Este 26 de abril, aniversario  35 de la explosión nuclear, la televisión ucraniana presentará el documental Sacha, un niño de Chernobyl, de  Maribel Acosta y Roberto Chile,  que pudo verse  hace unos días en la Mesa Redonda. Pero este lunes después del NTV, el Canal Educativo lo retransmitirá.

Rodaje del documental en Kiev, Ucrania

Maribel, una mujer de la televisión aunque soñaba de niña con escribir, realizó  una amplia investigación para podernos entregar una historia donde se respira  “sobre todo de la maravilla del crecimiento humano y profesional”.

Cuando veo sus pocas incursiones en  el audiovisual, me pregunto ¿por que la televisión se está perdiendo una profesional de su talla?. Es cierto que ella le aporta a la academia, y ¿Por qué no tiene un programa, donde primará la profesional comprometida?. Esa pregunta me  la he hecho muchas veces.

Chernobyl es en ingles, Chernóbil, en español, por  tal razón aparece escrito de las dos formas.  Ahora, Ud que me lee, aquí tiene las respuestas a  por qué navegó y navega en un hecho que habla de la grandeza de un país, Cuba, y de un hombre, Fidel:

-Fidel en el recibimiento a los  niños. 

-¿En 1990 fueron los niños de Chernóbil, asunto del trabajo de la joven reportera Maribel Acosta?

-Como dices, en 1990, cuando llegan los primeros niños y niñas a Cuba y empieza el Programa humanitario, era una joven reportera. En aquellos días, este era un tema de trascendencia para el trabajo informativo. Cuba ponía sus recursos humanos y científicos a disposición de una gran meta. Ello implicaba, en mi opinión, riesgos mayúsculos pues enfrentar las secuelas físicas y mentales de semejante tragedia requería de experiencia, de un sistema de salud robusto y sobre todo de una enorme disposición humana. Cuba no tenía experiencia pero la vida demostró que la disposición humana y la articulación del sistema de salud con todas las instituciones de la isla, podrían obrar el milagro.

Esa era entonces un área reservada para los periodistas experimentados, quienes asumieron mayormente las coberturas de los sucesos que sobrevendrían y de su seguimiento, tanto en la tv como en los demás medios. No fui protagonista de estas coberturas y como todos en el país estuve al tanto, como periodista y como cubana.

El niño Sacha en Tarará

Luego sucedió que se desintegró la URSS, el Campo Socialista desaparecería y el país se vio inmerso en aquella profunda crisis económica de los años 90. Como periodista mayormente cubrí los años del periodo especial: crisis de los balseros, las transformaciones económicas, la resistencia del pueblo de Cuba. En aquellos años duros y heroicos se mantuvo el Programa humanitario pero como parte de la estrategia de Fidel de llevarlo sin propaganda política y también por las tareas priorizadas de sobrevivencia del país, esta agenda se fue sumergiendo y fue quedando en un segundo plano. Otras urgencias le ganaron visibilidad.

- ¿Cuándo empezó tu afán de investigación en esa gran acción humanitaria?

Visita de los  médicos cubanos a la central atómica

-En el año 2015 conozco a la artista peruana Sonia Cunliffe. Ella había visitado Cuba con anterioridad en el 2011 y fue a bañarse a la Playa de Tarará. Allí vio a unos niños calvitos en la playa. Preguntó y le comentaron que eran los niños de Chernóbil. Ella quedó impactada, queriendo saber. Luego regresó a Cuba en 2015 y cuando nos conocimos quiso retomar la historia y me pidió que hiciera la investigación para una muestra expositiva de arte de archivo. Durante un año trabajé en los archivos de los periódicos Granma, Juventud Rebelde y la televisión, entrevisté a médicos y profesionales de la salud cubanos que trabajaron en ese empeño y a través de ellos mismos, a pacientes que se curaron en Cuba y que volvían de vacaciones. En ese mismo tiempo, conocí a Sacha y a su familia, los protagonistas del documental. Todos ellos a su vez pusieron a mi disposición sus archivos personales. Sin pensar que se ha agotado ni mucho menos, pero pude ir tejiendo toda una red de fuentes y archivos que me permitieron completar la investigación para el propósito inicial que era la muestra expositiva. Fue inaugurada el 26 de abril de 2016 en Lima, Perú, en el contexto de la Feria de Arte de Lima, cuando se cumplieron los 30 años de la explosión nuclear de Chernóbil. La artista peruana Sonia Cunliffe cumplía su sueño. El curador fue Jorge Fernández y la música la compuso mi hijo Jorge Fernández Acosta, estudiante de composición del Instituto Superior de Arte (ISA). Ahí la muestra comenzó su viaje. Fue inaugurada en La Habana en enero de 2017, y ha hecho un recorrido internacional interesante por Estados Unidos, Italia, Sudamérica. En agosto de 2019 volvió a presentarse en la Fototeca de Cuba cuando la agenda se resignifica con la producción de HBO Chernobyl. Aprovechamos el momento para retomar un tema que ha sido bastante silenciado por los grandes medios y a la exposición le añadimos un coloquio con médicos, pacientes, traductores, madres y personal vinculado al Programa humanitario de los niños de Chernóbil en Cuba. Más tarde, en febrero de 2020, la exposición es invitada a la Bienal de Arte de Asunción en Paraguay y ya ahí asumo la curaduría de la muestra con la escritura del texto de presentación de la misma. Para mayo de ese mismo 2020, se proyectaba su inauguración en el Museo Nacional de Chernóbil en Kiev, que ha tenido que posponerse por la Covid. Esperemos que más adelante puedan retomarse todos los proyectos que han quedado truncos por la epidemia, ahora más que ya está terminado el documental, cuya semilla fue justamente la exposición de arte y la investigación que le acompañó.

