La decisión del Ministerio de Cultura y del Consejo Nacional de las Artes Escénicas de fraguar alianzas con la TV Cubana debe trascender la urgencia coyuntural y valorarse como un vehículo permanente de irradiación social de la cultura

La decisión del Ministerio de Cultura y del Consejo Nacional de las Artes Escénicas de fraguar alianzas con la TV Cubana para que la programación esencial del 19no. Festival Internacional de Teatro de La Habana transcurriera en la pantalla doméstica debe trascender la urgencia coyuntural y valorarse como un vehículo permanente de irradiación social de la cultura.

Si bien la situación epidemiológica del país obligó a los organizadores a elegir esta vía alternativa, el regreso a las tablas, al contacto vivo y cercano de obras, autores, actores y público, sumamente limitado en esta convocatoria pero que ya se avizora, no implicará necesariamente echar a un lado las posibilidades abiertas por la articulación entre las instituciones escénicas y el medio televisual, sobre todo pensando en el público cubano, que se las entiende mejor con el televisor que con las plataformas digitales y el gasto de datos móviles.

Aun cuando no se desplegó como era de esperar el acento promocional específico por compañías y obras que permitieran a los telespectadores fijar espacios, fue notable el hecho de que buena parte de los 32 espectáculos en cartelera llegaran a los hogares, y mucho más, puesto que documentales y paneles integraron una programación grávida de proposiciones interesantes.

Las intervenciones de críticos y gente de teatro, portadores de valiosos testimonios, facilitaron la comunicación de aspectos relevantes de la vida y obra de Berta Martínez y Virgilio Piñera, figuras icónicas del teatro cubano, en el centro del festival.

Mas si quiere extraer experiencias, habrá que tomar en cuenta la diferencia funcional y de lenguajes entre el teatro y la televisión. Vivian Martínez Tabares, una de las voces más autorizadas en el campo de las artes escénicas, observó la distancia que media de un espectáculo concebido para su representación en un teatro o sala a su traslación a la pantalla, mediación en la que se pierde inevitablemente la cercanía física, emocional e intelectual de la entrega, recepción y asimilación del hecho representado.

No basta con colocar una, ni dos, ni tres, e igual número de micrófonos, en una sala para plasmar una puesta en escena. La iluminación en un recinto teatral poco o nada tiene que ver con la que se requiere en una puesta en pantalla. El desconocimiento de ello, más la poca calidad visual de las copias transmitidas, se alzaron como un valladar infranqueable para apreciar los muy notables desempeños de Teatro Macubá en su intensa y raigal relectura de La casa de Bernarda Alba y Comedia a la antigua, versión de la pieza homónima del ruso Alekxei Arbuzov, por el grupo A Dos Manos, de Santiago de Cuba.

Hay que establecer vasos comunicantes entre el teatro y la pantalla; hacer teatro para la televisión sin perder de vista lo esencial de uno y otra. Revisitar Hierro lo demostró. Aunque vendría bien analizar lo que vino de España con Amor oscuro (sonetos), espectáculo del Centro Viridiana escrito y dirigido por Jesús Arbués y representado por el excelente actor Javier García Ortega, que recrea una colección de poemas lorquianos publicados póstumamente solo a la altura de 1983.

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