Tres secciones de La (mi) columna,  y ya he recibido opiniones encontradas. Una buena, inteligente y crítica amiga me dice que está bien el lenguaje de la primera y segunda, pero mal el de la tercera porque es frío y no tiene que ver con mi estilo.

Le doy la razón, pero existe una causa: un amigo discutió con un conocido porque este último juzgaba excesivo el uso de la primera persona. Derecho tiene, ahora desde que el periodismo es periodismo, y la crítica es crítica el uso del yo es tan común, como también se puede escribir desde la tercera persona. De ahí que escribí con toda intención el texto de RTV comercial como si Joel  Ortega y su tropa fueron objetos metidos en el microscopio, y no un excelente equipo de trabajo en el que reina la audacia, la alegría y el HACER, sin cabida para la banalidad, las ñoñerías, el chisme y otros males que corroen hoy algunas instituciones culturales. Así que, de paso, me disculpo con mis amigas y amigos de RTV porque los usé como balón de ensayo.

Y hablando de banalidad con un cambio de palo para rumba: ¿Se puede ser un conductor o locutor de los que signan los tiempos sin cultura? ¿Cómo es posible ofrecer opinión de todo sin saber de casi nada? ¿Basta tener una dicción perfecta y una articulación exacta para convencer a televidentes y radio oyentes?. No voy a poner ejemplos (de esos que abundan) me voy a remitir a un programa de varios lustros atrás: Conversando.

Horario estelar, un set, cuatro sillas, unas tacitas de te, una mujer sesentona, con el cutis marcado por manchas y arrugas, con una voz bronca, pero con las neuronas necesarias en su masa cerebral para sentar a miles de espectadores a ver su espacio, aquella conversación que giraba acerca de una exposición, un libro, una receta o una medicina, y que la SEÑORA (la mayúscula no es por gusto) Mirella Latorre convertía en la más auténtica clase sobre convivencia, porque no faltaban ideas contrarias con alguna discusioncilla.

Mirella venía de Chile, era la viuda de un famoso periodista, Augusto Olivares, que murió  el día del golpe de estado a Salvador Allende. Ella misma fue una reconocida actriz y presentadora del país austral y en Cuba tuvo su espacio desde 1976 a 1987. Logró entonces romper no sé cuantos estereotipos y sentar cátedra de cómo conducir sin risas falsas, con ropa de acuerdo a su edad y un lenguaje justo, que navegaba entre lo culto y algún que otro vocablo callejero.

Queda claro que si esta excelente conductora no hubiera sido telegénica todo lo que he escrito no tendría ningún valor. Para realizar un programa de televisión hay que poseer cualidades que no todo el mundo tiene, aunque se piense lo contrario. Una entrevista, un reportaje o una corta aparición la puede hacer cualquiera en la TV, pero crearse un público y más que eso FORMAR el gusto de un público, sólo quien tenga carisma, dotes para comunicar con una sabiduría que lo respalde, como DON Germán Pinelli, otro “gran monstruo” de nuestra pequeña pantalla.

No apuesto mis dos manos y mi cerebro (va y me quedo sin comida) pero opino que Marino Luzardo o Cristina Escobar, con un buen guionista y un buen director podrían hacer otro “conversando”, nunca sería igual porque Mirella le puso su impronta. Marino y Cristina además de tener cultura, no son de “poner caritas”, “risitas” y hasta mohines como si se tratara de aduladores, y que conste, a veces pienso que en una locutora o locutor de este corte banal se esconde la adulación y esa es la razón por la que no son creíbles. Y hasta aquí (Continuará con…)

 

 

 

 

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