Venecia Feria Borja se muestra segura y desenfadada en cada una de sus apariciones en pantalla o sobre las tablas. Se mete en la piel de sus personajes, los siente y, sobre todo, los devuelve con inteligencia y sensibilidad. Sobre ella dijera algo que pienso, pero si ya lo escribió Joel del Río en estas mismas páginas, entonces lo coloco en sus palabras: Es “de inmenso talento… se trata de una de las grandes actrices cómicas con que contamos”.

Descree aquello de que el humor cubano no está en sus mejores tiempos, tal y como plantean algunos. De hecho, lo asevera: “El humor siempre está en buen momento. Rehúyo pensar si antes fue mejor y ahora no. El humor se mueve con los contextos, con la vida, con el país, con las generaciones que van cambiando…, pero se mueve. ¡Ah!, lo importante es que los que lo hacemos nos sigamos preparando, trabajando… que no nos quedemos estáticos ni dejemos de probar nuevas cosas y evolucionar”.

Eso sí, tiene claro sus referentes, entre los que sitúa a mujeres como Candita Quintana, Consuelito Vidal, Aurora Basnuevo, Mimí Cal, Miren Ibarguren, Verónica Forqué y Mona Martínez. A hombres como al gran Osvaldo Doimeadiós y a Antolín el Pichón, a quienes admiraba desde que veía Sabadazo —su humorístico favorito— y con los que la vida le obsequió el privilegio de actuar después.

Quizá por esa escrupulosidad con la que se enfrenta a la comedia, es que Venecia Feria percibe que, a veces, las personas confunden el humor con el desparpajo y la falta de seriedad. Ella se toma su trabajo muy en serio y con rigor.

Confiesa que sufre el proceso de dar hálito a un nuevo personaje. Es como estar en una mesa de operaciones, donde urge la precisión quirúrgica y la pertinencia de saber cuál herramienta usar para diseccionar las luces y sombras de la historia que le tocó.

“No ansío ningún personaje en particular. Todos los que llegan a mí los recibo con calidez. Me pillan y yo los voy descubriendo. Me han llegado propuestas de personajes que nunca imaginé que haría y después que los conozco me enamoran”.

Por ello estudia mucho, se curte y ensaya hasta la saciedad. Poco le importa si el guion es dramático o desternillante. Lo acoge, lo apisona y lo trilla hasta que se queda con los granos que necesita para cautivar al público.

“No siento que me he encasillado. Una tiene el poder de elegir qué es lo que quiere hacer. Y yo me quedo con el humor; si me llegan propuestas de hacer comedia, entonces soy afortunada. A los actores nos pasa con frecuencia que nos dejamos llevar por lo que aparece y nos alejamos un poco de lo que en verdad queremos. Todo es cuestión de calma y de saber bien nuestras proyecciones”.

Al hablar de la significación de las tablas, un oasis especial y refrescante al que confiesa que no quiere ni puede renunciar, hay que remitirse a su natal Holguín, ciudad que considera una plaza cultural por excelencia y de donde siente que también le viene el gen del arte.

“Allí empecé desde muy pequeña, primero en la radio, en programas infantiles e informativos; luego los micrófonos me llevaron a la actuación, a través de mi profesora Liena Casanellas, con la que pisé por primera vez la escena junto al grupo para niños Alas buenas. Desde entonces no abandoné el teatro, aunque hice cosillas en el telecentro Telecristal, porque mi papá trabajaba allí y siempre andaba pegada a su mundo.

“El teatro es adrenalina. Disfruto muchísimo el contacto directo con la audiencia. Es escalofriante también porque cuando uno se presenta ante el auditorio todo puede pasar, siempre puede haber una sorpresa”.

Considera una suerte haber comenzado a hacer humor sobre las tarimas y con Etcétera, donde ha tenido muy buenas oportunidades de desdoblarse. “Eider (Luis Pérez Martínez, el director) me escribía las cosas a la carta, me complacía, tenía en cuenta lo que yo quería hacer y con lo que me sentía más cómoda. De esa fusión surgió el monólogo 120 enterabay, con el que conquisté el premio Aquelarre a la mejor interpretación femenina, y luego nacieron más proyectos juntos. Para mí, que estaba empezando, que estaba aprendiendo, aquello fue un regalo”.

Aunque reconoce que ningún camino ha sido sencillo, sí defiende que los artistas que se quieran dedicar al humor en Cuba tienen las vías para hacerlo. “Cuando entré en Etcétera, ya la agrupación pertenecía al Centro Promotor del Humor, que te brinda la posibilidad de superarte gracias a sus eventos teóricos y competitivos. El Centro… te encamina, te abre las puertas.

“Y si a ello le añades que casi todas las provincias tienen diversos certámenes para ir captando a los actores, descubriendo nuevos rostros… entonces se puede decir que habrá humor y humoristas para rato”.

Últimamente Venecia Feria es un nombre cotidiano en la pequeña pantalla. La hemos disfrutado en programas como El atracón, La hora de Noelia y Juntos pero no revueltos, en este último interpreta a Vicentina, de lo mejor que ofrece el espacio, a mi juicio.

Ser popular te somete al escrutinio de la gente, es estar en el centro del colimador constantemente. Saber sobrellevarlo es parte de la profesión. “He leído críticas de todo tipo, respetuosas y con fundamento, y algunas desacertadas, apáticas…, trato de mantenerme al margen, pero siempre buscando escucharlas, porque para ellos actúo”.

Hace poco encontré en Instagram un post de Venecia Feria que decía: “Tantos proyectos nuevos me emocionan, aunque no me dejan de dar miedo. Pero mejor iniciar y dejar que el final nos sorprenda”. Entonces hablamos vía WhatsApp —por donde transcurrió nuestra conversación— sobre cuáles son sus temores.

“Mi miedo es a no hacer lo que me gusta. Todo lo nuevo me da un poco de nervios. Me lanzo y lo hago. Lo importante es llegar al público. Siempre trato de hacerlo lo mejor que puedo y le pongo todo el corazón. Pero tengo que gozármelo. Si no, no lo gozan los demás”.

(Tomado de Juventud Rebelde)

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