Sábados de gloria, la actual telenovela cubana en transmisión, ha tenido la suerte de aglutinar un elenco de todos estrellas, donde más del 90% de las interpretaciones superan los estándares de calidad. Nombres consagrados y reconocibles de la actuación en Cuba hacen las delicias de los espectadores lunes, miércoles y viernes. Pero un rostro y un nombre menos conocido pese al tamaño de su talento y recorrido, resalta sobre el resto; una actriz a la que las puertas de la televisión se le abrieron demasiado tarde. Hedy Villegas.

A Villegas le ocurrió lo que a muchos seres de teatro: las prudencias y reparos que algunos directores televisivos tienen con el tránsito de un medio al otro, cuartan las posibilidades reales de que un histrión de las tablas pruebe su valía ante las cámaras. Por eso no la vimos tanto en tele, por eso nos perdimos su capacidad de amoldar criaturas y conferirle voces propias, únicas. Hedy, quien desde noviembre del pasado año no se encuentra físicamente entre nosotros, dedicó su vida a la escena teatral y forjó el alma y las destrezas interpretativas de varias generaciones de actores.

Su carrera tomó vuelo en la compañía Rita Montaner, donde trabajó muy de la mano del director, dramaturgo y Premio nacional de Teatro Gerardo Fulleda León. En el Rita, Villegas entendió el rigor del teatro, el compromiso con los personajes, el carácter cuasi-ritual de una representación. Había que contemplarla usar su cuerpo todo en función del rol y de la historia; había que escuchar su voz transformada en sonidos guturales, gritos o bellos cánticos de mujer enamorada. Sencillamente había que verla.

Pero tal vez la etapa más significativa y esplendorosa de la carrera de Hedy Villegas fuera en los inicios del 2000 cuando Tony Díaz fundara Mefisto Teatro, compañía comprometida a rescatar y revitalizar el teatro musical cubano. En Mefisto… Villegas se vio enrolada en obras tan significativas como Huevos, Chicago, El diario de Ana Frank, Escándalo en la Trapa, Cabaret, entre otras. Tras el fallecimiento de Díaz, en 2014, asumió la dirección de Mefisto teatro, manteniendo la línea estética del grupo y consolidando una de sus labores más loables: la de formadora de jóvenes actores.

Villegas fue una sierva de las tablas; se dedicó totalmente a ellas y quedó muy poca brecha para que la televisión la acogiera en su manto. Pese a esto y aunque pocos lo recuerden, la actriz tuvo discretas participaciones en algunos materiales televisivos de la década del 2000. De los más significativos se encuentra su participación en la serie de Rudy Mora La otra Cara, dándole vida a un personaje casi al margen de la sociedad y con una familia disfuncional. Con muy pocas líneas, se podía sentir en esa mujer menuda y aparentemente frágil, una fuerza escénica y control de sus emociones innegable, que le permitían asumir casi una figuración con una dignidad y un respeto por la profesión admirables.

En la telenovela Al Compás del son también la vimos, nuevamente haciendo prácticamente una figuración, pero con un compromiso y una verdad propia de las grandes actrices. En esta novela del Chino Chiong, Hedy le dio vida a la borracha del bar. La actriz, casi sin textos por guion, lograba comunicar con su cuerpo, sus gestos y su facilidad para crear atmósferas.

Pero mucho tiempo tuvo que pasar para ver a la Villegas en un personaje a la altura de su talento. La propuesta vino de la mano de su antigua discípula, Tamara Castellanos, quien le regalara a su mentora uno de los personajes más deliciosos y complejos de toda su carrera.

En la piel de Hedy Villegas, Elenita no es la típica chismosa de telenovela; es más bien un rol entre la comedia y el drama, marcado por un pasado misterioso y un par de decisiones que (al parecer) rayan en lo absurdo y lo cuasi-trágico. Su temple de mujer del teatro es regulado esta vez para proveer de organicidad la interpretación, aunque algunos rasgos teatrales se posan en la construcción, pero sin ser un defecto, más bien una decisión creativa de la actriz.

La química lograda con la gran Paula Alí es otro punto a destacar. Las dos actrices lucen por igual, aunque Villegas funciona como una especie de contrafigura, una “pala” dramatúrgica para reforzar los gags humorísticos de la Rosita interpretada por la Alí.

Tal vez Elenita llegó demasiado tarde a la vida de la actriz, tal vez solo necesitaba esta aparición televisiva para ganarse el corazón de todo un pueblo. De lo que si no queda dudas es que la Villegas fue, es y será siempre, una intérprete merecedora de toda la gloria del mundo.

 

 

 

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