Afirma el Premio Nacional de Televisión, José Ramón Artigas Vázquez, un hombre que ha dedicado seis décadas de su vida a los medios audiovisuales

El Artista de Mérito de la Televisión Cubana, José Ramón Artigas Vázquez, celebró su cumpleaños 75 rodeado del amor de su esposa Lourdes Ulacia, a quien le agradece por haberlo convertido en un mejor ser humano durante el último cuarto de siglo que han compartido.

“Para mi, ella ha sido un ejemplo de magisterio, desde el ámbito de la danza contemporánea. Es un ser humano excepcional que me ha enseñado a ser mejor cada día. Si alguna huella dejé en la docencia, el mérito mayor es de ella y no mío”, confiesa el director de televisión.

Hijo del maestro José Ramón Artigas Rosales y de María Luisa Vázquez Vivar, entrañable trabajadora del Instituto Cubano de Radio y Televisión (Icrt), ya desaparecida, guarda con orgullo el legado de sus padres.

“Mi padre, maestro al fin, me llevó muy recio, con la rienda corta, como decimos en buen cubano. Él me enseñó a ser un alumno sobresaliente. Me ayudó a plantearme nuevas metas y objetivos”, rememora con nostalgia.

De la mano de su madre conoció un mundo maravillo que lo cautivó definitivamente: “Como mis padres estaban divorciados yo vivía en la provincia de Holguín y venía a pasar las vacaciones en La Habana, con mi madre. Ella acababa de comenzar a trabajar en Telemundo, que es donde hoy radican los canales Educativos. En marzo de 1953 empecé a visitar Telemundo, cada vez con más asiduidad, tres veces al año: en la Semana Santa, en las vacaciones de verano y en el mes de diciembre. Realmente la magia de la televisión me fue atrapando y esas visitas se fueron volviendo una suerte de encantamiento más que de curiosidad”.

A los diecisiete años se quedó definitivamente en La Habana. Vivían en el edficio Alaska, frente al Icrt. María Luisa puso el amor de su hijo por encima de todo y para Artigas siempre fue un modelo a seguir.

“Ella era tan trabajadora que cruzaba la calle bajo los vientos de un ciclón, con gripe y fiebre de 39. Con un ejemplo así uno tiene que ser consecuente. Sus compañeros aún la recuerdan porque le dio la mano a todo el mundo y nunca le hizo daño a nadie. Quizá en homenaje a ella yo tenía la intención de estudiar Derecho. Todavía me queda algo de abogado de las causas difíciles y de combatir las injusticias pero, a la larga, la televisión ganó la pelea”.

¿Cuándo comienza a trabajar oficialmente?

–Fue de manera voluntaria, en 1959, en el Departamento de Utilería. Estuve laborando por períodos no continuos de casi un año y medio. Hasta que el 1ro de diciembre del 1960 me quedé fijo. A partir de ahí me desarrollé como Auxiliar de Coordinador. Para poder hacer los estudios en el Instituto Tecnológico Osvaldo Herrera y de dirección y producción en la Universidad de La Habana, con el maestro Humberto Bravo, estuve trabajando como Inspector de Estudio.

“Después pasé al equipo de Control Remoto de la Televisión, en calidad de sonidista de toda la programación que se realizaba en exteriores y, particularmente de los actos políticos. En ese tiempo el país contaba solamente con dos Unidades de Remoto.

“Cuando empezó a crecer la programación educacional fuimos convocados un grupo de egresados de la Universidad, con carácter de a prueba, por un año. En mi caso, a los dos años tres redacciones de programas estaban pidiendo que pasara a integrar sus nóminas.

“Finalmente, me quedé realizando los educacionales indirectos, que eran espacios culturales como: ¿Qué dice aquí?, Arte y Folklor y Escriba y Lea. Realicé mi primer cuento y durante casi una década dirigí teatros en televisión pero mi fuerte comenzó a ser la programación musical”.

¿Cuáles programas musicales recuerda con más agrado?

Todo música, con Rembert Egües; los Festivales de Ballet, de Guitarra y de Arte Lírico. Estuve mucho tiempo trabajando con Esther Borja, en Álbum de Cuba, en una labor que me nutrió mucho como creador y ser humano.

“Por supuesto, no puedo dejar de mencionar un proyecto como De la gran escena, que me ha marcado para bien y para mal. Para bien, por la satisfacción que me produce, y para mal, porque algunos ignorantes de mi historia dicen que es lo único que he hecho en televisión. Tenía 27 años de trabajo y dos participaciones internacionales, cuando me llamaron a dirigirlo.