Inmersa en esos archivos, conociendo a los protagonistas, yo misma quedé sorprendida de la proeza científica y humana realizada. Me dio la dimensión de lo vivido y me permitió acceder a fuentes primarias de personajes de un lado y otro del Atlántico, que 30 años después ven este tiempo en Cuba como una de las memorias más importantes de su existencia; unos porque salvaron sus vidas, otros porque sin ellos no hubiera sido posible que fueran salvados. Todos, porque la solidaridad (¡si lo sabremos en estos tiempos!) es expresión de los mejores valores de la humanidad. Y esta investigación de fuentes vivas y memorias documentales no ha acabado. Siempre aparecen nuevas historias, distintos relatos, otros detalles que demandan más profundidad. Es un tema apasionante.

- ¿Conociste a Sacha entonces?

-Cuando en 2015 comienzo a investigar para la exposición de arte, el Dr. Julio Medina, quien fuera el Director del Programa humanitario durante la mayor parte de los 21 años que duró, me dio los contactos de Sacha y su madre, Lida. Ahí comenzó una etapa que ha marcado mi vida. Conocerlos de cerca, me aproximó a la tragedia que vivieron ellos y otros niños y niñas. Y también me arrimó a sus vidas personales, a otros conocidos, al mundo de Tarará y sus rutinas cotidianas, sus proezas, sus nostalgias; a las redes de solidaridad que tejieron entre ellos aquí y con el personal médico y paramédico. Tomó una nueva dimensión para míla importancia de los traductores y las camareras. La mayoría de ellas, en pleno periodo especial llevaban dulces y ropa a los niños de Chernóbil; por cierto, todas siguen trabajando en Tarará y sueñan con que el programa humanitario se retome. Sus hijos crecieron junto a los niños de Chernóbil y aun hoy muchos son amigos. Vencieron el miedo y los mitos del contagio por radiación y, el amor que dieron fue tan grande, que todavía están al tanto unos de otros.

En cuanto a Lida y a mí, tenemos la misma edad. Somos madres ambas, mujeres con iguales propósitos. Nos hicimos amigas. Y a través de ella el mundo de Sacha adquirió todos los matices. Luego de la muestra expositiva, nos aproximamos más. Y cuando empezamos el rodaje del documental y su proceso, entonces nuestra amistad ya era un hecho. Íbamos juntas a Tarará a bañarnos a la playa (el lugar preferido de Lida) y en medio del agua, casi siempre acompañadas de una sangría, comenzaron las confesiones mutuas. Me contó cosas tan personales y fuertes que con ello yo relativicé el mal momento personal que estaba viviendo en ese entonces. Las comidas ucranianas de Lida, sus amigas y sus mundos, fueron tan interesantes y ocurrentes para mí, que añadieron nuevos colores a mis vivencias. Estaba en medio de otro mundo cultural y las mismas aspiraciones y emociones humanas.

Cuando el rodaje del documental se trasladó a Ucrania, estaba preparada emocionalmente para interactuar con ese mundo y con aquellos niños y niñas que hasta ese momento eran solo anécdotas o fotos de prensa. Lida, Sacha y su familia, pasaron a ser también la mía. Aprendí mucho con ellos: la maravilla y el milagro que es la vida. Por tanto, no vale la pena añadirle sal; todas las desgracias son temporales… entonces paciencia, paciencia, paciencia… Lida siempre dice que ella tiene lo que soñó: su hijo vivo, dos nietos sanos y la magia de cada día. Lo demás es secundario. Ella podría ser una gran aportadora de vivencias sobre la resiliencia humana; Sacha también y cada uno de los que he conocido a lo largo de estos años.

