Daniel Barrera como Diego Trinidad.

De Judas a la fecha, la figura del traidor es un elemento recurrente en la literatura y el arte. Sobre él suele caer el castigo humano y divino y la repulsa colectiva. Ese controvertido rol le tocó al joven actor Daniel Barrera Valdés, al interpretar a Diego Trinidad en la telenovela cubana El derecho de soñar, que se trasmite actualmente.

En la novela de Ángel Luis Martínez y Alberto Luberta (hijo), quien la dirige junto a Ernesto Fiallo, Diego es un peón en la famosa “guerra del aire”, que entablaron el dueño de RHC Cadena Azul, su tío Amado Trinidad (Roque Moreno), y el magnate Goar Mestre (Denis Ramos), dueño de la CMQ.

Sobre el saldo profesional que le dejan el personaje y la telenovela, accedió a conversar Daniel con www.ahora.cu, entre otros tópicos diversos, que le revelan no solo como un gran conversador y chico sincero, sino como una promesa de la actuación y un hombre que sabe lo que quiere.

Foto: Cortesía Ángel Luis Martínez

El derecho de soñar fue mi primera novela y, para colmo, mi primer coprotagónico. Ya por ahí empieza el reto y el aprendizaje, porque son muchos días de filmación seguidos y con muchas escenas. Al contrario de lo que mucha gente piensa, filmar cansa y mucho, no tanto física como mentalmente. Son muchas horas, a veces sin filmar, porque están filmando otras escenas con otros actores; entonces, ya es un reto el tener que mantenerte con la mente fresca y concentrado, para estar en las máximas condiciones y dar lo mejor de ti a la hora que te llamen.

“Fue un espacio de aprendizaje porque tuve que compartir escena con grandes actores, como Roque, Clarita, Amelia, Yaremis... eso siempre te deja algo. Al ser una novela de época, por lo menos sus primeros capítulos, tenía que encontrar el punto exacto en el hablar de aquel entonces, y la gestualidad, sin que a la gente le pareciera ‘teatro’. Tenía que lograr lo que me pedía la caracterización sin perder la naturalidad y sin que pareciera impuesto.... Entonces, fue un reto, una forma de aprendizaje y, como me gusta decir a mí, un juego”.

¿Qué particularidades tuvo la construcción de este personaje?

Diego tenía que ser muy sutil, y a pesar de ser tan “malo”, como le gusta decir a la gente, debía tener la mayor verdad posible en todas las palabras que dijera para lograr algo. Era como actuar dentro de mi actuación; entonces, tenía que tener cuidado de no dar a demostrar nada, de no mostrarle al público: “Ey, estoy diciéndole mentiras a mi tío porque quiero conseguir algo”; era decirle mentiras, que Diego, no Daniel, actuara...

Además, quería que Diego se moviera lo menos posible, que todo fuera pequeñito, y que todo se diera con los ojos, con la mirada; que lo pícaro, lo malo, lo bueno, o como quieras llamarle, se diera por los ojos; para mí, ahí estaba la exquisitez de la construcción del personaje.

¿Qué experiencia te deja el haber participado en la telenovela?

Muchísima: estar rodeado de grandes actores te hace fijarte en ellos, en su manera de encarar un personaje, en su percepción de por dónde va la escena; muchas veces, puede ser contraria a la tuya, y eso ayuda a crecer, a aprender.

Junto a parte del elenco de El derecho de soñar. Foto: Grupo de Facebook El derecho de soñar
 

¿Qué requerimientos conlleva participar en una producción de época?

Lo principal es ser capaz de liberarte de ti, de tu manera de ser, sobre todo gestual y de tu cadencia o forma de hablar; son otros tiempos, por lo que su manera de hablar, de moverse, e incluso hasta su manera de ver y reaccionar ante la vida es totalmente diferente. Aquí vamos a otro punto, estudiar mucho, preguntar, hablar, leer, porque esa época no la vivimos. Entonces, para que no sea un cliché, o una representación barata, hay que estudiarlo.

