La televisión cubana cumple, este 24 de octubre, 65 años de emisión ininterrumpida de sus señales en el éter

En este aniversario 65 de la Televisión cubana sobran los motivos y razones para comentar o recordar algunos de sus hitos, sucesos, acontecimientos históricos, e incluso, las personalidades que la convirtieron en uno de los sistemas televisivos más importantes de la región.

 

No obstante, hoy quiero compartir con ustedes algunas de mis experiencias televisivas:

Tras egresar de la Licenciatura en Lenguas Hispánicas, me mantuve como funcionaria del Ministerio de Educación Superior. Más tarde, mientras enseñaba Gramática en un politécnico; surgió la oportunidad de ingresar al sistema televisivo nacional.

Entonces, ni siquiera pude avizorar que a ella dedicaría decenios de mi vida. Primero me deslumbró su multitud de posibilidades creativas y profesionales, pero, inmediatamente, sustituyó a tal sensación el temor de mi incapacidad para aprehender ese universo desconocido.

Mi monumental ejercicio de humildad comenzó cuando entendí que el título ganado con tanto esfuerzo en la enseñanza nocturna -que era todo mi orgullo- era insuficiente, si no dominaba los misterios y códigos básicos televisivos.  

Buscaba convertirme en asesora de programas, sin embargo, mis inicios como analista de Opinión Pública me hicieron descubrir la sabiduría popular dispersa en cada televidente y la visión peculiar que surge desde los destinatarios de nuestra programación habitual.

De inmediato, sobrevino una avidez insaciable de matricular en cuanto curso de especialidades se impartía, como vía de acelerar el proceso de aprendizaje. Para mi sorpresa, lo fundamental de la televisión lo aprendí de los hombres y mujeres que habían consagrado los mejores años de su vida a sus rutinas incesantes.

La mayoría de ellos nunca pudieron graduarse en la universidad siendo jóvenes; para entonces, aun luchaban por conseguirlo -o aspiraban a ello- mientras daban cada día clases magistrales de televisión.   

Obtener la ansiada plaza de asesora de programas fue una odisea solo comparada con la andanada de cursos intensivos sobre Estética, Realización televisiva y Dramaturgia que le sucedieron.

Una vez más fue en el trabajo cotidiano -vinculada a proyectos como Mujer, Contacto y diversos géneros de la programación foránea- donde obtuve experiencias prodigiosas en la creación, producción y emisión de programas, desde y fuera de los estudios televisivos.

En esa escuela aprendí, entre tantas cosas, que: los medios de comunicación proveen infinitas oportunidades de superación, relaciones e imagen pública individual, pero demandan esfuerzo, sacrificio perenne, disciplina, sacrificio y capacidad de renunciar a los horarios laborales convencionales, los fines de semana, días feriados. Incluso, enfermos -cuando no hay quien nos cubra- el trabajo tiene que salir al aire.

Uno podía alertar o prevenir, pero el máximo decisor de lo que acontecía en el estudio, era el director.

Los títulos, categorías y jerarquías no impiden que el más sencillo de nuestros trabajadores aporte elemento o perspectiva clave en la concreción de los procesos creativos, productivos o difusivos.

Nuestra actividad continua potencia la notoriedad individual de cada especialista o creador, pero ese talento, habilidad y saber deben fundirse al resto del colectivo para lograr un objetivo común: el producto final.

La calidad integral de un proyecto implica el aporte máximo de cada cual y su acople armónico al resto del colectivo que realiza o interpreta, de la misma manera que en una sinfonía ningún instrumento sobrepasa fuera de lo previsto al resto. La humildad deja atrás la vanidad personal y reconoce los errores o debilidades que afectan la obra terminada.

Como medio de comunicación de servicio público, en la TV creamos mensajes y productos comunicativos orientados a educar, formar y proveer mayor cultura y satisfacción espiritual a nuestros destinatarios, y no solo concentrados en satisfacer a los realizadores.

Cada propuesta, desde su propia concepción, debe relacionar el tratamiento del tema con sus audiencias. La fusión equilibrada de los objetivos mediáticos y la de los diversos públicos constituye uno de los procesos más complejos del universo mediático y, por añadidura, lo redimensionan su cobertura y carácter masivos.

 

Años después, una enfermedad me obligó a reorientarme hacia la investigación de la historia de la televisión, que me ha ocupado en las últimas décadas.

Si los documentos me han enseñado, también lo hicieron los hombres de la radio y la televisión a quienes he entrevistado para completar nuestro rompecabezas histórico.  

Esta nueva perspectiva ayudó a enriquecer mi visión de la televisión. Aprendí que: la historia de la televisión cubana tiene dos etapas: la comercial y la de servicio público.

Que los hombres y mujeres formados en la televisión comercial desencadenaron, desde 1960, un gigantesco proceso de continuidad y ruptura que permitió la expansión y reconversión de las prácticas, visiones y contenidos que precisaba la nueva televisión de servicio público, orientada a la formación integral de todos los segmentos de nuestra población.

Los hombres y mujeres que vemos día a día en las pantallas adquieren notoriedad pública y pertenecen -además de a los medios de comunicación- a toda la cultura cubana.

La producción televisiva se inscribió, desde 1950, en la vida cotidiana de cubanos de todos los segmentos poblacionales, residentes en diversas provincias. De esta manera, el proceso de ver televisión, estructuró desde entonces una de las prácticas culturales más sólidas, importantes y perdurables de nuestra nación.

Los productos simbólicos generados por la televisión no solo pertenecen a la historia del Instituto Cubano de Radio y Televisión (Icrt), sino también al imaginario colectivo y en la memoria popular por generaciones sucesivas, hasta constituir una zona importante del patrimonio histórico-cultural de la nación cubana.

Mi televisión no es perfecta pero aun así; compartimos carencias financieras, materiales y tecnológicas y repartimos una historia fecunda, sentido de pertenencia, sucesivas generaciones de familias dedicadas a ella, una altísima estabilidad laboral, una importante cifra de egresados universitarios en múltiples disciplinas y mucho talento.

Por todo los que nos une, hoy felicito a todos mis colegas, con respeto y admiración, por su consagración.  

 

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