Por sus aportes e impacto en el imaginario colectivo, la actividad televisiva constituye uno de los procesos comunicativos, simbólicos, artísticos e ideológicos más trascendentes de nuestra sociedad

La televisión ha permitido durante 70 años a cubanos con disímil formación educativa, clase social y poder adquisitivo ampliar su horizonte de conocimientos, cultural y espiritual viendo desde sus hogares el teatro (vernáculo, universal, europeo o norteamericano), las zarzuelas, la ópera, las operetas, la música y la danza clásica o popular, la literatura, el deporte, el entretenimiento, la información y la comunicación.

Cada etapa histórica presenta retos específicos que condicionan los aportes de este medio de comunicación en particulares coyunturas. Desde la etapa fundacional de nuestra televisión sus imbricaciones mutuas con la historia, la geografía, la política y la cultura de Estados Unidos propulsaron nuestros hitos televisivos:

La cercanía e intimidad con la nación norteña convirtió a Cuba en campo de experimentación mercantil, tecnológico y comunicativo de las transnacionales electrónicas, mediáticas y comunicativas. La imagen en movimiento volcó al hogar las múltiples disciplinas y expresiones artísticas, comunicativas y simbólicas e ideológicas de nuestra industria cultural, muy especialmente de la radio.

El 24 de octubre de 1950 Unión Radio TV (Canal 4) se inaugura de manera oficial y comienza la emisión ininterrumpida de programación por más de ocho horas diarias en todo el territorio habanero. Al hacerlo Cuba integra junto a Brasil y México la trilogía fundadora de las televisoras latinas en el último cuatrimestre del referido año. Por sus peculiaridades, Cuba devino importante mediadora entre las prácticas anglosajonas y las aplicadas en América Latina.

En un descomunal proceso de transculturación se creó en la Isla el modelo latino de géneros y formatos televisivos vertiendo a sus contenidos las esencias históricas y culturales cubanas. Esta afinidad raigal se esparce en toda la región americana. En el primer trienio de la TV, La Habana fue la capital americana con mayor concentración de televisoras y la única de Iberoamérica donde el capital privado gestó, financió, construyó y operó las tres primeras cadenas de microondas extendidas progresivamente hacia el resto de las provincias en transmisión directa por el éter.

Pese a su limitada geografía y población, Cuba fue la mayor importadora de equipos receptores de TV durante el decenio fundacional del medio. La diversificación de precios en el mercado nacional propulsó una insólita tenencia de televisores, gracias a lo cual miles de cubanos hicieron suya una de las prácticas culturales que llegaría a tener mayor arraigo en la región.

La Habana formó en sus estudios o foros a múltiples especialistas de las primeras televisoras de Puerto Rico, Colombia y Venezuela, y en ellas, los cubanos asumieron diversos roles además de ser fundadores. En los años 50 del pasado siglo Cuba mantuvo en Latinoamérica el liderazgo creativo, productivo y tecnológico televisivo –incluida la comunicación y la investigación aplicada a los estudios de audiencia–. La radiodifusión mercantil fundió a la apoteosis de la promoción cultural la socialización de las matrices culturales con mayor arraigo en la sociedad cubana.

El triunfo revolucionario del primero de enero de 1959 trajo consigo un monumental proceso de transformación estructural que renovó la cosmovisión ideológica, simbólica y política de la sociedad cubana. En ese proceso de continuidad-ruptura, la radio y la televisión privadas respondieron a la demanda popular, optimizaron su oportunidad empresarial y establecieron hitos trascendentes en nuestras prácticas televisivas:

Los contenidos y espacios habituales patrocinados por productores y anunciantes fueron desplazados por una programación especial de géneros informativos que reconvertían sus formatos y renovaban sus objetivos y funciones. Ejemplo de ello son las entrevistas a Fidel Castro en paneles de periodistas que rompieron records de permanencia ininterrumpida ante las cámaras y las audiencias. Las televisoras capitalinas y sus cadenas interprovinciales se disputaban la asistencia de los líderes del nuevo gobierno, los militares revolucionarios y los exiliados durante la dictadura, además de los titulares sobre el régimen derrocado de Fulgencio Batista y hasta los de la incipiente oposición que surgía en 1959.

A partir de ese momento los géneros televisivos no informativos como los teletones y los dramatizados se adecuaron a las nuevas necesidades. Desde mayo de 1962 el Instituto Cubano de Radiodifusión integró administrativamente a la radio y la televisión. Se oficializa la reconversión del modelo de radiodifusión comercial en el de servicio público. Se elimina la comunicación comercial de los contenidos mediáticos. Desaparecen algunas televisoras y se amplía la cobertura de la señal televisiva en las provincias.

En 1968 surge Tele-Rebelde en Santiago de Cuba, embrión del actual sistema de telecentros provinciales y municipales. Comienza la eliminación de las zonas de silencio tecnológico. La televisión devino plataforma territorial y nacional de proyectos informativos, mensajes de bien público, educativos, deportivos y artísticos potenciando la formación social e ideológica de una nueva sociedad y la superación integral de todos los ciudadanos.

A lo largo de 70 años la TV Cubana ha estructurado en distintos niveles territoriales uno de los mayores sistemas de televisión pública en habla hispana. Hoy, cuando los canales y telecentros se insertan en tiempo real en las plataformas digitales, se multiplica y redimensiona el medio significativamente.

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