Acercamiento a esta actriz versátil y carismática que llenó de alegría cada escenario donde trabajó

Siempre sonriente, con una manera muy jovial de darse a querer, recordamos a Asseneth Rodríguez. El 4 de noviembre de 2011 se supo la triste noticia de su fallecimiento. Justo por estos días en que el canal Cubavisión ha propiciado cambios en su programación vespertina, hemos regresado a esta actriz a lo más profundo de nuestra memoria afectiva al disfrutar de la telelenovela Bajo el mismo sol, en su segunda etapa llamada Soledad.

Capítulo tras capítulo en que intervino Asseneth fue una clase de actuación desde la sobriedad más atinada. Una abuela que tuvo que enfrentarse a la incomprensión recíproca de hijo y nieto, y que vive hasta el momento en que sintió que no hizo falta más su conciliación. Murió luego de haber cumplido con creces su compromiso con la vida.

Dicho así pareciese que no es algo especial y sí lo es, y mucho, porque verla actuar es verla vivir, con esa naturalidad con que supo combinar picardía al mismo tiempo sufrimiento. Pasaba de la risa contagiosa a la profunda preocupación que significa ser madre por partida doble y en todo momento. Fue esa una de sus últimas apariciones en la pantalla chica y dejó con ella un sabor de absoluta satisfacción.

Algo similar ocurría con los filmes Patakín, mucho antes exhibido, o Lista de espera, donde regaló esas dotes de comediante que la hicieron brillar igualmente en el Teatro Musical de La Habana, en el grupo de teatro Buscón y en el difícil rol de ser primera figura en importantes cabarets.

Y es esa la misma Asseneth Rodríguez, Premio Nacional de Televisión 2008, medio al que llegó con solo 16 años, la que tanto disfrutamos en el espacio Horizontes del entonces Canal 6, y que junto a Alden Knight en numerosos escenarios teatrales y en espacios estelares de la televisión se apoderó de la poesía de Nicolás Guillén, especialmente para hacerla suya. Este difícil arte de la declamación los unió como un dueto irrepetible dentro de la cultura cubana porque se convirtió para ambos en otra manera clara y auténtica de expresión de la cubanía.

Y así, orgullosamente cubana, se mostraba Asseneth Rodríguez. Singular en su manera de hablar, de bailar, de sonreír y de amar a esta tierra que la acunó, aún inconforme de no saberla más andando entre su gente.

 

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