De tu desempeño, llamó la atención el cuidadoso fraseo y la impecable articulación de tus textos. ¿Se deben a tu entrenamiento teatral?

Se deben a mi entrenamiento teatral y, sobre todo, a mi particular cuidado sobre eso. No es una excusa, pero soy habanero y hablo muy rápido. Entonces, para este personaje, que es de época, tuve que cuidar mucho el hablar. Tuve particular cuidado sobre la manera de hablar, la articulación, porque es audiovisual. Además, mi personaje era un tipo de dinero, con educación. En el teatro no sé por qué, pero no me pasa. En todo tu trabajo como actor te tienen que entender porque, si no te entienden, eso desconecta al espectador para seguir la historia.

Preparando una escena, junto a los actores Roque Moreno y Clarita García y el guionista y director Alberto Luberta. Foto: Página oficial de El derecho de soñar
 

¿Cuál es tu experiencia particular en relación con el público, mediada por la interpretación de un personaje negativo? Por ejemplo, el actor que interpretó a don Rafael del Junco en la versión peruana de El derecho de nacer fue apuñalado por televidentes enfurecidos...

Sinceramente, no he tenido ningún tipo de problema; todo lo contrario, la gente me ha felicitado por el personaje; mucha gente me ha dicho que está agradecida, porque hay una cosa diferente en la televisión. Lo máximo que me dicen por la calle es: “Eres malo, eres malísimo”. Incluso, una anécdota, de que cogí un carro y cuando me bajo, le digo al chofer: “Disculpe, ¿cuánto le debo?”. Y él me dice: “No, nada, pero, de todas maneras, yo sé que cuando le robes todo a tu tío, vas a tener más dinero que yo”. Yo no entendía, al principio, de qué estaba hablando. Pero, por lo demás, la gente que me ha visto por la calle y me ha reconocido, porque ahora tengo el pelo más largo y no tengo el bigote, me lo agradece mucho y me felicita. Nadie me ha apuñalado todavía.

Tienes papeles en dos telenovelas próximas. ¿Se parecen a Diego Trinidad? Háblanos de esos personajes, sin spoilers.

No se parecen en nada. El de la novela Viceversa es un estudiante de la universidad, amigo cercano del protagonista y su sobrenombre es “el Yeti”, mientras que el de la novela Renacer, en la cual recién empezamos a ensayar, se llama Jean, es un muchacho muy maduro por cosas que le han pasado, no quiero hacer spoiler; además, es de Granma y tiene que venir a La Habana por cuestiones personales muy importantes. El primero es muy extrovertido y juguetón y este último es más introvertido y maduro para su edad.

Diego (Daniel Barrera) confronta a Esther (Amelia Fernández). Foto: Página oficial de El derecho de soñar
 

El policial Tras la huella es un espacio que goza de notable popularidad. ¿Cómo valoras tu participación en el caso “Varado”?

Hice de proxeneta, otro personaje totalmente diferente a lo que soy en mi vida personal. Ese alejamiento de tu persona te ayuda a experimentar y trabajar en registros en los que normalmente no te comportas. También, como en la novela, quería alejarme del típico cliché de “soy malo”; tenía que encontrar el porqué de lo que hacía, el lado humano y real de ese tipo de personas, el porqué de hacerlo y el cómo modifica eso, no a Daniel, sino a ese tipo de personas. Ahí está la “pincha”.

¿Qué huella dejó tu participación en la polémica serie Primer grado, tenida por poco convencional dentro de la tele cubana?

Tuve una participación corta, pero lo que más me gustó, amén de lo que dices de poco convencional pues provocó opiniones dispares, fue que trabajé con muchos compañeros que se graduaron de la ENA en mi grupo, como son Víctor Cruz y Dianys Zerquera, los cuales, para lástima de la actuación de este país, no están ya aquí en Cuba.

Como el proxeneta Yadier en el policial Tras la huella, caso “Varado”. Foto: Tomada de Internet.

 

Vamos al origen: tu papá es productor de teatro y cine y, sin embargo, niegas que influyera en tu vocación; por tanto, ¿por qué actor, desde cuándo deseaste serlo?

