Este 6 de abril se cumplen diez años de la desaparición física de Héctor Quintero

Héctor Quintero Vieira nació en La Habana, donde vivió 68 años de intensa y extensa actividad creativa dejando huellas permanentes en el teatro, la actuación, la locución, la declamación, la composición musical, el canto y la crítica teatral. Fue también productor de espectáculos y ejerció funciones administrativas. En esta misma ciudad un infarto segó su atareada existencia, hace exactamente diez años, el 6 de abril de 2011.

Vinculado desde la niñez a la actuación y el canto en la radio y la televisión, trabajó para estos medios como libretista y adaptador de obras teatrales y textos literarios. Cursó estudios en la Escuela Municipal de Artes Escénicas y completó su formación graduándose de Lengua y Literatura Hispánica en la Universidad de La Habana.

Con 20 años escribió su primera obra teatral de importancia, Contigo pan y cebolla, que en 1964 alcanzó mención en el Premio Casa de las Américas. Ese mismo año escribe otra pieza memorable, El premio flaco, con la que obtuvo distinciones que le proporcionaron notoriedad global, como el Primer Premio del Instituto Internacional de Teatro (París, 1968). Cuatro años después escribe y dirige la comedia musical Los siete pecados capitales (Teatro Musical de La Habana, 1968).

Como actor laboró, entre otros, con el Conjunto Dramático Nacional y Teatro Estudio, compañía que estrenó Contigo pan y cebolla con la destacada actuación de Berta Martínez en el rol de Lala Fundora. Una veterana actriz de este colectivo teatral, que participó en la obra Si llueve te mojas como los demás, escrita y dirigida por Quintero en 1972, me participó la siguiente remembranza:

Era el hombre más planificado y objetivo que yo he conocido. Lograba todo lo que se proponía porque llegaba a los ensayos con una visión completa y minuciosa de lo que quería. Sabía dónde colocar a cada actor, la manera precisa en que cada uno debía entrar o salir, cómo debían expresar sus parlamentos, como debían moverse. Posteriormente él te escuchaba, asimilaba sugerencias. Pero todo estaba en su cabeza de una manera muy precisa. Así no se perdía tiempo. Desglosaba la obra por actos y escenas y se ensayaba exactamente lo que había planificado.  

Esta disciplina de trabajo puede explicar su prolífico desempeño en diversos ámbitos. Como autor, Quintero abordó el teatro dramático, el teatro satírico-costumbrista y el teatro musical, y compuso la música de todos sus espectáculos. En décadas en que la radio y la televisión, el cine y el teatro discurrían por cauces raramente convergentes ―no hay espacio aquí para analizar este fenómeno―, no era inusual que Quintero estrenara obra como autor y director en el teatro, apareciera declamando poemas en la televisión, aportara su voz al Noticiero ICAIC Latinoamericano o colaborara con la Orquesta Sinfónica Nacional narrando obras sinfónicas como la famosa Pedro y el lobo, de Serguei Prokófiev.

No reconocía fronteras expresivas ni adolecía de prejuicios sectoriales. La televisión y el cine le recompensaron con excelentes puestas de sus obras mayores. Destaco la producción que Teatro ICR hizo de El premio flaco, con excelentes actuaciones de Marta del Río y Cepero Brito ―este último con una brevísima aparición― y el inolvidable protagónico de la legendaria Candita Quintana.

Desde mediados de los años sesenta, tres voces masculinas se impusieron en la narración cinematográfica nacional: las de José Antonio Rodríguez, Miguel Navarro y Héctor Quintero. “Entre cortos y mediometrajes ―afirmó este último― narré más de trescientos documentales”. De esa colosal participación en la documentalística podemos citar Para la vida (1985), de Miguel Fleitas. Su última colaboración con el cine fue en El cuerno de la abundancia (2008), de Juan Carlos Tabío, en el satírico rol del presidente de la Comisión Nacional de Expertos. Gracias al portento del registro audiovisual quedan estas obras para la posteridad, al igual que las versiones cinematográficas de El premio flaco (2009) y Contigo pan y cebolla (2014), ambas dirigidas por Juan Carlos Cremata.

