En la Habana que tantas veces lo vio transformarse en soldado, abuelo, padre, traidor o mártir, Félix Pérez bajó el telón definitivo de su vida a los 89 años. Su voz, tantas veces grave, otras tierna, no resonará más en los pasillos de los estudios ni en las aulas donde formó a generaciones. Pero el eco de su entrega, de su talento rotundo y su amor por el arte, seguirá latiendo en la memoria viva de la cultura cubana.

Actor de teatro, cine y televisión, profesor, revolucionario de la escena, Félix Pérez fue uno de esos artistas totales que no sabían —ni querían— apartarse del compromiso. Desde sus inicios en Santiago de Cuba, como joven apasionado por las letras y las tablas, hasta sus consagraciones en La Habana, vivió por y para el arte. Lo vimos en En silencio ha tenido que ser, Julito el pescador, La Botija, Santa María del Porvenir... y también en esa joya insurrecta del cine nacional que fue La primera carga al machete, en Habana Blues, en El Benny. Siempre dejando en cada personaje una huella suya, algo que no se aprende en ninguna escuela: el alma.

No solo actuó: enseñó. Compartió saberes y pasiones con quienes soñaban seguir sus pasos. Fue formador de generaciones, sembrador de futuros, con una paciencia que solo tienen los que creen profundamente en la trascendencia del arte.

La lista de premios y distinciones que recibió impresiona —Premio Nacional de Televisión, Premio ACTUAR por la Obra de la Vida, Medalla José María Heredia, Sello Laureado por la Cultura Nacional, entre otros—, pero más allá de los homenajes oficiales, lo que lo inmortaliza es el cariño del público. Ese que lo reconocía por la calle, que recordaba frases suyas, que se emocionaba con sus personajes. Ese pueblo que lo sintió suyo.

Hoy, Cuba pierde a uno de sus más destacados defensores culturales. Y aunque nos duela su partida, sabemos que Félix Pérez no se ha ido del todo. Habita los archivos, los libros, los recuerdos. Y sobre todo, sigue latiendo en la vocación de los que aprendieron con él que actuar también es resistir, que enseñar también es amar, y que vivir para el arte es una forma de eternidad.

Llegue a familiares, amigos y discípulos nuestro abrazo respetuoso. Nos queda su ejemplo. Nos queda su obra. Nos queda Félix.

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