Analizamos una de las subtramas de la telenovela brasileña: la violencia como consecuencia de las experiencias en la infancia

 

Gael es agresivo con las parejas que tiene. Quiere cambiar y aspira a ser un hombre mejor. Sabe que ese comportamiento no es el correcto porque la violencia no tiene pretextos ni alegatos. El hombre que golpea a una mujer puede considerase un ser despreciable y ruin.

Ante esas y otras lecciones de vida nos sitúa la telenovela brasileña El otro lado del paraíso, cuyos 120 capítulos fueron transmitidos cada martes, jueves y sábado por la señal de Cubavisión. Poco antes de que finalice la puesta en pantalla de este dramatizado en Cuba, analizamos una de las subtramas más esclarecedoras: la violencia como consecuencia de las experiencias en la infancia.

Sofía, personaje antagónico en esta propuesta televisiva, maltrataba con frecuencia a su hijo Gael de niño. Eso provoca llanto, dolor, junto con intensos momentos de incomprensión por parte del pequeño, que no entiende el porqué de tanta agresión. Entonces, ese niño, creció con una vida llena de lujos, pero vacía de afecto.

Como es lógico, pero no justificable, de adulto, interpretado por el actor Sergio Tadeu Correia Giza, aplicó las enseñanzas de años atrás: golpear a sus compañeras de vida y desatar los demonios ocultos, a fin de cuentas, así fue criado. He aquí la génesis de un problema que se repite una y otra vez en la sociedad, la agresión como herencia, como resultado de la educación familiar. La víctima se convierte en victimario y el ciclo de violencia aumenta si no se detiene a tiempo.

El mensaje en El otro lado del paraíso es rotundo y preciso para los televidentes, sobre todo para aquellas mujeres que son madres o llevan un hijo en su vientre: ningún suceso explica el maltrato. El niño crece con lesiones psicológicas y, como sucede en el caso de Gael, muchas veces desconoce el motivo de su comportamiento. El dolor de sus primeros años de vida lo ha enterrado tan profundo en su mente que ignora el origen de sus actos. Se convierten en seres mal vistos por sus semejantes, en personas oscuras con resentimientos hacia la vida e incapaces de ser felices a plenitud.

Lo peor son las lecciones que transmiten a su generación, en la mayoría de las ocasiones, ligadas a momentos agresivos. ¿Cómo verlo mal si era el sistema de su familia? ¿Acaso la primera escuela no es la casa? ¿Sobre quién recae la culpa? Más bien se trata de una secuencia causa-efecto donde no existe ningún beneficiario.

Por suerte, en la telenovela el personaje tiene un final feliz. Con ayuda, sana sus heridas y se transforma en un hombre que da amor sin violencia. Pero no siempre los hechos se dan de esa manera en la realidad, no siempre la evolución es positiva, por eso esta historia a través de la pantalla chica hace un llamado de conciencia para generar un cambio rotundo en aquellos corazones que han sufrido horrores inimaginables. La semilla del bien puede cultivarse en cualquier momento y siempre vale la pena el intento.

 

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