He terminado adorando la comida ucraniana, hago algunos de sus rituales como la sentada encima de la maleta antes de viajar, el vodka hasta el final y luego el pepino y el pan… Por supuesto estoy al tanto de cómo están todos por allá, cómo van sus días y su salud. Y Lida y yo ya tenemos nuestros planes comunes para cuando termine la pandemia. Siempre sé de Sacha y su familia y de cómo van Valeria (la hija más grande) y Víctor, que nació en medio de la pandemia y es tranquilito y fuerte.

- ¿Cuándo pensaste que podía ser un documental?

-Desde siempre soñé con hacer un documental. Cuando los archivos se fueron convirtiendo en relatos mágicos y la interacción con cada una de las personas que intervinieron en el Programa me fue aportando detalles y nuevos descubrimientos, más allá de lo que permite el acercamiento periodístico; entonces supe que esta historia estaba pidiendo ser contada en un audiovisual. Y ocurrió otro milagro: Un día en la Casa Guayasamín de La Habana, en el centenario del pintor, conocí a Graciela Ramírez, la Directora en Cuba del multimedio argentino Resumen Latinoamericano. Ella ya había leído la serie de reportajes que sobre el tema yo había publicado en cubaperiodistas y cubadebate.  A partir de ahí comenzó todo el proceso del rodaje. Graciela y los colegas de RL han sido imprescindibles. Nos impulsaron, apoyaron, confiaron y abrazaron para que el documental se hiciera como habíamos soñado. La investigación fundamental ya estaba hecha. Por tanto el rodaje empezó enseguida y para octubre de 2019 ya estábamos filmando en Tarará y en noviembre partimos rumbo a Ucrania con Sacha, a buscar su historia de aquel lado. Lida nos esperaba allá, y su contribución junto a la embajadora cubanaen Ucrania, Natacha Díaz Aguilera, fue decisiva para que toda la agenda se cumpliera, incluido el impactante viaje a Chernóbil. Sacha no pudo ir a la central electronuclear porque los médicos le prohibieron semejante exposición y riesgo pero Lida sí fue y ella lloró mucho en ese viaje. Era profundamente triste lo que veíamos.

 Cuando terminó el rodaje en Ucrania, yo me quedé unos días más con Sacha y Lida en la casa de ambos. Eso me permitió gestionar los archivos audiovisuales en el Museo Nacional de Chernóbil en Kiev y conocer la ciudad con calma. Buscar las memorias múltiples que percibes en cada lugar que visitas. Es un tema que me apasiona, y en particular lo que está relacionado con la etapa del Campo Socialista. Resultó extraordinario para mí.

- ¿Cómo se da el vínculo con Roberto Chile?

-He trabajado con Roberto Chile durante muchos años, en proyectos comunes encargados a nosotros por Fidel y en etapas complejas del país. Un vez que la realización del documental se convierte en una certeza, Graciela Ramírez y yo convenimos en pedirle que se sumara al proyecto, por su experiencia y exquisitez como realizador, por su fotografía limpia y emocional y por sus valores humanos y de compromiso social y político. Y fue lo que esperábamos. El documental creció y la incorporación – a propuesta suya- de otros profesionales, también aseguró su factura estética. Nuestro editor, Osmany Beato, por suerte, conocía el tema porque antes había estado en esa misma historia con la periodista Deysi Gómez, quien abordó esta agenda en otro periodo. El equipo se completó con Daniel Chile, Vivian González, hijo y esposa de Chile, quienes trabajaron en la fotografía y la coordinación de la producción. Mi hijo, Jorge Fernández Acosta, estudiante de composición en el ISA, quien ya había escrito la música para la exposición, se encargó a su vez de la banda sonora del documental. Él conocía la historia y estaba familiarizado con los detalles humanos de estos relatos. Otros colegas trabajaron duro en el sonido, la corrección de colores, la postproducción, el subtitulaje… El papel de la traductora Svetlana Magazinova fue fundamental. Sin ella no solo no entenderíamos sino que en el momento de la edición y subtitulaje, su presencia fue determinante. La familia de Chile, mi familia y la de Sacha nos constituimos en una familia extendida… para siempre.

-En una entrevista me dijiste “aprendí a pensar meticulosamente cada noticia, a escribir en imágenes, a creerme mi trabajo” ¿De ahí nació Sacha?

-Sacha, un niño de Chernobyl nació sobre todo de la maravilla del crecimiento humano y profesional. ¡Fíjate que pongo humano primero! Y no es por gusto. Esta historia devela lo que la voluntad y convicción pueden lograr. Y si antes tenía un estructurado sistema de valores que ha sido imprescindible para mi camino profesional y personal; ahora es una biblia; y la despojo de cuanto achatamiento le quieran observar. Lo asumo en el estricto sentido de convicciones éticas, pasiones, compromisos y lealtades sin los cuales el mundo es un pobre espacio de sobrevivencia. Ese es un doloroso ejercicio de cada día. Todo crecimiento duele. Sacha es una apuesta a la utopía… que sigue haciendo falta, ahora más que siempre.

 

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