Para la televisión escribió y dirigió la telenovela El año que viene (1994), monumental proyecto de 131 capítulos en el que buena parte de la historia nacional en el siglo xx era abordada de una manera infrecuente en ese tipo de producto. Quintero hizo converger el humor zumbón, la perplejidad irónica, atisbos de tragicomedia y una aproximación a los personajes entrañablemente condescendiente, casi rayana en la ternura, que recuerda el estilo del brasileño Jorge Amado, autor de Gabriela, clavo y canela y de Doña Flor y sus dos maridos.

Quintero asumió numerosas responsabilidades a lo largo de su carrera en el arte, y concilió sus desempeños con la labor creativa. Vale citar los 12 años que estuvo al frente del Teatro Musical de La Habana. Con la llegada del período especial, el Teatro Musical cerró sus puertas. A Quintero le encomendaron entonces la dirección artística del proyecto cultural Dos Gardenias.

A una entrevista de trabajo con el director artístico del flamante establecimiento llegó un joven músico que intentaba, contra viento y marea, echar adelante el proyecto de un cuarteto a capella. Este joven ya había transitado por numerosas salitas de recepción y oficinas de la administración del arte cosechando negativas o engañosas promesas de ayuda aderezadas con la habitual retórica burocrática. Los problemas que confrontaba eran similares a los de otros proyectos: falta de homogeneidad en la formación musical de los integrantes del cuarteto, incompatibilidades de horario ―porque cada uno sobrevivía dedicándose a otras labores― y planes a mediano y largo plazo no coincidentes. El cuarteto fue contratado y las soluciones de contingencia que Quintero aportó en aras de la supervivencia del proyecto fueron tan acertadas y pragmáticas que durante meses el joven de marras se mantuvo en tensa vigilancia, porque no sabía ―según me confesó― dónde estaba la trampa... Y es que Quintero, a sabiendas o intuitivamente, aplicaba el principio de que la mejor manera de quitarse de encima un problema es encontrándole la solución adecuada.

Una persona tan incuestionablemente dotada, con tantos logros en su haber y ocupando la mayoría del tiempo posiciones de dirección desde las que es posible e inevitable influir en la vida de otra gente no cosechará en exclusiva simpatías y agradecimientos. Lo que nadie pudo escatimarle a Héctor Quintero mientras vivió es el reconocimiento a la vastedad de sus quehaceres y a la calidad de lo que hizo. Este reconocimiento se acrecienta con el tiempo.

A “Day in the Life” es una pieza de Los Beatles con la que concluye el famoso álbum Sargent Pepper´s Lonely Hearts Club Band, de 1967. Coescrita por Lennon y McCartney, dos talentos complementarios y muy distintos que aportaron sus correspondientes partes con inspiraciones y propósitos expresivos diferentes, el resultado fue una amalgama de impresiones heterogéneas acerca de lo que puede suceder en un día cualquiera: mixtura de hechos memorables ―gratos e ingratos― y de sucesos sin trascendencia, irrevocablemente destinados al olvido.

En esto radica la eficacia de la canción: su caótica ambigüedad deviene plasmación precisa de la angustia existencial, de nuestra indefensión ante lo porvenir, ante el fluir del tiempo. Justo ahora cuando confrontamos una pandemia que limita nuestra movilidad e influye negativamente sobre nuestras actividades y nuestras interacciones sociales, esta angustia se torna más perceptible. En cada época los humanos nos enfrentamos a los retos permanentes y generales de la existencia, junto a otros más específicos, consustanciales al momento histórico. Retos que Héctor Quintero enfrentó con inteligencia, buen talante y una incansable sed de hacer. Ojalá que la remembranza triste del término de una vida extensa en logros sirva de acicate a los lectores para enfrentar sus retos propios y alcanzar sus propias metas. A diez años de su partida, el autor de El premio flaco continúa emulándonos con su exquisita disciplina del vivir.

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