Ana Jiménez, actriz de la televisión cubana y Artista de Mérito del ICRT en 2016, aborda sus experiencias en la pequeña pantalla

Cuando converso con Ana Jiménez, actriz infantil y juvenil de la televisión cubana, los minutos no parecen correr y sus palabras suelen ir más rápido que las ideas. A pesar de la edad, denota jovialidad en su forma de actuar y manifestar criterios.

Sentada cómodamente en la sala de su pequeño y acogedor apartamento de Centro Habana, luce en todo minuto estar muy interesada en verbalizar sus pensamientos. Todo ello, con una leve sonrisa que no se despeja de su rostro juvenil.

Accedió fácilmente a una entrevista con esta publicación. Para ella no es complicado: parece que ya conoce las preguntas de antemano; quizás porque además de actriz es graduada de Periodismo por la Universidad de La Habana. Entre colegas la cosa es más fácil, podría pensarse.

Frente a ella no puedo hacer otra cosa que acomodarme y dejarla ir y venir en sus oraciones, verla sacar papeles, mostrar fotos, currículos, contar historias, narrar anécdotas…Y mientras lo hace, mira de soslayo, con mirada pícara y agradecida, el diploma que la acredita como merecedora este año de la Condición Artista de Mérito del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT).

 

Su mano le sigue a la frase precisa. Es muy gestual en la comunicación. Da gusto, de veras, conversar con esta dama que ha hecho de la programación infantil una parte importante de su vida. Lanza una carcajada ante la primera pregunta. ¿Ya la esperaba? Y contesta.

“Llegué a la televisión en enero de 1970 por una convocatoria del ICRT. Empecé a trabajar en el taller de guiñol y aprendí a hacer títeres y muchas cosas más. Como era joven, no sentí miedo, a pesar de que se trataba de algo nuevo en mi vida. Ahora no lo soy, pero tampoco tendría miedo a abordar cosas diferentes.

“Me quedé encantada porque el taller era un mundo mágico, una maravilla. Había un almacén con cosas extraordinarias y muñecos sorprendentes. Era un mundo muy atractivo para mí porque desde niña solía dibujar y diseñar Cuquitas. Tenía esa facilidad pero nunca la había explotado. En ese lugar mi maestro fue Gastón Joya Casas”, resalta Ana.

Cuando la actriz habla de esos momentos iniciales fija la vista en un punto lejano y trata de recordar. Luego asegura con cierto acento nostálgico que esa época fue brillante para la televisión dirigida a los niños.

“Los programas estaban muy enriquecidos y tenían mucha calidad. Hubo títeres que se hicieron famosos. La directora de Caritas estaba siempre buscando cosas nuevas. Se trataba de un espacio muy interesante.

“Y Amigo, en Amigo y sus amiguitos, era un pionero que llegó a ser el títere nacional. Recuerdo que el director introducía obras con actores dramáticos en el centro del programa y lo terminaba con títeres”, señala.

Ana termina esa idea y su mirada regresa a otros puntos de la casa. Descansa por varios segundos y su acento se transforma. La mirada se vuelve enigmática. Yo la miro fijamente y espero su próxima confesión.

“¡Ahora estamos en pleno siglo XXI! No se puede hacer lo mismo que en aquella época. ¡Eso es imposible! La tecnología ha avanzado y se pueden hacer cosas formidables con esos recursos.

“En aquellos años la cosa no estaba tan avanzada; sin embargo, todos los niños veían la televisión. Había un programa diario, incluidos sábados y domingos”, levanta la mano y la deja caer como quien sentencia.

La actriz se encoje de hombros. No logra, quizás, entender algunas realidades. Pero no se detiene en su discurso y continúa sin remedio.

“Ahora no se dispone tampoco de la infraestructura correcta y también creo que se deben buscar mecanismos para levantar la programación infantil en la televisión”, destaca sin titubear.

Ana salió del taller de guiñol en 1980 y se convirtió formalmente en actriz. Esa transición le da mucha seguridad a la hora de plantear opiniones sobre personas que “se las dan de titiriteros y no saben hacer un muñeco. Yo tuve la oportunidad de diseñarlos y manejarlos artísticamente.

“Les sugiero a los que deseen lanzarse a este mundo que estudien mucho y se superen, aun después de graduados. Deben aprender a trabajar la voz adecuadamente, saber cómo enfrentar la entonación y la articulación.

“Ahora se ha avanzado mucho en las técnicas de guiñol: se mezclan unas con otras y surgen cosas muy novedosas.

“El titiritero tiene que amar lo que hace y querer mucho a los niños. La televisión es magia; pero el trabajo comunitario, en la calle, es muy bueno también”, subraya.

Para la actriz, la especialidad del titiritero es importantísimo, pero a veces se pierde la perspectiva y no es considerado con justicia.

“Esta es una actividad artística que debe contar con la mayor significación porque va dirigida a la niñez. Y los niños son fundamentales para el desarrollo del país. Son el baluarte y el futuro de la nación”, dice convencida.

Cuando me encontraba casi extasiado con su charla, le formulo una última interrogante. ¿Estaría dispuesta a seguir trabajando si se lo pidieran? Me observa incrédulamente, con una mirada casi burlona, y me riposta: “¿Pero qué dices? ¡Espera, espera! Yo siempre he trabajado. Nunca lo he dejado de hacer. Los actores no nos jubilamos”. Es cierto, le contesto. La risa, expansiva, selló nuestro encuentro esa tarde calurosa de Centro Habana.

 

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