Estrenamos en TV, mediante el espacio “De Nuestra América”, la más reciente versión fílmica de Pedro Páramo, célebre novela del mexicano Juan Rulfo, considerada una de las más importantes obras literarias de América Latina. La dirigió el fotógrafo cinematográfico Rodrigo Prieto, quien debuta con ella en este rubro.
El viaje de Juan Preciado al sombrío pueblo de Comala tras la muerte de su madre y en busca de su padre, el cacique y patriarca Pedro Páramo, en tiempos de guerra civil, es el punto de partida de esa novela escrita en los años 50 del siglo pasado, y que, para Borges y otros muchos expertos, constituye una de las mejores novelas de las letras hispánicas y aun más allá: antecedente directo de lo que después sería llamado “realismo mágico” e indiscutible semilla del “boom” literario que, una década después, reuniría a nombres ilustres como García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar o Carlos Fuentes.
Tras anteriores versiones fílmicas en 1966, 1978 y 1981, la que ahora nos ocupa, realizada el año pasado, constituye la ópera prima del consolidado fotógrafo Rodrigo Prieto (quien ha trabajado con directores tan importantes como Oliver Stone o su coterráneo González Iñárritu), partiendo del guion escrito sobre la novela por el español Mateo Gil, y la cual no ha estado exenta de polémicas, como ocurre casi siempre cuando de adaptaciones literarias se trata, sobre todo de textos tan complejos y difíciles, además de ilustres, como el de Rulfo.
Me sitúo entre quienes están a favor de esta inteligente y sutil lectura, que —como opina el colega Daniel Pardo— aprehende y transmite importantes claves para descifrar México y la “mexicanidad”, presentes en la novela, emblema por otra parte de economía en el uso magistral e imaginativo de los recursos literarios.
Estas claves serían: la relación con la muerte, tan importante como sabemos en el mundo azteca desde tiempos remotos; la sociedad de pobreza y exclusión en la época (agregaría yo: el abismo brutal entre ricos y desposeídos); el lenguaje y la forma de expresión campesinos, imitados y recreados magistralmente por el escritor; la plasmación de esa geografía “recóndita e infértil” que constituye el espacio literario (si bien transido por ese otro topos mítico y esotérico); y la caracterización del patriarca mexicano: seductor, machista, irresponsable con las mujeres y los hijos, tiránico en tanto padre y marido, e implacable con enemigos, aunque conciliador y oportunista cuando se ve amenazado (como ante los presuntos revolucionarios del movimiento Cristero).
Apoyado en colaboradores de lujo como el músico Gustavo Santaolalla y el fotógrafo Nico Aguilar, y esmerado en otros rubros no menos esenciales, tales como la dirección de arte, el vestuario y el maquillaje, Prieto erige ese mundo fantasmagórico, de muertos vivientes y vivos que colindan y dialogan con la muerte, a la vez que expone el contexto brutal de caciquismo, alcahuetería, esoterismo y amores frustrados —como el que sirve de columna vertebral al relato entre el protagonista y su amor de adolescencia— que también un riguroso montaje resuelve en su fusión alterna y constante de los tiempos.
No menos importantes resultan, por supuesto, las actuaciones, que transmiten a plenitud los complejos perfiles de los personajes, comenzando por el brillante protagónico de Manuel García-Rulfo (a quien viéramos hace poco en Fiesta en la madriguera), a propósito vinculado familiarmente con el autor literario (sobrino del abuelo paterno del actor).
No quedan detrás sus colegas Ilse Salas, Tenoch Huerta, Dolores Heredia, Roberto Sosa, Héctor Kotsifakis y el resto del elenco.
Sólida conceptualmente, deslumbrante en lo morfológico, disfrutable en las partes y el todo, Pedro Páramo es otro cruce logrado entre la literatura y el cine, que respeta la primera y enriquece al segundo, para triunfo en definitiva del arte todo.