Cuando reverencio los tres cuartos de siglo de la actriz Obelia Blanco Labañino, no exagero en la comparación, ni fabulo pretendiendo una nueva versión del cuento de hadas, al apuntar que la niña, nacida un 18 de junio de 1942 en Santiago de Cuba, pasó de cenicienta a ser princesa.

Voy a hablarles de una criatura real, huérfana desde muy chica, mestiza y pobre, criada sin amor por una madrastra cruel, pero dotada de una inteligencia fuera de lo común, de osadía, talento y pasión para enfrentar la adversidad, la timidez y sus miedos, hasta construirse una carrera (cuando la oportunidad tocó a su puerta) y convertirse en una de las grandes actrices de la escena cubana.

Comenzaba yo el Bachillerato en Santiago de Cuba y en el movimiento de artistas aficionados, cuando la vi por primera vez en varias obras del Conjunto Dramático de Oriente, sin imaginar que pocos años después coincidiríamos por breve tiempo en las férreas aulas de formación de ese emblemático grupo-escuela y en la escena.

En reciente plática con Obelia, mientras me cuenta que desde muy niña quería ser artista (cantante, bailarina, actriz, pintora…) rememoro al profesor Manuel Ángel Márquez en las clases de ballet, quien después de mucha práctica y correcciones nos decía: “Fíjense cómo Obelia ondula los brazos”. Y es que lo hacía tan bien y tan suave, que ciertamente parecía una gaviota en pleno vuelo. Tampoco olvidaré la pulcritud, sonoridad y el “oro” de su carcajada como Obatalá en El algodón ciega a los pájaros, obra con la que se despidiera de la escena santiaguera y con la que yo me iniciaba en el mundo profesional.

Un periplo por su vida repleta de matices contendría los acontecimientos suficientes para un complejo ejercicio literario. Y aunque me referiré a algunos de ellos, para exponer la riqueza de su labor, prefiero en esta semblanza introducirme en detalles que permitirían aquilatar esas tareas cotidianas que forman parte de su vida; porque Obelia, además de actriz, es una artesana de alto quilate, oficio que inició de manera espontánea siendo adolescente por curiosidad creativa. Aprendió a tejer y a cocer mirando, solo haciendo las preguntas imprescindibles, hasta que mucho después pudo asistir a una escuela de manualidades para perfeccionarse. Y lo que comenzó como una necesidad intensa por desarrollar sus habilidades, terminó convirtiéndose en un modo de vida que le ha aportado goce personal, beneficios y el orgullo de ser miembro de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas.

La sólida formación de Obelia Blanco en la Academia de Teatro, a inicios de los años 60 del pasado siglo, ha constituido una plataforma imprescindible para su proyección ulterior al incorporarse al mundo profesional, interpretando personajes complejos en obras del repertorio universal en el Conjunto Dramático de Oriente y luego en espacios dramatizados de la Televisión, cuando, después de trasladarse a la capital por situaciones coyunturales, regresa de nuevo a Santiago de Cuba con la fundación de Tele Turquino, para integrar el elenco que respaldaría una amplia programación de Teatro, Aventuras, Novelas, Cuentos, Policíacos, que le exigía, además, su entrenamiento en la locución, la narración de programas infantiles y la animación de musicales y otros espacios televisivos.

Así fue construyendo una carrera en ascenso que le ha dado la posibilidad de comunicar, a partir del talento, la disciplina y el rigor con que ha asumido sus múltiples roles, para ganar admiración y respeto entre sus colegas de profesión y el público, televidente o radioescucha, que aún disfruta con sus interpretaciones. Pero no todo ha sido maravilla en esos tránsitos de Obelia. Momentos de pesar también cuentan. Sobre todo, cuando víctima de la segregación del medio televisivo, en virtud de “nuevas políticas” justo en plena madurez de su carrera entre los 50 y 60 años de vida, se vio apartada con todo el desconcierto y la incertidumbre sobre el porvenir, sin comprender cómo en momentos anteriores hubo que caracterizarla muchas veces para interpretar personajes que la superaban en edad y, paradójicamente, cuando podía asumirlos mejor, por contar con la experiencia acumulada y la apariencia física, no se le ofrecía la oportunidad de interpretarlos.

No obstante, supo llevar con dignidad toda esa carga y alzarse, amparada en su temple y en su formación integral como actriz. La magia de la radio, que había descubierto en Santiago de Cuba y ejercitado en emisoras nacionales, dándole vida a través de su voz a personajes de cualquier edad, sicología, estrato social, y que tantas satisfacciones y reconocimientos le había proporcionado, volvió a ocupar un espacio protagónico en su carrera, entregándose con idéntica pasión, hasta que decidió jubilarse hace 11 años, cuando comenzó a sentir cierto enrarecimiento en el ambiente creativo, que ya no llenaba sus expectativas.

Con sus siete décadas y media de vida Obelia es aún una mujer que sueña. Los desalientos nunca han logrado derrotarla ni apartar de su existencia el deseo de crear. Afortunadamente, en la segunda década del siglo XXI han vuelto de nuevo a ella la mirada para “redescubrir” a la gran actriz, para devolverla a la pantalla en las novelas Cuando el amor no alcanza, La sal del paraíso y En fin el mar, próxima a estrenarse. El programa infantil Tren de Maravilla cuenta con la locución de Obelia y podemos disfrutar todas las semanas del inigualable timbre de su voz en Elogio de la Memoria. Algunas incursiones cinematográficas también cuentan en estas oportunidades de renacimiento de la actriz para continuar incrementando su grandeza.

Premios y reconocimientos sellan una vida dedicada al buen oficio creativo, como la Distinción por la Cultura Nacional, Artista de Mérito del ICRT, Medalla Alejo Carpentier, Distinción Raúl Gómez García, sello de Laureada del Sindicato de la Cultura, Placa José María Heredia, entre otros lauros que ponderan los pasos por 55 años de intensa labor de esta dama de la actuación.

Recientemente ha celebrado su cumpleaños entre amistades verdaderas, esta mujer que aprendió el arte del chef con recetas de cocina sacadas de revistas para luego inventar las suyas; que gusta de la buena música y disfruta  a plenitud la intimidad en su corta familia, donde su hija ha ocupado siempre el lugar cimero y ahora se duplica con la llegada de la nieta, de apenas cinco meses, quien ya reconoce en la abuela a ese ser excepcional que canta para ella, ríe y sueña aún, con la energía interior de aquellos días, en que siendo todavía tan pequeña, imaginaba ese mundo de maravilla del arte, al que pudo llegar a fuerza de coraje, con el talento y la pasión que identifica a las grandes mujeres cubanas, que en las circunstancias más difíciles no han dejado morir la utopía.

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