Pedro Fernández Morales creció entre músicos, científicos y médicos. “Me crie en uno de los mal llamados barrios marginales en La Habana Vieja, cerca de los muelles. Fui huérfano, luché contra todo hasta que concienticé que tenía que poner los pies en la tierra y seguir adelante”.

La garganta se le hace un nudo cuando recuerda a Guillermo Cofinín, “ese negro de casi siete pies, con un corazón y una actitud ante la vida aún más grande”.

“Mi abuelo le dijo un día: ‘caballo, mira a ver el chamaco este’. Era maestro de obras pero lo mismo te destupía un baño que te rompía esta casa y te la volvía a levantar. Te echaba un piso. Te asfaltaba una calle. Me enseñó a hacer de todo. Me daba mis monedas y se las llevaba a mi abuelo. Siempre tenía dinero para mis chucherías. Salía al cine, tomábamos batido y comíamos discos de queso. Éramos cuatro amigos los que andábamos juntos”.

Se iban para el malecón y nadaban hasta la boya. “El ferry entraba a la Bahía de La Habana un día sí y el otro no. Veías a los tiburones detrás de ese barco comiéndose las sobras. Recuerdo que había un blanco gordo con una cadena que le hacía un verdugón en el cuello, un sombrero y un pañuelo blanco que tiraba al agua monedas, dólares. En aquella época valían menos que un peso cubano. ¡A mí que era la trampa! Le tenía la vuelta cogida. Llegaba a la casa a veces con cuatro, cinco monedas. De ahí me ponía a estudiar”.

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-¿Cómo reacciona cuando tiene todas las miradas puestas en usted?

“Siento alegría, satisfacción de saber que lo que hice gustó. Es estimulante llegar a un lugar y que las personas te miren. También sucede que pierdes la identidad. Ahora todo el mundo me dice Manolo (personaje de la telenovela Tan lejos y tan cerca)”.

- ¿Y cuando nadie lo mira?

“Cada cuál nace con su ángel. Siempre, por una razón u otra, me miran, llaman o saludan, y no solo las personas que me ven por la televisión, el cine o el teatro. Soy un buen comunicador y dónde quiera tengo una amistad”.

-¿Cómo lo definen otras personas?

“Dicen que simpatizan con mi trabajo por mi cubanía. Esa es la palabra: cubanía”.

-¿Cómo se define usted?

“Siempre he sido un hacedor de buenas acciones. Trato de ayudar al prójimo. No me interesan los vicios, ni nada feo. Me gusta poner la cabeza en la almohada libre de estorbos. La perfección no existe. Se puede estar cerca, pero eso lo definen los semejantes. Del uno al 10 —dice jocosamente—creo que soy un 9.9”.

-¿Cuál es el fallo más grande que ha cometido?

“No sé. Nadie está exento de cometerlos. He fallado en mi vida personal. También me pasa eso que llaman la bonanza, o sea, me pregunto cómo me suceden cosas malas si soy una buena persona. Creo que puedo quejarme de eso, de como, a pesar de mi forma de ser, me pasan cosas que digo, ¡guau! Pero esa es la vida”.

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Pedro Fernández. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.

-¿Por qué la actuación?

“Llegó por azar. En 1967 la directora teatral Herminia Sánchez se presentó en el puerto de La Habana, donde yo trabajaba para entrevistar a los obreros más antiguos y hacer una obra sobre Aracelio Iglesias. Le comenté que me gustaba la actuación y me incluyó en el elenco. A partir de ahí aprendí de forma empírica, observando, actuando”:

-¿Y cómo llega al cine?

“Fue un salto raro. Tomás Gutiérrez Alea me encontró y me dijo que era un actor de cine. Mi primera película fue Hasta cierto punto en 1983. Después sustituí a un actor que se fue y dejó un proyecto a medias. Tony Lechuga me fue a buscar. Estaba terminando mi debut en la televisión con Hoy es siempre todavía junto a Isabel Moreno. Además, trabajaba porque el teatro era muy ingrato y mis aspiraciones eran otras hasta que un día Héctor Quintero me animó a evaluarme. Obtuve el segundo nivel. Después me dieron el primero”.