No es que yo niegue que haya tenido una influencia en mí. Quizás inconscientemente, porque iba a ser actor, pero nunca me dijo: “Vas a ser actor”. Mi papá fue, por muchos años, el productor de Héctor Quintero. Yo conocí a Quintero siendo un niño, pero no sabía quién era y, por tanto, le daba la importancia que le da un niño a las cosas importantes, como en El Principito. Para mí, era un señor que era amigo de mi papá, amigo de la familia, que venía a la casa, pero yo no sabía quién era. Cuando él falleció, en el 2011, iba a ser el padrino de mi hermano, que se llama Héctor David por él. Recuerdo que venía en el carro de mi papá, llegando a la casa y, de repente, por cosas de niño o por cosas del destino, le digo a mi papá: “¿Cómo yo puedo ser actor?” Él me dice que entrando en la ENA; y yo le dije: “¡Ah, ya! Yo quiero ser actor”. Ahí fue cuando empezó la noción de que quería ser actor. Empecé a hacer cositas, pero nunca más me interesé por eso, hasta que cumplí los trece años, que fue cuando empecé a tener la noción de que quería entrar en la ENA. Yo creo que el arte, viene por parte de mi mamá; aunque papá, hoy en día, me ayuda mucho porque tiene muy buen ojo para para esas cosas. Me fue a ver, la primera vez, en Kilómetro cero, y le pregunté: “Papá, ¿qué te pareció?” Y él me dijo: “Muy bien, me gustó mucho, pero en tal parte del monólogo te fuiste de personaje”, y tenía razón. Entonces, mi padre quizás no influyó tanto, pero hoy por hoy sí es una influencia en lo que hago y, sobre todo, a la hora de criticar mis cosas.

¿Cómo llegas a la Escuela Nacional de Arte (ENA) y cómo valoras tu paso por allí?

Llego en el 2015, siendo un niñito, sin ninguna noción de lo que era actuar, y podría decir, orgullosamente, que salí siendo un hombre. La ENA, para mí, fue una salvación, un soplo de aire fresco en mi vida. Estaba buscando mi lugar en el mundo, me sentía fuera de lugar, y ahí fue donde encontré mi hogar, el sitio donde podía ser yo y ser feliz. Fue estresante para un niño de 15 años. La intensidad que se vive dentro de la academia es muy fuerte, pero todo eso te lleva a madurar muy rápido. Yo digo que fue una de las épocas más lindas de mi vida y volvería a repetirla.

Durante un ejercicio de interpretación en la ENA. Foto: Cortesía Daniel Barrera.
 

Actualmente, cursas el Instituto Superior de Arte (ISA), ¿de qué herramientas provee la academia a los jóvenes actores? ¿Maestros recordables?

Soy del curso para trabajadores y, siendo sincero, he intentado tener un paso provechoso por el ISA, pero hoy en día, quizás para mi persona, el ISA no me motiva. Quizás tengo como referencia la ENA, y ese recuerdo nostálgico tira de mí. No sé si será el ambiente o el que no estoy a tiempo completo, pero el ISA no ha sido lo que esperaba. Eso sí, he tenido profesorazos. Dos de ellos son Osvaldo y Claudia, de Estudios Cubanos, ambos nos atrapan a mí y a mi grupo con sus clases. Son gente genial, gente con mucha sabiduría y joven, además de que sus clases son muy entretenidas. Escuchar a gente que sabe tanto siempre te atrapa.

Los medios exponen mucho y todo arte puede ser cuestionado. ¿Qué opinas sobre la crítica de arte, y cómo reaccionas ante ella, de no ser positiva?

El arte es subjetivo, hay cosas que funcionan y cosas que no, eso está claro, pero la manera de hacer arte es muy subjetiva y puedes gustarle a mucha gente y a mucha no, y es válido todo. Existe tanto la crítica popular como la “entendida”, está ahí y no puedes hacer nada, salvo aceptarla como hay que aceptar en la vida todo lo que no está en tus manos. Soy estoico por esa parte.

