El programa-proyecto de la Televisión Cubana se ha concentrado en transformar su imagen o identidad corporativa, manteniendo la coherencia estética

El programa Lucas ha sido una de las propuestas televisuales que más se ha concentrado en urdir, complejizar y dinamizar su imagen o identidad corporativa -para hablar en términos más especializados-, a lo largo de 18 años al aire.

La consabida oveja negra de sardónica expresión y trajeada de negro, ya de por sí llamativa y archiconocida por los públicos como símbolo-mascota, ha devenido eje alrededor del cual se desarrollan verdaderas campañas anuales con dramaturgia, concepto e iconografía particulares, cuyo fin y clímax lo constituyen las galas de premiación. Tal finitud y constante renovación se ha visto favorecida entonces por la concepción cíclica de Lucas, cuyas emisiones semanales tributan a los lauros homónimos.        

Ya desde sus inicios, a mediados de la década de los noventa, bajo títulos que a la larga resultaron transitorios como Hecho en casa, El regreso de Lucas, El patio de mi casa es…, la entonces novel propuesta apostó siempre por concepciones estéticas y una puesta en escena que la singularizaron respecto al común de la parrilla de la TV Cubana. La alternatividad (casi) underground, consecuente con la emergencia del género en el país, tomó cuerpo en el escenario escueto, francamente nulo en su desnudez de escalera y bombilla.

El fundacional conductor Tony Arroyo, luego acompañado por Edith Massola y otros que se sumaron y restaron, también desempeñaba su oficio desde una pose desenfadada, dialógica, urgente, sustentada en la “suciedad” y riesgo de la improvisación, muy lejos de cualquier formalismo.

Para entonces, un programa como A Capella se erigía como referente casi obligado de las nuevas perspectivas, sentando importantes pautas conceptuales y visuales desde los mismos albores del decenio (y un tin antes), a tenor de su muy “atípica” propuesta videomusical. Conscientemente o no, Lucas le debe mucho a este rompehielos televisivo.

El montaje trepidante y fugaz, que siempre remitió a los ritmos del videoclip y también a las imágenes fragmentarias resultantes del acto del zapping, tributó pues a una estética del collage, donde confluían y comulgaban retazos de imágenes y sonidos de muy variopinto origen, resemantizados por las nuevas interconexiones de aspecto azaroso. La fotografía cimbreante también hizo (y hace) de su parte. Así, la relectura, la asimilación y la final metabolización de los referentes originales en nuevos sentidos ha sido uno de los recursos y estrategias estéticas principales de Lucas.   

De camino hacia la consolidación de su mitología, Lucas concreta parte de la identidad que lo ha acompañado hasta ahora en la referencia directa a los personajes de la cinta Reservoir Dogs (Perros de reserva, Quentin Tarantino, 1992). El enigma y el sigilo se suman así como valores dramatúrgicos y visuales a la imagen Lucas.

El breve espacio de los orígenes varía junto a los diferentes anfitriones-actores: Hiram Vega, Rigoberto Ferrera, Luis Silva. La calle, la ciudad, lo urbano en sentido general, se erige como elemento importante de la escenografía. Perviven y se acendran las posturas desenfadas hasta la humorada más explícita, el montaje intenso y la estética de collage. A raya siempre el formalismo y cualquier amago hierático.

Como ya apunté, los premios ofrecen entonces una oportunidad para efectuar variaciones anuales de la identidad, traducidas en campañas promocionales, con el spot como piedra angular externa al cuerpo del programa, donde la reservoir sheep deviene imago dinámica de gran adaptabilidad.   

En la escalada hacia la popularidad y la consolidación del programa-proyecto, las referencias cinematográficas se diversifican y se extienden hacia cintas más comerciales de vistosa espectacularidad, y por ende muy conocidas entre los públicos mayoritarios a los que se pretende llegar desde estos recursos dialógicos. Filmes taquilleros como Misión: Imposible 2 (John Woo, 2000), Minority Report (Steven Spielberg, 2002) y la serie televisiva Expedientes X (creada por Chris Carter), caen en la redoma luqueña, que las parodia más o menos seriamente (valga el retruécano) a partir de la mímesis de algunos de sus signos y escenas más importantes. ¡Valga subrayar que con decoro visual bastante satisfactorio y efectivo, sobre todo en el caso de la segunda película citada! Se elaboran entonces nuevas anécdotas para estas propuestas, donde el suspense y las incógnitas juegan sus roles como dispositivos de interés.

Esta primera etapa mimética (pero efectiva) de las campañas, da paso entonces a un proceso de relaboración, flexibilización y afianzamiento de la reservoir sheep como ícono principal y constante visual simbólica de Lucas; con todas las implicaciones que trae identificarse con un “oveja negra”.

Indistintamente, el personajillo se traviste de Mona Lisa bajo el lema “El código Lucas”—aprovechando el furor del best seller literario El código Da Vinci—; de quijotesco caballero andante, muy relacionado con los simbólicos molinos conservadores que siempre se interponen ante las ideas osadas; también etiquetó una lata de sopa al puro estilo Andy Warhol, en suerte de confesional adscripción a la cultura pop; en otro año reveló literalmente sus interioridades hasta el puro hueso, cuando es atravesada por los rayos X…

Otras campañas han prescindido un tanto de la oveja como eje, desplazándose hacia lo objetual, como la muy exitosa estrategia identificada por el lema “Lucas te mira”, donde las futuristas cámaras de seguridad instaladas en las ciudades, sobre todo en la capital, protagonizan esta suerte de referencia al Big Brother de la novela 1984, con toda la inquietud que puede despertar en los públicos el efecto panóptico (o sea, vigilancia 360° X 24 horas).

Amén de la sátira ingeniosa, Lucas se reveló así empoderado, omnipresente, omnipotente; aunque el sello de alternatividad visual aún luce sobre su pecho, en parte por la carencia de espacios televisuales que hayan remontado los mismos rumbos con la misma bizarría, y puedan equipararse en inventiva, estrategias y concepciones promocionales.

Descolla casi siempre el elaborado y cuidado diseño de cada identidad anual, que hasta cierto punto pudiera desmarcar a Lucas de su pasado “coherentemente desaliñado” y de visualidad mucho más abigarrada. Al cumplir los veinte años, su imagen corporativa tiende a desplazarse de la juvenilia fragmentaria y abigarrada de antaño hacia la apostura y el donaire de la madurez promocional, sin abandonar la sofisticación y singularidad que ha caracterizado siempre al programa-proyecto.      

 

 

         

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