Este comentario me lleva a una consideración hecha hace algún tiempo relacionada con la necesidad de que el guion sea el eje sustancial de cualquier proceso artístico.

Llevamos tres semanas frente a la propuesta de la nueva temporada de la serie De amores y esperanzas, y sin querer asumir ningún juicio precipitado, la única escena que hasta hoy me ha dejado prendida ha sido la protagonizada por Violeta Rodríguez y Jorgito Martínez, tras la muerte del hijo de ambos.

Cuánta contención en medio de un dolor que se tornó real, y donde una vez más las palabras sobraron. Esta pareja dio en unos pocos minutos una clase de actuación, cierto que la situación per se podría favorecer a la muestra total de reconocidas condiciones histriónicas, pero en casos así esto puede convertirse en un arma de doble filo, porque fácilmente llegan los excesos. Todo lo contrario ocurrió en esa escena, cada actor fue complemento del otro desde una relación amor–dolor bien lograda.

Ese fue el momento de mayor valor de un guion donde la historia central la olvidamos a pesar de que se trataba de otra situación muy sensible: la estafa a una anciana sola y desvalida, no obstante, por lo superficial con que se abordó, donde una vez más los malos son pésimos y los buenos rayan en la tontería, esa historia principal perdió su peso desde lo actoral y desde lo narrativo.

Algo está ocurriendo con las tramas principales de esta temporada que hasta ahora no logan enganchar, aun cuando son temas interesantes, tales como la adopción, la violencia incluso contra los discapacitados, el tratamiento de la tercera edad. Mención aparte merecen las siempre convincentes actuaciones de Corina Mestre, Yasmín Gómez, Luis Alberto García, una Irela Bravo que poco a poco ha ido creyéndose mucho mejor el estar al frente de un bufete, y una hasta hoy siempre atinada Yailene Sierra, pero son luces que afloran dentro de conflictos que les falta dejar expectantes al televidente.

No hay alegatos en voces de los abogados que desde lo técnico que exige la profesión tiendan a la reflexión, en primer lugar, porque no aparecen términos del gremio, las apreciaciones de los magistrados más que alegatos son locuciones, que en ocasiones parecen ser más leídas que aprehendidas. Por otra parte, la manera de solucionar los casos resulta superficial, falta la recreación explícita desde la propia dramaturgia de cómo se llegan a distintos resultados.

Personajes que ya hemos hecho cercanos como los de Denis Ramos y Paula Álvarez, Jorge Ernesto Caballero y Keny Cobo, estos últimos, en completo conflicto con la “insoportable” Gina Caro (madre de ella), intentan salvar un sitio ya ganado, sin embargo, los diálogos no siempre acompañan lo intenso de la situación que encarnan.Regreso a la idea de que en ocasiones se agradece más aplaudir escenas sin palabras. Los silencios en algunos casos son mejor recibidos cuando lo que se dice queda anulado por una realidad que habla por sí misma.

Esperemos seguir el tránsito de una serie que por su propia razón de ser es reflejo de nuestro día a día, de un presente complejo, lleno de conflictos que para recrearlos hay que llegar a su esencia de manera clara y valedera, si no el recuerdo que quedará podría ser la escena de Violeta junto a Jorgito que, sin ser los protagonistas, dejaron un sabor de verdad que le ha faltado a muchas escenas principales. Tal vez sea pronto, pero es una alerta de recepción a partir de estas primeras impresiones.

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