¿Cómo reacciono ante ella? Como en mi vida: de las cosas malas saco las buenas, lo que me interesa y me puede hacer crecer, lo demás lo respeto. Shakespeare, para muchos de nosotros, es un genio y a otros les parece aburrido o “cheo”. En la vida, nunca vas a gustar a todos en ningún aspecto, pero eso es bueno: en el conflicto hay crecimiento, así es como avanza la humanidad.

Con Teatro Buendía, en “La señorita Julia”, de Strindberg. Foto: Cortesía Daniel Barrera

 

Has trabajado con grupos modélicos del Teatro cubano. ¿Qué significa esta posibilidad para un joven actor? ¿Alguna puesta en escena o personaje en particular te han marcado?

Ha sido gratificante trabajar con varios grupos de teatro, modélicos como dices, porque tienen una manera muy marcada de hacer el teatro, tienen su estilo. Buendía tiene su estilo, La Luna tiene su estilo, El Público… entonces, uno tiene que adaptarse y eso te ayuda a desarrollarte como actor, y más yo, que soy joven, porque no te adaptas a hacer un solo tipo de teatro o a hacer un solo género, o a la manera particular de un director. Incluso, a la parte humana de los directores. Y tienes que saber lidiar y trabajar con todo eso, para poder tener los resultados que ellos quieren. Ha sido un orgullo trabajar tanto con Buendía, como con La Luna, como con Argos Teatro, e incluso con un proyecto más reciente como El Túnel. Ha sido muy gratificante.

A mí me marcó mucho La boda, de Virgilio Piñera; sobre todo, porque fue una de mis tesis de graduación. Tuve dos: con Teatro El Público, Sueño de una noche de verano, y con Teatro de la Luna, La boda, que fue la primera obra como profesional. En esa obra hay que cantar, hay que bailar, y siempre me han gustado mucho los musicales. Siempre he querido hacer musical y esa era una manera de acercarme a ellos. Además de que trabajé con mis compañeros y con Raúl Martín, que es un amor como director y como persona, lo más grande. Para mí, fue muy rico. Ese proceso lo disfruté muchísimo. De hecho, también era “de época” y tenía que hablar de una manera diferente; entonces, fue un juego. Para mí, esas cosas son un juego y yo me divierto cuando juego con amigos, soy feliz.

En la obra “La boda”, de Virgilio Piñera, con Teatro de La Luna. Foto: Cortesía Daniel Barrera

 

¿Te ha influido, como actor, haber podido hacer obras de Shakespeare, Strindberg o Virgilio Piñera?

Obviamente, son autores muy distantes en el tiempo entre ellos, por lo que el mensaje que quieren trasmitir, y que uno tiene que actualizar para llevar a su público, es muy diferente, tanto en la estructura de sus obras, como en géneros, etcétera, y, por ende, muy diferente en la forma del actor abordarlos. Es una manera muy enriquecedora de crecer como artista.

¿Qué es el proyecto teatral Kilómetro cero, que actualmente te acoge?

El proyecto Kilómetro cero es mi actual familia. Es una obra que tiene que ver con la prostitución masculina en La Habana, sobre una investigación del doctor Julio César Pages y dirigida por Liliana Lam. Hemos hecho ya varias puestas y a la gente le ha gustado muchísimo. Incluso, ayer fui a un billar y un hombre me reconoció, no por la novela, sino por Kilómetro cero. Disfruto muchísimo haciéndolo, mi personaje es un guajiro de Manzanillo que viene a La Habana a buscar una mejor vida y está prostituyéndose.

En “Sueño de una noche de verano”, de William Shakespeare, con Teatro El Público. Foto: Cortesía Daniel Barrera

 

Entre el teatro y la televisión, ¿cuál prefieres y por qué?

