Agradezco al programa “Letra fílmica” la exhibición del filme francés El sabor de la vida (también conocido como A fuego lento), que ya había programado “Arte siete” -y que en aquella ocasión no pude ver-.
Dentro del llamado “gastrocine” -línea genérica que no se detiene , al contrario- la historia profesional y después íntima entre Eugenie, cocinera de prestigio, y Dodin, el gastrónomo para el que trabaja desde hace 20 años, genera un filme que, como los deliciosos platos que se preparan casi en tiempo real, deviene todo un “filme gourmet”.
Partiendo del libro “La passion de Dodin Bouffant”, escrito por Marcel Rouff en 1924, el filme dirigido por el premiado realizador vietnamita Tran Anh Hung (quien ya ha incursionado en el tema con su aplaudido El olor de la papaya verde, 1993) se ambienta en el siglo XIX y aunque otras habitaciones del castillo donde vive el protagonista y algunos exteriores preciosos (que la contrastada y detallista fotografía de Jonathan Ricquebourg reproducen a la perfección) forman parte del espacio, es la inmensa cocina donde se preparan con delectacion y esfuerzo todos los platos, la verdadera protagonista del filme.
La comida y la bebida complementaria (vinos sobre todo, licores, digestivos) son aquí no solo esencia del hermoso texto en su literalidad sino que actúan tal capital simbólico: metáfora de vida, significante filosófico, arte poética...
Pese a la abundancia y variedad de las cenas, la obra predica la mesura y el equilibrio, también metonimias existenciales. De ahí la crítica del chef a los excesos y los alardes irracionales del príncipe cuando invita a Dodin con su “séquito” a un pantagruélico banquete.
También muy importante el personaje de la adolescente con dotes para la cocina, apuntando a un inevitable relevo generacional que preserve el arte culinario en el tiempo, así como la posible sustituta de Eugenie al final, pese al entendible dolor del flamante viudo, quien no gratuitamente la proclama sobre todo “su cocinera”.
La dirección de arte es uno de los rubros más destacados del filme, con esos platos y platillos devenidos verdaderas obras de arte y la exquisita reconstrucción epocal, así como la música tanto diegética como extra..., de una delicadeza y un vuelo que imitan los planos , captando el complejo tránsito de los alimentos desde su preparación inicial a su consumo, pasando por la siempre rigurosa elaboración.
Las actuaciones son otro punto muy a favor de esta sustanciosa cena fílmica: Juliette Binoche y Benoît Magimel encabezan un elenco centrado y convincente en el “dramatis personae”.
Filme para literalmente “degustar", El sabor de la vida trasciende su tema discursando admirablemente sobre otros, en lo que sería una larga y provechosa sobremesa.
Gracias a la TV por programarlo en dos de sus espacios.