De la gran escena fue un proyecto de la televisión en el que intervino directamente el musicólogo Alberto Faya y Omar González, quien era Director General de la Televisión y después sería el Presidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Nos convocaron a Orlando Quiroga, Tomás Alfonso y a mi. Nosotros reelaboramos un poco el proyecto para abrirle el diapasón y que llegara a ser lo que es gracias a la ayuda de un colectivo de especialistas que se ha mantenido a nuestro lado por muchos años. Como diría Quiroga, mi labor ha sido múltiple y variopinta”.

Otra faceta que lo caracteriza es la dirección artística

–Desde mediados de los 70 dirigía grandes espectáculos artísticos. En 1988 asumí la dirección artística del Festival Habaneras en la Habana y en 1992, la del Festival Internacional de Boleros. Hace 15 años, organizamos en Las Tunas, el Festival Barbarito Diez, por respeto a la tradición.

¿Qué papel ha ocupado la docencia en su vida?

–Les he impartido clases a creadoras de la talla de Iraida Malberti. He sido profesor en la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA) y en el Centro de Estudios de la Radio y la Televisión. Estuve entre los fundadores del Canal Tele Rebelde, donde adiestré a los primeros sonidistas en 1968.

“La docencia me ha dado grandes satisfacciones. Esa ósmosis que se produce con el talento joven es altamente necesaria. Todos fuimos jóvenes. Tuve la suerte de que personas de la talla de Manolo Rifat, del maestro Carlos Piñeiro o del profesor Humberto Bravo, me tomaran de la mano y me ayudaran a ser lo que soy.

“El futuro está en las manos de los jóvenes y ellos deben tratar de hacer un mejor audiovisual. Soy de la opinión de que cuando se les dan los recursos a la persona equivocada nada funciona igual que cuando los tiene en la mano un creador talentoso. Ha habido una gran dicotomía de criterios acerca del programa Bailando en Cuba. Su director, Manolito Ortega, fue alumno nuestro en la FAMCA, y es un gran ejemplo de creador que domina el lenguaje más actual del audiovisual y las formas más ortodoxas del trabajo multicámaras. Eso lo ha llevado al éxito, a no perder tiempo ni derrochar presupuesto porque la televisión, si bien es un arte, también es un proceso industrial”.

Hablando del papel protagónico que debe asumir la juventud, recientemente el Presidente del ICAIC, Ramón Samada, anunciaba que estamos a las puertas de la aprobación de las productoras independientes y otras figuras legales, una demanda de los noveles realizadores. ¿Qué opinión le merece ese hecho?

–En estos momentos tengo que recordar al maestro Julio García Espinosa, a quien venero entrañablemente. En un concurso Caracol, durante mi mandato, en el 2005, Julio habló de las Cooperativas Audiovisuales en Argentina. Eso que parecía tan lejano hoy está aquí tocándonos las puertas.

“Si los medios necesitan contenidos de calidad sobre la cultura, la historia y el patrimonio, y existe la posibilidad de que esos contenidos generen valores y sean facturados con una visualidad propia de estos tiempos, saldrían enriquecidos nuestros medios audiovisuales. Los apocalípticos de hoy hablan de que las nuevas tecnologías y las autopistas de la infocomunicación van a acabar con la televisión tradicional pero creo que la televisión, por su carécter de inmediatez y simultaneidad, va a seguir ocupando su lugar”.

¿Qué le resta por hacer en televisión?

–Que un animal analógico como yo haya transitado desde el glorioso blanco y negro, al mundo del color –del cual fui uno de los siete fundadores en 1975– hasta la sala de postproducción en Alta Definición (HD) y a Unidades de Remoto como la Duaba, es algo asombroso.

“Lo que me resta por hacer es ver cómo puedo colaborar con los que se inician hasta donde me den las fuerzas y mirarme en el espejo de un paradigma como don Jesús (Chucho) Cabrera Acosta que para mi está en el Olimpo de los creadores cubanos.

“Si algún pecado he cometido es que estoy a punto de cumplir 60 años de trabajo y le he dado dos vidas laborales a mi país. Que me reconozcan y saluden por la calle me da la satisfacción de continuar trabajando para el público.

“He sido jurado para la entrega de la Condición Artista de Mérito y de los Premios Nacionales de Televisión, tratando de hacer justicia con muchos realizadores. Durante seis años me dediqué a la dirección y a la Presidencia de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

“Digamos que no he parado de hacer por un sentido de pertenencia, por la vocación de servicio público y por contar con una novia a la cual tengo muy presente siempre y se llama Cuba. Tengo muy claro lo que nos puede costar la división. No podemos contaminar el arte con intereses mezquinos ni personales. La creación artística debe ser limpia y pura y estar en función del receptor”.

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