No podría elegir entre uno y otro. Cada uno tiene sus pros y sus contras, la TV es más frenética en la manera de hacerse; desde mi punto de vista, los procesos son más fríos y distantes. Es llegar y filmar con toda la información que has recabado y todo tu estudio. Muchas veces, apenas tienes ensayos para interactuar con los otros actores, por lo que requiere autoestudio, además de herramientas, como actor, para poderte preparar estando en el set y dar el resultado que el director quiere. La gente dice: “Se puede cortar, es fácil”. No lo es, amigo. Eso te pone presión, de cierto modo, porque tienes a todo el equipo técnico esperando por ti, a que des lo que quieren, exactamente lo que quieren, en un chispazo. Es complicado.

El teatro es en vivo, pero no hay actor que no disfrute de eso, esa energía del público; cada función es única, y cada día no somos los mismos o no nos sentimos igual, pero eso es lo rico del teatro, es aquí y ahora, es una hora donde estas intercambiando energías con tus compañeros, con el público. Además, a mí me gustan más los procesos del teatro; uno crea vínculos, se crea una pequeña familia. A mi entender, esa es la única manera de hacer un teatro donde todos brillen y haya realmente un amor colectivo por lo que se está creando. Así que, si tuviera que elegir uno, te diría que el teatro.

¿Está hacer cine entre tus aspiraciones?

Tengo el sueño de hacer cine. Participé en Habana selfies, aunque fue una aparición momentánea, pero sentí la energía, lo que se vive. Definitivamente, quiero hacer cine.

Junto a Roque Moreno, en “Kilómetro cero”. Foto: Sergio Jesús Martínez

 

¿Tus pautas como actor, aquello que jamás traicionarías?

Jamás me perdonaría subir a un escenario o estar frente a una cámara y no darlo todo. Es una falta de respeto, no solo para con el público, sino conmigo mismo y con la profesión; podrá o no salirme una escena, pero no será porque no puse toda mi energía ahí. Otra cosa es que necesito divertirme, jugar, para mí eso es actuar y creo que es la única manera en la que puedo abordarlo: jugando, disfrutando. El día que no disfrute, no seré feliz, y en mi vida no me permito hacer algo que no me haga feliz. No tendría sentido alguno.

En Instagram posas como modelo, ¿es otro camino?

Quizás, lo he pensado alguna que otra vez, me gusta la moda, pero sería un complemento, un trabajo más, otro camino, pero no El Camino.

En las redes sociales ofreces una imagen cambiante, aunque marcada por la aspereza y cierto cinismo, a la sombra de Kurt Cobain o David Bowie... ¿Quién eres tú?

Me encanta esa imagen, esa sensación de ser cínico, áspero, rudo; son cosas que no practico en mi vida, quizás por eso disfruto tanto de ese tipo de personajes. Me gustan los personajes “malvados”, esa es una de las maravillas de la actuación, disfruto hacer daño en escena, decir palabras hirientes, es una sensación de adrenalina interesante. Ahora, ¿quién soy? Todo lo contrario de esa imagen; como le digo a la gente que no me conoce: puedo parecer duro, pesado, pero soy un pan. Tengo una máxima en la vida, y es que antes de ser un gran actor, un gran deportista, o un gran empresario, lo primordial es ser un gran ser humano.

En la película “Habana selfies”, de Arturo Santana. Foto: Tomada de Internet

 

¿Cuáles son las barreras de Daniel Barrera?

Muchas, he madurado bastante en estos años, pero aún tengo cosas que mejorar tanto en mi persona como profesionalmente. Creo que la principal barrera que tengo es que soy muy duro conmigo mismo. Mis compañeros lo saben, soy muy autocrítico, y me flagelo muchas veces por cosas que no salen, o no salen como yo quisiera. Creo que tengo que ser un poco más bondadoso conmigo y permitirme los errores que puedo permitirles a los demás, pero estamos trabajando en ello.

¿Podemos hablar del Daniel familiar, íntimo, el muchacho del Cerro?

Daniel es un muchacho normal. No me considero de una especie superior por ser actor, como mucha gente supone que deberíamos ser. Amo caminar por la calle, por mi barrio, siendo Daniel; no soporto que me llamen “actor” o “Daniel, el actor”. Siempre corrijo a la gente y le digo: “Aquí soy Daniel”. Tengo mis amistades de la infancia, quienes, gracias a Dios, se mantienen conmigo, y me encanta salir con ellos. Rehúyo de la farándula, no me interesa. Me encanta el fútbol, hacer ejercicio, los videojuegos. Soy muy ansioso y adicto al trabajo. Me gusta tener muchas responsabilidades, muchas cosas que hacer y, sobre todo, me encantan los retos, si no, me aburro.

