Mujeres ambiciosas como todas las telenovelas brasileñas tuvo un elenco de lujo, puestas en escenas bien pensadas y un uso de tantas cámaras como deseó el director, con filtros o sin ellos, modernos. Tuvo escenas filmadas en Dubái y París, y se captaron imágenes de los Jardines de Luxemburgo, la Place des Vosges, el Puente de Bir-Hakeim, el Museo Rodin y de los Emiratos Árabes Unidos.

Una buena parte del público cubano sucumbió ante el culebrón, como lo ha hecho desde los años ochenta del siglo XX cuando se transmitió por Tele Rebelde La esclava Isaura, la cual literalmente paralizó a Cuba.

Jesús Martín-Barbero, uno de los investigadores sobre Comunicación, le dijo a Maribel Acosta en una entrevista: “Estudio la televisión que ve la gente, la que disfruta la gente. Te cuento otra anécdota: Una revista espléndida que hace un amigo, un intelectual a quien quiero mucho por lo que ha hecho después, escribió un artículo con el título La telenovela o el bienestar en la incultura. Me lo entregaron antes de publicarlo para un buen debate. Entonces yo respondí con el artículo La televisión o el mal de ojo de los intelectuales. El artículo con el que debatí acaba diciendo que lo que más le molestaba de la televisión no era lo que le hacía a la mayoría de la gente… ¡pobre gente, algo saca de la televisión! ¡Para él lo ofensivo era que le quitaba tiempo a la gente inteligente… Primera aberración! Y segundo, después de todas las luchas que hemos tenido en América Latina para tener una televisión pública, donde quepa el país, donde quepa la diversidad, donde quepan las ciudadanías, donde quepan los jóvenes… ¿qué hacemos? ¡Se va todo al carajo porque la única solución es apagarla!”.

En ese intercambio en el que también participó Zenaida Costales, el especialista razonó: “Si la cultura es la construcción colectiva del sentido, no solo de la cultura hecha y no solo como derecho a la cultura que ya existe; sino a la que puede crear alguien, entonces emergen cultura y política como escenario que convoca, que saca a los individuos de su consumismo y los pone a pensar en colectivo, en común. Trasciende la cultura común, esa que está por encima de todo lo que somos, la que de alguna manera es lo sano de lo que llamamos nacional en su diversidad, pero a la vez en lo que tiene de común. Ahí es donde se ligan las posibilidades de desarrollo político desde la cultura, como la posibilidad de que la gente se sienta con capacidad de expresarse.

“Las políticas culturales deben contener los derechos al acceso, pero sobre todo el derecho y los recursos para que la gente produzca cultura; haga teatro, videos, música… ¡para que la gente haga! No estoy diciendo que en todos puede haber un Mozart que no tuvo las condiciones sociales, pero sí puede haber alguien que puede contar la historia de su pueblo…”

Barbero puntualizó: “Cada vez los procesos son más complejos, cada vez habitamos una sociedad más compleja. Esto no significa que sea mejor o peor que la anterior, ni más bella ni más fea, pero es más compleja. O sea, percibimos en ella mas dimensiones. Entonces, esta sociedad compleja cabe cada vez menos en esa simplificación que es la noticia. En términos de tiempo, ¡no hay tiempo! Y el poco tiempo que se le da es para escenificar, no es para contextualizar, no es para ponerle memoria a la noticia. No hay relato y sin relatos no hay intercambio de experiencias, no hay sentido. Entonces creo que se puede fortalecer la televisión pública.”

Podría seguir citando a Barbero y a otros especialistas que dialogan acerca de la televisión, de la telenovela, porque son muchos los estudios que se han realizado acerca de ese género que aún es menospreciado por algunas personas.

Su origen se remonta a las novelas por entrega que cruzaban el Atlántico hasta América Latina. Y en forma más reciente, su nacimiento es en Cuba, a partir de las radionovelas que triunfaron en nuestro país en la primera mitad del siglo XX y de aquí saltaron a las naciones hermanas. Esa opinión la sustentan un grupo de investigadores, otros dicen que nació en México o Colombia.

Tanto radionovelas como telenovelas durante mucho tiempo fueron simples folletines, al estilo de las novelas de Corín Tellado, donde la doncella pobre, virgen y linda se enamora y al final se casa con el hombre rico, apuesto y de buen corazón, luego de tropezar con muchos obstáculos y triunfar sobre “los malos”.

Con el triunfo de la Revolución en Cuba, poco a poco los culebrones devinieron melodramas que se insertan, con más o menos suerte, en diversos entornos sociales. Basta recordar El viejo espigón, Tierra Brava, y más recientemente Entrega.

En Brasil la cadena O Globo también ha hecho lo mismo con títulos como Avenida Brasil, Vale todo y Roque Santeiro.

Buena parte del público cubano es novelero y disfruta de esas largas y enredadas historias. Sin embargo, tiende a ser benevolente con los chicles brasileños que se estiran y luego se encogen. Por ejemplo, en Mujeres ambiciosas ¿qué sentido tiene que la mala, malísima Beatriz (Gloria Pires) haya matado a un hombre delante de los ojos de Regina y no haya ido presa por una mentira de Inés? ¿Acaso ese interés de su cómplice desde Kuwait por “poseerla” como macho mandón puede terminar en la muerte de él, tres meses más tarde? ¿Qué ha hecho la justicia en ese tiempo si Beatriz era sospechosa de la muerte de Murilo? En fin, el chicle se ha estirado mas allá de lo verosímil y la mayor parte de los televidentes lo saben, pero dicen “nada, es que los culebrones son así”.

Tal reacción está muy lejana de la que adoptamos con nuestras telenovelas cubanas. Quizás precisamente por ser nuestras no permitimos chicles interminables ni situaciones lejanas de la realidad.

Claro, los productos brasileños tienen generalmente una factura impecable, desde la puesta en escena, la dirección de actores, maquillaje, peluquería, en fin, toda la sazón que envuelve el guion, estructurado para poder alargarlo, pero a veces se les va la mano como con doña Beatriz.

Los recursos no son la razón para que una obra sea buena o mala, por supuesto que influyen, pero no determinan. Entrega es el ejemplo más reciente de un espacio de ese género, que conquistó al público a la vez que se llevaba el aplauso de quienes conocen un poco de televisión. Entonces se puede.

Cuando Babero dice “estudio la televisión que ve la gente, la que disfruta la gente”, está poniendo la bala en el blanco.  Cada producto televisivo que guste hay que preguntarse el por qué. Y si divide al público raigalmente, es mayor la necesidad de profundizar en por qué gusta desesperadamente a unos, y es menospreciada por otros.

Aunque en las últimas décadas han aumentado las investigaciones sobre la televisión, son imprescindibles los buenos estudios de los diferentes públicos para acercarnos a eso que se llama gusto, y el por qué fluctúa de un lado a otro. Por lo pronto quisiera una respuesta argumentada de por que sí a las telenovelas brasileñas y no a las cubanas.

 

 

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