No mires arriba es el título de esta última entrega de McKay, un artífice de la nueva comedia que pasará a la historia del cine como un artista interesado en convertir en sátira los aspectos más criticables de su país
Foto: Fotograma de la Película

El estadounidense Adam McKay le mostró a una parte de su sociedad altamente idiotizada los rasgos que la identifican, y el resultado ha sido un filme aclamado desde los días finales de 2021 y todavía en boca de muchos, que no dejan de aplaudirlo o criticarlo.

 No mires arriba es el título de esta última entrega de McKay, un artífice de la nueva comedia que pasará a la historia del cine como un artista interesado en convertir en sátira los aspectos más criticables de su país con filmes como La gran apuesta (2015), acerca de la crisis financiera del año 2008, burbuja inmobiliaria que le cortó el aliento a millones de personas y llevó a la bancarrota y muerte por suicidio a un número de víctimas todavía por determinar, e igualmente, El vicio del poder (2018), biopic que puso de vuelta y media a Dick Cheney, un burócrata escalador de Washington que terminó ejerciendo un dominio inconmensurable –todavía con ramificaciones fatales– como vicepresidente de George W. Bush.

 Producida por Netflix y ampliamente divulgada en las redes, No mires arriba es la historia de un meteorito gigantesco que amenaza con destruir la Tierra en seis meses y que, puesto en evidencia gracias al proceder de dos científicos (Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence) será objeto de las más absurdas manipulaciones, tanto por una Casa Blanca con una mandataria (Meryl Streep) que en mucho recuerda las mañas politiqueras de Donald Trump, como por otros confluyentes contaminantes: prensa, redes sociales exaltadas hasta el delirio, espectáculos culturales, millonarios dadivosos, personajes actuantes fácilmente identificables en los días que corren, y no solo en el entorno  norteamericano en el que se inspiró el realizador, pues  protagonistas claves de No mires arriba han encontrado sus sosias en diversos países donde poses y conveniencias no son rara avis

 La manipulación y la mentira como herramientas de la comunicación cotidiana coronan esta nueva película de corte catastrófico, en la que muchos han querido ver referencias a los peligros acarreados por el cambio climático y la pandemia de las constantes mutaciones, sin dejar a un lado el susto omnipresente de una posible guerra atómica.

 ¿Cómo se puede jugar con todo ello desde posiciones de máximas responsabilidades? Pues se ha jugado, parece responderse el propio Adam McKay al referirse al desenvolvimiento de sus personajes, algunos muy inteligentes, como el científico que encarna DiCaprio, convertido, sin embargo, en portada de revistas y en estrella de espacios televisivos, luego de prestarse al absurdo de las seducciones políticas y las conveniencias económicas, mientras su compañera de equipo (la Lawrence) se niega a participar en la engañifa electorera de la presidenta y le dice en su cara «yo no la he votado». Una galería de personajes que pudieran parecer hijos de la imaginación, si no fuera porque resaltan en un medio regido por la insustancialidad televisiva y el culto a ese «héroe» estadounidense imprescindible, que tan bien diseccionara Ang Lee en su filme Billy Lynn (2016), y que ahora vuelve a dar su do de pecho en la piel del actor Ron Perlman.

 Mirar hacia arriba, la acción física, demostraría que la ciudadanía tiene conciencia del peligro por llegar. Pero no mirar, desentenderse y dejar que el Gobierno se encargue de «resolver el asunto» es la divisa de una presidenta (Meryl Strepp pasándole la cuenta al ruidoso Trump) que se beneficiará con su actuar en unas próximas elecciones, además de que el meteorito, convertido en preciado mineral por una empresa aliada al Gobierno, será un fértil negocio.

 No mires arriba es un filme pletórico de lecturas contemporáneas acerca de una sociedad que parece tragarse a sí misma, y con momentos de hilaridad que se agradecen. Pero con más de dos horas de duración y una trama que también abarca amoríos, enredos varios y aspectos de la vida personal de los dos protagonistas, no logra sostener un equilibrio dramático conveniente dentro del tono de sátira social y política que asume, un género en el que se destacan clásicos como Desde el jardín (Hal Ashby, 1979) o Mars Attacks, recordable como brillante metáfora de una estupidez política y social. La respuesta a por qué se está viendo en buena parte del mundo y de una manera desmedida el filme de Adam McKay, pudiera ser que llega en momentos en que ese mundo está necesitado, quizá como nunca antes, de colocarse ante un espejo.

Tomado de Granma Digital

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