Me apena mucho que la gente me reconozca por la calle; a veces, digo que me gustaría ser anónimo, pero, desgraciadamente, el que te conozcan va ligado a que tu trabajo es bueno. Entonces, es algo que hay que aceptar. Soy muy competitivo, cuando algo se me mete entre ceja y ceja, no hay dios que me pare. También soy muy romántico; me considero humilde, carismático, y muy bromista. Me gusta que la gente que me regale un poquito de su tiempo, ya sean amistades, familia o novias, se sienta bien. Casi siempre me preocupo más por la gente que por mí mismo.

En Instagram. Foto: sander.diazphoto

 

¿Cuáles son las barreras de Daniel Barrera?

Muchas, he madurado bastante en estos años, pero aún tengo cosas que mejorar tanto en mi persona como profesionalmente. Creo que la principal barrera que tengo es que soy muy duro conmigo mismo. Mis compañeros lo saben, soy muy autocrítico, y me flagelo muchas veces por cosas que no salen, o no salen como yo quisiera. Creo que tengo que ser un poco más bondadoso conmigo y permitirme los errores que puedo permitirles a los demás, pero estamos trabajando en ello.

¿Podemos hablar del Daniel familiar, íntimo, el muchacho del Cerro?

Daniel es un muchacho normal. No me considero de una especie superior por ser actor, como mucha gente supone que deberíamos ser. Amo caminar por la calle, por mi barrio, siendo Daniel; no soporto que me llamen “actor” o “Daniel, el actor”. Siempre corrijo a la gente y le digo: “Aquí soy Daniel”. Tengo mis amistades de la infancia, quienes, gracias a Dios, se mantienen conmigo, y me encanta salir con ellos. Rehúyo de la farándula, no me interesa. Me encanta el fútbol, hacer ejercicio, los videojuegos. Soy muy ansioso y adicto al trabajo. Me gusta tener muchas responsabilidades, muchas cosas que hacer y, sobre todo, me encantan los retos, si no, me aburro.

Me apena mucho que la gente me reconozca por la calle; a veces, digo que me gustaría ser anónimo, pero, desgraciadamente, el que te conozcan va ligado a que tu trabajo es bueno. Entonces, es algo que hay que aceptar. Soy muy competitivo, cuando algo se me mete entre ceja y ceja, no hay dios que me pare. También soy muy romántico; me considero humilde, carismático, y muy bromista. Me gusta que la gente que me regale un poquito de su tiempo, ya sean amistades, familia o novias, se sienta bien. Casi siempre me preocupo más por la gente que por mí mismo. 

En el monólogo “Spoon River / Harry Wilmans”, con Perséfone Teatro. Foto: Cortesía Daniel Barrera

 

¿Aficiones?

Jugar al fútbol, soy fanático al fútbol y del Barça. Ver los partidos me estresa casi más que actuar. Me encanta hacer ejercicio en el gimnasio.

Además, jugar videojuegos, salir con mis amistades; escribir, ya sea poesía o cualquier cosa que se me ocurra. Y no hay cosa que me guste más que sentarme con mis mejores amigos en una terraza, con un buen café, a reírnos y hablar de todo un poco.

¿Sueños?

Muchos. Se irán cumpliendo poquito a poquito, pero sueño todos los días de este mundo con ser de los mejores actores de este país.

Foto: Cortesía Daniel Barrera

¿Planes?

Ser feliz. No tengo más ningún plan en la vida que no sea ese. Lo demás es pura improvisación, como en la actuación.

¿Y si no fueras actor, y tuvieras que comenzar de nuevo?

Volvería a serlo. ¿Por qué elegir otra profesión cuando, mediante la actuación, puedo ser lo que quiera imaginar? Quizás por eso elegí serlo.

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