“Más tarde filmé Los pájaros tirándole a la escopeta, de Rolando Pérez; Tiempo de amar, dirigida por Enrique Pineda Barnet; Habanastation, del cineasta Ian Padrón; y  Últimos días en La Habana”.

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Pedro Fernández. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.

-¿Qué le gustaría hacer que no esté haciendo ahora mismo?

“Tengo un deseo reprimido porque creo que no he sido usado en toda mi cabalidad. Me encasillaron un poco en los policiacos. Hice las tres temporadas de Con su propia guerra. Estoy loco por interpretar a un médico, pero con un guion complicado. O un alcohólico. Eso sí, que no sean personajes fugaces dentro de la trama, sino protagonistas”.

-¿Cuál es su mayor defecto?

“Soy muy susceptible. Bastante. Es que la vida me ha hecho ser así”.

-¿Y virtud?

“Ser Pedro”.

- ¿Qué prefiere hacer en su tiempo libre?

“Soy el hombre tesis. Un carpintero pero no de mentirita; te puedo hacer un juego de sala. Albañil. Electricista. Pintor. Dibujante. Cocino riquísimo. Te limpio esta casa en nada. Si este pantalón se descose cojo el costurero y lo arreglo. Hago de todo. Me siento capaz de todo”.

-¿Cuál ha sido su mayor sueño?

“Puedo decir que lo he realizado. Primero, que Dios me haya puesto delante a una mujer como la que tengo, con la que llevo tantos años juntos, con altas y bajas, lo demás es mentira. Con ella no me siento solo, me siento protegido.  Agradezco que siempre tengo mi mente ocupada en hacer esto o lo otro”.

-¿Algún secreto que no haya compartido en una entrevista anterior?

“No, lo que no he tenido tiempo de contarlo todo”.

-¿A qué le tiene miedo?

“Al miedo. He pasado por muchas cosas duras, por ejemplo fui combatiente en Playa Girón y la Limpia del Escambray. No me rajé. Temo también que la gente me falle”.

- Si llegará una persona nueva a su vida, ¿qué puede hacer para llegar a conocerlo mejor?

“El tiempo es el que decide. Hubo una época en que buscaba locales y daba clases a niños sin cobrar. Sacrificaba mis sábados y domingos. Tengo por ahí cartas de esos alumnos, de gente que les he hecho poner los pies en la tierra. Pienso en esas cosas y se me aprieta el pecho. Iba hasta las pruebas de la ENA con ellos. Hay mal agradecidos, pero la mayoría se ganó mi cariño”.

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Pedro Fernández cree fehacientemente que el don de la actuación se lleva por dentro. “Está a la espera de que alguien se interese, te lo descubra y lo desarrolle. Pinto, actúo, llevo en la sangre el arte, la clave de rumba”, asegura mientras improvisa los sonidos de un tambor desde la silla donde está sentado.

Si preguntas por sus características como actor, dice, que ante todo, cree mucho en él.

“Me encanta la actuación desde que comencé.  A veces me salgo un poco de los cánones de la técnica. Leo a Konstantín Stanislavski, lo interpreto, lo incorporo y a partir de ahí empiezo a sentir los olores del personaje. Después lo visto, le doy los tonos de cómo se proyecta y es por ese camino que logro que mi trabajo me salga bien”.

Anécdotas tiene miles; alrededor de cuatro horas de grabación de esta entrevista lo corroboran.

“Fui a África a grabar Caravana. Tenía 12 niños que andaban conmigo y para no confundirme los nombré como los días de la semana Lunes, Martes, Primero de Mayo, Día Feriado…Les daba de la misma comida de nosotros. El soba de la tribu me puso Nevado. Tengo una foto cuando me hieren en la película, llegué vendado al campamento  y aquellos niños empezaron a llorar. Las manitos me tocaban y me decían ‘pobrechito’. El día de irnos iba en el jeep sin mirar atrás. No podía hacerlo”.

También esa vez en que venía junto a su esposa en una A15 y en Juan Delgado choca un carro. “El hombre estaba tirado en la calle y nadie lo ayudaba. Me bajé, lo cargué, paré un lada, le di una patada a la puerta porque el chófer estaba renuente. ‘Dale que este hombre se muere’, le grité. Llegué a la casa con sangre desde la cabeza hasta dentro de los zapatos. Después lo volví a ver, vendía aguacates y no me lo quiso cobrar”.

