en fin: se sentía que  un proyecto así conduciría, indefectiblemente, al éxito. Pero… apareció una voz autorizada que se opuso a él. Un alto miembro del Buró Político del Comité Central del PCUS la objetó y, por consecuencia, la censuró. Téngase en cuenta que un censor reúne características muy frágiles y que solo logra ejercer el veto cuando domina una parcela de poder muy sólida para hacerlo.  La fuerza del censor no reside justo en la solidez de sus “convicciones”, sino en la capacidad real con la que cuenta para  lograr que su “criterio” se ejecute. Estamos hablando de poder. El poder engendra apoyos y oposiciones. Los primeros pueden ser, incluso, gratuitos: por hacerle la tortica al poderoso, por caerle en gracia, por adularlo, por preparar el terreno para lograr un favor… en fin por cualquier motivo de interés de quienes apoyan lo que incluso pueden considerar intrascendente o incorrecto. Casi siempre el buen consejero de la oportunidad es el que ofrece sustento a lo primero Lo segundo (las oposiciones a la censura) no puede partir de estos criterios o, al menos, de algunos de ellos. Sobre todo si el censor cuenta con una alta y sólida parcela de poder. En el caso que nos ocupa,  el censor opinaba que en la serie no se mostraba el esfuerzo descomunal del pueblo soviético en aquella contienda. Y punto. El “poderoso” se parapetó tras esta idea endeble con una bandera roja enarbolada y, al parecer, con eso le bastó. Era, como suele suceder, un criterio nebuloso, una opinión imprecisa que son las que abren paso a las acciones depredadoras sobre los creadores. Se vivieron intensos momentos de tensión, se pensó que ya no sería posible, cuando apareció Andropov. Alguien, interesado en vetar o dar vía libre, no importa, le deslizó el proyecto de la serie al nuevo líder máximo de la URSS que, de inmediato, determinó que aquel proyecto había que realizarlo. En su opinión ya se habían realizado suficientes filmes que mostraban esa epopeya masiva, mientras el trabajo de los agentes -espías  que tanto arriesgaron y tanto aportaron para vencer en la guerra permanecía en el anonimato. Por cierto, hubo otros muchos que habían esgrimido este argumento. Pero hay un viejo refrán (creo que cubano) que  reza: donde manda capitán, no manda soldado. Y las palabras del hombre que detectaba el más alto rango de poder en el país fueron una orden que de inmediato comenzaría a cumplirse. Había funcionado el mismo mecanismo de decisión política sobre la validez de una obra de arte tanto en su desestimación como en su aprobación.

La filmación comenzó en 1970. Las primeras tomas se hicieron en los Estudios Gorki de Moscú. Continuaron en diversas locaciones de la capital rusa, Riga y Georgia. Después viajaron a la entonces RDA (Alemania Oriental). En agosto de 1973 salieron al aire en la televisión soviética los 12 capítulos de  la serie. El guión lo escribió Yulian Simionov (uno de los más destacados autores de literatura policial y detectivesca  de la antigua Unión Soviética) autor del libro homónimo que aún no había sido publicado. La directora Tatiana Lioznova logró llevar al plató  a la crema y nata de la actuación en la URSS. Esto hizo que Tíjonov pusiera a prueba todos sus recursos actorales para lograr todo el éxito que le proporcionaron los 17 instantes de la primavera de su vida. En 2006 el serial fue coloreado y  pasó, en ese formato, por varias televisiones nacionales de Rusia y de otros países. La combinación  Shtirlizt - tíjonov resultó una dupla única. La vida le sonreía al equipo y, por supuesto, al personaje y al actor, que no siempre disfrutó de una felicidad completa

 

Cuando la vida profesional te sonría y la afectiva…

 

