Amplias miradas conceptuales y estéticas que despliegan las narrativas ficcionales producidas por la televisión cubana motivan a pensar en las complejidades del ser humano contemporáneo

En la antigüedad los griegos no conocían los términos creador y creación, les bastaba con la palabra hacer. En la era de la comunicación se transmiten conocimientos, innovaciones y rupturas, mediante la experiencia de apropiaciones e invenciones de mensajes y códigos significativos, para que espectadores diversos que nunca son pasivos, pues cambió la posición del destinatario y este logra sinergias con textos, los cuales son colocados en dispositivos tecnológicos, conectan a usuarios interesados en intercambiar series, cortos producidos en casa y juegos participativos.

En la sociedad contemporánea prevalece, de hecho, una variación de sentido en las relaciones sociales, dados los cambios en la tecnología, el desarrollo de infraestructuras y el notable incremento de soportes no impresos. Por doquier, los relatos ficcionales aportan diversos contenidos, fábulas, moralejas, que mediante tramas y personajes producen sensaciones, estas alcanzan su clímax en narraciones concebidas para explorar la dimensión afectiva del ser humano.

Como reconociera el notable intelectual Alfredo Guevara: “Tanto el científico como el artista hacen de la realidad un camino abierto, y lejos de limitarla a la visión contingente descubren mundos secretos en cada una de sus partículas, y nuevos recursos y rostros impensados a partir del marco temporal de horizontes aparenciales”.

Esta riqueza expresiva, en ocasiones con más o menos aciertos en soluciones artísticas y estructuras dramatúrgicas, se despliegan en telenovelas producidas por la TV cubana. Lo evidencia la retransmisión de Latidos compartidos (Canal Habana, 10:00 p.m.) y Bajo el mismo sol (Cubavisión, 2:00 p.m.). Las confrontaciones familiares, los bandos en pugna en lucha por el poder o la primacía económica, los conflictos generacionales son problemáticas complejas que guionistas y directores ubican en el centro de atención para motivar reflexiones y diálogos entre los miembros de la familia.

Lamentablemente, detractores de las ficciones audiovisuales no suelen reconocer su trascendencia comunicativa, ni la mediación cultural de la TV como institución que produce y reproduce sentidos sociales, propone mundos posibles aceptables o rechazados por los públicos. Desde la pantalla se reafirma la dimensión antropológica de la cultura como un mundo heterogéneo, híbrido, donde confluyen repertorios populares, masivos y cultos.

Intrigas, secretos, malos entendidos, traiciones devienen condimentos del género telenovelesco que apela a los sentimientos, al paradigma ético, en este los buenos casi siempre triunfan y los malos son sancionados. Actores y actrices no pueden ser expresivos si no sienten la pasión de una idea para entregarse a la creación de otra vida, con sus estados de ánimo; el procedimiento comienza en el guion y toma consistencia en la dirección artística de todas las especialidades implicadas en el concepto de realización.

En opinión de la primera actriz Eslinda Núñez, Premio Nacional de Cine, “los personajes colocan muchas cuerdas en tensión en una misma. Hay que estudiar detenidamente lo que siente y padecen para asumirlos de manera orgánica, convincente”.

Trasladar una auténtica vida ficcional a los medios televisivo y cinematográfico exige defender la ilusión de verdad en caracterizaciones, casting adecuado, profundización en el universo interior de cada personaje o tipo. Por esto creadores y públicos deben analizar escenas y capítulos, no perder esencias de relatos que infinitas veces colocan en la cuerda floja la estabilidad emocional de la existencia cotidiana. Ningún artista toma la realidad para copiarla, sino con el fin de apropiársela desde nuevas visiones humanistas y estéticas que reclaman los destinatarios del siglo XXI.

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