Entrevista a Mirta González, directora general de la serie “Promesas” que saldrá al aire a inicios del próximo año por la señal de Cubavisión

Resulta atractivo conocer que la directora de televisión Mirta González regresa a liderar un proyecto dramatizado, en esta oportunidad la serie Promesas, que significará una propuesta atípica por su concepción y modo de producción.

¿Cómo llega la serie Promesas a su vida y qué elementos la singularizan?

–Había terminado y estrenada en los cines de todo el país La hoja de la caleta. La televisión me había propuesto una telenovela cuya historia se desarrollaba en ambientes naturales de mi interés, quizás por el grato recuerdo de Cuando el agua regresa a la tierra, pero las condiciones de esta producción me hicieron rechazarla. Es entonces que el Director de la Casa Productora me habla de que habían pensado en mí para un proyecto de serie que se llamaba Promesas.

“Yo no tenía idea de que se estuviera gestando un proyecto como este. Fue, quizás y por suerte para mí, un experimento de la Casa Productora y una suerte inmensa que pensaran en mí para enfrentarlo como directora general. En lo personal, hace ya algún tiempo me interesan fundamentalmente los telefilmes, los filmes y las series, por lo diverso de los temas, los géneros, por el cuidadoso acabado que requieren, por el tratamiento de cámara, por su movimiento escénico, que huye del usual quietismo habitual de la telenovela.

Promesas contenía la posibilidad de ser todo eso y quizás más. Historias diferentes, con enlaces y continuidad circunstanciales, con temas que tocan aspectos de nuestra realidad. Hay complicidad y crítica. Hay espejo y dedo acusador. Hay disfrute y alertas. Hay vidas y vida en Promesas”.

¿Cómo el proyecto fue llevado a la práctica?

Promesas estaba ya terminada, al menos en su etapa inicial. Había sido diseñada por Amílcar Salatti y en ella participaban también otros escritores: Sergei Svoboda, Eurídice Charadán, Lil Romero y Albertico Luberta. Historias independientes, aproximadamente de una hora de duración y cuyo vínculo radicaba en que todos los personajes habitaban en un mismo espacio, típicamente habanero: el pasaje. De alguna manera estas peculiaridades me atrajeron. Vilma Montesinos, su asesora central, me entregó los guiones para que los valorara.

“Ambientes, diseños, personajes-actores diferentes… en realidad eran guiones cinematográficos. Tras un período de análisis y ajustes lógicos, comenzaba la selección de los directores y cuáles capítulos para cada cual. Algo muy difícil. Inicialmente quisimos que fuesen seis directores con dos capítulos cada uno. Por una u otra razón finalmente fueron cuatro. Pensé en lo difícil que sería para mí estar presente y a la vez darles independencia creativa. Creo que logramos acoplarnos. Trazamos lineamientos estéticos generales y para cada uno de los capítulos. Se escogieron apartamentos de estructuras similares en dos pasajes para poder filmar al unísono.

“Todos estuvimos presentes en las pruebas de casting, después en la selección angustiosa de cada actor para cada personaje. Asistieron más de 300 actores y estudiantes de actuación del Instituto Superior de Arte. Por mi parte, proponía y daba el visto bueno sobre maquillaje, peluquería, vestuario, locaciones, ambientación, utilería, casting, etc. Ya en el rodaje iba de una a otra filmación. Sufría los problemas de dos equipos. Se habían planificado filmaciones simultáneas en lugares diferentes, pero por diversos motivos tuvimos que grabar, hacer montajes escenográficos y técnicos juntos, con todos los inconvenientes que esto conlleva”.

¿Cuál es el mayor desafío al asumir trabajos de este tipo?

–Pues lograr continuidad de forma diferente. Y estoy segura de haberlo conseguido. Trabajé con cuatro directores. Todos habían tenido relación conmigo anteriormente. De una u otra forma he tenido que ver con sus carreras: Yoel Infante, José Víctor Herrera, Ricardo Miguel y Jorge Campanería.

“En años anteriores había enfrentado dos proyectos grupales: Polémica, grupo de teatro universitario; Los Inundados, grupo de jóvenes profesionales a mi cargo. Creamos las series documentales Memoria y Ojo. Fue una experiencia inolvidable y enriquecedora en todos los aspectos. Han pasado los años y seguimos siendo amigos. Resulta difícil pero muy atractivo. En el debate, en la discusión se logra profundizar en los objetivos, en el punto de vista, en todo. Crecemos. Pero logrado esto hay que defender lo pactado, cuidando hasta el más mínimo detalle, los caracteres y características de cada capítulo, en concordancia con las temáticas.

“En esta oportunidad se trata de construir el ir y venir cotidiano de los inquilinos-personajes, enfatizando en la caracterización de las historias, analizando el contexto de cada uno de ellos y trazando su sitio social y personal. Con Promesas casi heroica resultó la grabación, totalmente en exteriores, en vacaciones escolares y en pleno agosto. De agosto a octubre se grabaron 10 capítulos, con un calor feroz, en espacios estrechos. Sudorosos, amontonados se comenzó a librar esta batalla que hoy, ya a distancia, recordamos hermosa, inolvidable, como lo fue también para mí y los jóvenes que me acompañaron entonces Cuando el agua regresa a la tierra.

“Logramos que Promesas fuera una serie atípica, con historias diferentes, géneros diversos, múltiples protagónicos y realizada por cuatro directores, que no perdiera su esencia, lograra ser coherente en todos sus aspectos, alcanzara un digno nivel estético y despertara interés en la población. Esto ha sido posible gracias a Kelvis Ochoa y su hermosísima música; por la banda sonora de Gustavo Caraballoso y Rubén Gómez, que tuvo que solucionar problemas de la meteórica grabación.

“Trabajar cada cual en su casa, dispersos hasta casi el final, con todo lo que esto implica se suma al rigor de una posproducción extremadamente compleja, casi agónica, que ha transitado por tornado, inundaciones, lluvias intensas, amenaza de ciclón, cuarentena y COVID-19, pero no nos dejamos vencer. Teníamos especialistas en Calabazar, Cotorro, Habana del Este, Vedado, Víbora Park y no había transporte. La ciudad estaba detenida, pero nosotros no. Mudábamos la edición del Cerro a Víbora Park, al ICRT, al Cerro nuevamente, quitándole espacio y comida a la familia, aportando lo que cada uno podía, pero no nos dejamos vencer.

“A mi lado, incansable y tenaz estuvo Giselle Crespo, editora también de La hoja de la caleta. Ella entusiasta, creativa, no ha reparado en asumir, además de la edición, la coordinación de la posproducción de la serie, los spots, etc. También, cómo y junto a Promesas, ha estado creciendo”.

Luego de haber dirigido tantos dramatizados, de compartir con rostros de valía que han dado vida a los múltiples conflictos que marcan la existencia en cualquier época, Mirta González, al recomendar la serie, no puede dejar pasar por alto lo siguiente: “Promesas propone una introspección a nivel personal, familiar y nacional. Creo que ver esta serie, cada capítulo, nos lleva a pensar en la familia como núcleo central, o lo que es lo mismo, a repensarnos”.

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