Tíjonov se casó dos veces. El primer matrimonio le duró 13  años;  el segundo, 40. Pero en ninguna de sus uniones conoció la felicidad. La primera esposa fue una destacada actriz: Nona Mardiukova. Se conocieron durante la filmación de “La joven guardia”. Para Tíjonov era su debut. Nonna ya era una actriz con una incipiente carrera. Se cuenta que cuando comenzaron a trabajar él no le prestó a ella la menor atención y esto no gustó nada a la diva en ciernes. Entonces Nonna se propuso  conquistar al joven y guapo actor. Lo consiguió. Pero la unión fue un desastre. Trataron de convertir un “affaire” amoroso casual en un matrimonio estable. El resultado fue un desastre.  Eran dos personas totalmente incompatibles. Ella gustaba de recibir a los amigos, invitarles a darse unos tragos,  picar algo, bailar, cantar, decir poemas. Él era un hombre que prefería la soledad y la tranquilidad. No soportaba que la casa se llenara con la parentela de su mujer. Todo el tiempo le exigía a ella por los deberes del hogar: que si la ropa de cama huele a humedad, que si la cocina nunca está ordenada… Se dice que Nonna  se enamoró de otro actor, comenzó una relación con él. Tíjonov se enteró, la sentó, le aseguró que él la perdonaba, pero se iba de la casa por tres meses para que ella valorara la situación. Nunca más volvió. Ni siquiera la telefoneó para preguntarle qué había decidido. Se fue y no molestó.

La segunda esposa era profesora de francés. Le dio a su única hija, Anna, que hoy es productora de cine. Ha habido muchos comentarios sobre ella, sobre todo después de la caída de la URSS y la llegada al mundo mediático ruso de la prensa rosa. Supuestamente era una mujer extremadamente celosa que quería mantener bajo un estricto control toda la vida del actor. Esto le provocaba una descompensación tal que –repito: cuentan- se fue haciendo cada día más dependiente del alcohol. Finalmente sucumbió y se convirtió en una alcohólica. Si algo debió agradecerle a ella su atribulado marido es que pudo él dedicarse de lleno a sus soledades. Se había construido una casa de madera (una suerte de “dacha” a las afueras de Moscú) en la que se refugió en sus últimos años. Lejos del mundo. Y de ella. Por cierto, afirma su propia hija, que la casa era una réplica de la que en la serie donde él interpretaba al agente Shtirlets habitaba el espía ruso de ficción que tanta gloria le dio.

 

El ocaso y el final

En 2007 los problemas con el corazón que habían aparecido un tiempo atrás comenzaron a agudizarse. Los médicos recomendaron una operación después de la cual todo pareció normalizarse.  Pero en 2009 reaparecieron las complicaciones y el actor fue sometido a una nueva intervención quirúrgica. Hubo una mejoría, pero a finales de ese años comenzaron a aparecer diversos problemas de salud. Primero fueron los bronquios. Después, los pulmones. Había fumado mucho, desde muy joven. El 4 de diciembre de ese año Viacheslav Tijonov fallecía y dejaba un inmenso vacío en el espectro cinematográfico de Rusia.

Sus funerales fueron muy concurridos. No pocos fueron los rusos que se habían establecido definitivamente en el extranjero que viajaron a Moscú solo para rendir tributo y decir adiós a su ídolo. Cualquier diferencia política con Shtirlitz, la URSS o Rusia, fue pasada por alto: el poder del arte estaba muy por encima de todo ello.

Los que vivimos aquella temporada en la TV cubana sabemos cómo se esperaba cada capítulo, como los restaurantes y los cines quedaban vacíos y cómo se empezaban a llenar terminado el capítulo de turno. Muchos eran los personajes pero el protagonista, aquel hombre hermético, suave y firme a la vez, atractivo y lejano se llevó todas las glorias.

Tijonov tenía 81 años al morir. Había nacido el 8 de febrero de 1928. Sirva este modesto artículo para rendir homenaje al artista en el 90 aniversarios de su natalicio:

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Tomado de Juventud Rebelde

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