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Si todo desapareciera y pudiera rescatar una sola cosa, ¿qué sería?

“Buscaría todo lo bonito que he logrado y lo bueno que me ha pasado. Quizás ahí sería más exigente con un grupo de cosas que no me han gustado. No llevo la vida con el búmeran en la mano ni pensando que voy a recibir cosas a cambio de lo que hago por alguien. Me portó así porque me nace”.

-Si pudiera comenzar de cero, ¿qué cambiaría?

“Pediría todas esas cosas que no pude tener como disfrutar de una madre y un padre. De eso sí estoy un poquito ávido, no tengo esos recuerdos. Por cosas de la vida me he encontrado ese amor en otros ángulos. Esa falta, esa ausencia me ha llegado en reciprocidad por el pago a mis acciones a otras personas. Me he sentido querido.

“Quisiera que no me pasará de nuevo eso. Quisiera poder decir ‘porque el hermano de mi mamá, porque mi tío’. Yo no tengo un tío. La tengo a ella—señala a su esposa que escucha desde la cocina la conversación—, mi tía-hermana-amiga-madre-abuela. Gracias a Dios, la vida me la puso delante y en ella he volcado todo y me he olvidado de lo demás.

“No pude entrar tampoco en San Alejandro porque no tenía familia y cómo yo respondía a una escuela que era por allá por Miramar viviendo en La Habana Vieja. Si empezará de cero quisiera ir a San Alejandro y hacerme un pintor. Lo importante es buscarle la parte bonita a la vida”.

-Si hace una panorámica de su vida, ¿está satisfecho?

- “Sí. Porque son más las cosas positivas. E ido dejando huellas en las personas y esa es la retroalimentación más grande que puede tener un ser humano. La bonanza: has bien y no mires a quien”.

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Pedro Fernández. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.

-Cine, teatro, televisión, radio, ¿cuál prefiere?

“Todas. Puse estas paticas en todos los teatros de Cuba. Desde el Martí y una cola de tres cuadras para ver la obra Me alegro, hasta el Sauto de Matanzas. He estado en Pinar del Río, Camagüey…prisiones, parques. Estuve en el teatro musical con Héctor Quintero.

“En el cine, con Tomás Gutiérrez Alea hice en una película tres cuentos comprometedores que hablaban de por qué habían héroes en los trabajos”.

-De todos los papeles que ha hecho, ¿cuál ha sido su favorito?

“Es difícil discernirlos porque a todos los he disfrutado”.

-¿El qué más trabajo le ha costado?

“Ninguno porque yo creo en ellos. A todos les busco una arista de placer”.

-¿A qué se debe el cariño que le tiene el público cubano?

“Al respeto. A mi cubanía, que nadie me la puede quitar. Claro, he sabido emplearla”.

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Pedro Fernández y su esposa. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.

-¿Qué es aquello que quiso hacer y no pudo y ya no puede hacer?

“Creo que no me queda nada. He pasado por todas las aristas, las buenas, las malas, las regulares. Esa parte de mi infancia fue bonita porque me enseñaron a buscarme el dinero honradamente y gastarlo como me daba la gana porque era mío. Actualmente soy así”.

-¿Qué consejo le daría a su versión de hace 20 años?

“La dejaría tal cual, para mi satisfacción”.

-¿Cuáles son sus principios y valores sagrados?

“La honradez”.

-¿Qué significa Cuba?

“Es mi Patria. Mi vida. Orgulloso de ser cubano. Es más, convocaría a que se abriera una cátedra porque para ser cubano hay que saber serlo, pasar por todos los avatares que solo nosotros sabemos”.

-¿Ha pensado alguna vez en tomarse un año sábatico?

“Si, pero no se puede”.

-¿Cómo le gustaría que lo recuerden cuando ya no esté?

“Como soy. Pedro. Como me está mirando él —señala al fotógrafo—desde que llegó”.

-Una palabra que defina su vida

“Tengo una amalgama, pero la que predomina es el amor”.

En fotos, trayectoria de Pedro Fernández

 TOMADO DE CUBADEBATE

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