En 2009 era muy pequeña y, por mucho que idealizara el universo juvenil como un gran campo de flores amarillas, hablando de fiestas, besos y grupos musicales, estaba muy distante de mi percepción del mundo. Fue en ese mismo año cuando llegó por primera vez a la pequeña pantalla la teleserie juvenil «Mucho Ruido», una «fiebre» en la multitud púbera, y me atrevo a decir más allá: un espacio televisivo que ancló el corazón de nuestros padres, abuelos y amigos; un verdadero himno; un accesorio más para marcar una época; una balada perfecta para amores y veranos; un campismo al que todos quisiéramos ir de vacaciones; un pacto de amistad eterna como simbolismo de una vibra generacional que no se desvanece con las manchas del tiempo.

Así veía yo a «Mucho Ruido»: un colirio con otros efectos. En casa, el botón rojo del control parecía activarse solo a las 7:30 p. m., cuando aún prevalecía un destello intermitente de las añoradas aventuras... y fue la aclamada serie otra manera de estelarizar la «hora de baños y comidas».

Los encantos de aquel grupo que recién concluía la Secundaria Básica dejaron un sabor agudizado con el curso de los años. Y en pocas vueltas al Sol, «Mucho Ruido» se convirtió en un récord de retransmisiones en la televisión cubana. No pocos acuden a ella cuando explotan las «evidentes predicciones» en torno a la próxima aventura; pues la sitúan en lo más alto de un podio, donde acompaña, quizás, a las memorias de un abuelo o un grito de Lorencito, tan reiterados, pero, a la vez, tan especiales.

Hace unos días, la curiosidad me puso como «gato que desea ser ultrajado»: ¿qué propuesta regresaría para colorear las tardes de Cubavisión? Las selecciones recientes —a pesar de su frecuencia mínima semanal y las cambiantes franjas horarias— gozaron de gran aceptación debido a su «tino», que logró disparar en la diana del imaginario popular. Sin embargo, fue inevitable la expresión de sorpresa en mi rostro, y la ilógica e inherente interrogante como complemento cíclico a las tantas veces que se repetía la escena: ¿de nuevo?

Es posible que la comunidad juvenil y la familia en general esperasen un audiovisual «menos gastado»; pero, independientemente de la sobredosis que hemos recibido, siento que la bienvenida a «Mucho Ruido» no deja de ser calurosa.

La teleserie, dirigida por Mariela López, cuenta la historia de un grupo de adolescentes que culmina el noveno grado, y resulta seleccionado para una estancia de 15 días en un campamento de pioneros.

Allí se desata, en su mayoría, la línea argumental: las vicisitudes, vínculos afectivos con compañeros y profesores, la interacción con otros estudiantes, enfrentamientos, diversión y exploración hacia la vida.

Si bien pudiera resultar un poco alejada de los patrones sociales de hoy, su esencia dramática constituye un legado al hacer y pensar de quienes florecen actualmente en escenarios similares. Pudiera, además, entretejerse esa ambientación estival en una confluencia de entretenimiento y escuela, en un reflejo de psicologías y tendencias de esa etapa de la vida que toma las riendas del protagonismo.

La franja azul de agua salada, los cocos, ríos, cabañas y excursiones nos trasladan a un universo paradisíaco donde aún no ha proliferado el uso de las tecnologías, ni esa inclinación o apropiación cultural consumista. Es precisamente ese viaje a un pasado cercano lo que hace que respiremos sentimientos y comprendamos actitudes, que nos encontremos y analicemos cuánto hemos cambiado... Los entornos insanos no han dejado de existir, así como las ilusiones quinceañeras de coreografías y trajes.

En los aspectos anteriores, «Mucho Ruido» tipifica una esfera versátil, con modas que permanecieron a pesar de variar mínimamente los contextos. Si observamos la conducta de un joven de 14 años o más, las imágenes de la teleserie serían un espejo a problemáticas que transitan desde un simple conflicto en la calle hasta la decisión vocacional que define el futuro, o el mito de la primera relación sexual. El abordaje esquematiza otros aspectos como el consumo de drogas, el embarazo en la adolescencia, las relaciones amorosas con personas físicamente limitadas, la marginalidad, la transición hacia la madurez y las complejidades en la personalidad devenidas de situaciones en el seno familiar.

¿Y en qué lugar queda la amistad?

«Mucho Ruido» no desarrolla los conflictos de manera aislada... El mágico pacto y fortaleza de los lazos amistosos, por encima de cualquier barrera, inserta el mensaje principal. La simbiosis, armonía y sinceridad que sumergen en el mar o se agotan en la cancha de baloncesto, hacen de la obra coral un clásico verdaderamente inolvidable.

¿Cómo dejar atrás a los que dibujaban por el aire una señal del destino?

Las fiestas en el club nocturno, los chapuzones, el humor y trato cariñoso de los profesores, la ternura de Laura (Clara González), la tozudez de Claudia (Rachel Cruz), los pasillos de Eric (Leandro Cáceres), los poemas de Ana y Henry (Hani Valero y Marlon López), la timidez de Luis Manuel (Manuel Quintana) e, incluso, aquel tema de Buena Fe, o el rap de cierre que nadie entendía pero no dejábamos de tararear... Esos son los ruidos que no me canso de escuchar, y que, aun con mil retransmisiones, tienen mucho que enseñarme.

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