De nuevo el tiempo me jugó una mala pasada, el tiempo y el dejar para mañana. Murió Alberto Luberta Noy, el hombre que por numerosas décadas mantuvo un programa diario en la radio. Y no un programa cualquiera, uno humorístico, Alegría de sobremesa. Si no es un record, es un altísimo average.
Se va y pienso en Cary, su amada, esposa, amiga, también otro monstruo sagrado de la radio. Ella quedará con el cansancio y ese permanecer sola luego de meses seguidos a su lado, cuidándolo, mimándolo.
Y sus hijos Aldo y Albertico, iniciados en la radio, como sus padres pero que luego tomaron otros caminos.
Pienso en Radio Progreso, la casa de los Luberta y Martínez, donde hilvanaron historias, sueños e hicieron que millones de personas volaran en el espacio con sus programas.
Por pensar, pienso en la cultura cubana que perdió un pilar de la radiodifusión, un hombre culto, de buen talante casi siempre, respetado y querido en el medio y fuera de él, porque como dijo no hace mucho “Siempre hice lo que tenía que hacer en el momento que había que hacerlo, sin esperar nada a cambio, pero he vivido con el privilegio de recibir muchos honores”.
No voy a decir que fui fiel oyente de Alegría de sobremesa, pero si he sido testigo de cómo ese espacio se seguía en Cuba. Y las veces que lo escuché disfruté de su humor costumbrista.
Miembro del Movimiento 26 de Julio en la clandestinidad y por tal motivo estuvo exiliado en Venezuela, en su trayectoria con orgullo llevó su militancia en el Partido Comunista de Cuba (PCC) y la condición de miembro fundador del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura.
Mereció, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Radio y el de Humorismo por la obra de toda la vida.
Marianense, del mismo Pogolotti, Luberta fue, es, un habanero de fibra, pero más que eso un cubano de su tiempo. Con su accionar en cada momento lo demostró y como sus personajes, (Estelbina, por ejemplo) lo sobrevirán, él quedará entre nosotros como un ejemplo de hombre de bien.
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