Sin duda figura entre los acto­res y humoristas más populares de Cuba. Es sinónimo de simpa­tía y talento, dos ingredientes que suman, si se les adiciona esfuerzo y capacidad de tra­bajo, un nombre: Osvaldo Doi­meadiós, quien, sin embargo, se multiplica en otros, llamados Margot, Feliciano o alguien que además de encarar papeles có­micos y serios, asume otro no menos difícil: el de director. Al polifacético hombre de teatro, cine, TV y radio, se acercó Tra­bajadores en este fin de año:

Mucho antes de que el trans­formismo como arte legítimo to­mara fuerza en Cuba tú fuiste pionero con personajes como Fe­liciano y sobre todo Margot, ¿qué dirías sobre esas experiencias?

En 1987 empecé regularmen­te a hacer humor con mi grupo Salamanca y era algo común en nuestra práctica incorporar al repertorio una galería de per­sonajes femeninos y que no solo interpretaba yo, otros actores también, así que desde el princi­pio fue algo natural, lo veíamos sin ningún prejuicio. Luego en los años noventa vino el boom del transformismo. Sé lo difícil que fue para algunos conquistar ese espacio, que en nuestro caso ya teníamos en el teatro y luego con Margot en TV en un espacio como Sabadazo.

Se te reconoce un actor múlti­ple, y papeles elogiados como el de la reciente Mi propia guerra así lo confirman, sin embargo, muchos en el público de solo aparecer en un teatro ya sonríen. ¿Hasta qué punto ha marcado el comediante y primado sobre otros registros histriónicos?

Efectivamente, aunque apa­rezca interpretando un perso­naje en la cuerda más dramá­tica las personas por lo general esbozan una sonrisa, es algo que siento más en el teatro por­que tengo al público más cerca. De alguna manera eso compen­sa la entrada, pero me obliga a lanzarme más a fondo en el trazado del personaje. Creo que con el tiempo me he ido recon­ciliando con eso, que admito al principio me molestaba un poco, pero al fin y al cabo esa —llamémosla presencia histrió­nica— es algo que forma parte de mi equipaje personal.

Diriges, y además de espec-táculos musicales recitales de can­tantes notables lo has ensayado en teatro, con unipersonales que tam­bién te pertenecen como escritor, en el caso del recordado Aquicual­quier@ o puestas complejas como la exitosa Oficio de Isla, ¿qué pue­des comentar sobre ello?

A la dirección llegué por la dirección de actores, y por nece­sidad. Aunque no me quiero des­ligar de la actuación, que sigue siendo mi vocación mayor, cada día me involucro en nuevos tra­bajos de dirección. Me gusta tra­bajar y creo en el valor de todos los géneros, no los discrimino, por ello no pongo reparos en los espectáculos musicales, los con­ciertos, los de humor, los dramá­ticos y los que combinen todos esos ingredientes. Cada uno es un reto y un juego diferente.

Andrea sigue tus pasos como actriz e incluso como dramatur­ga. ¿Crees entonces que hija de gato caza ratón?

La genética hace su parte sin lugar a dudas y el entorno influye, pero si no tuviera ta­lento no la habría impulsado a seguir mis pasos. Andrea es una joven actriz con inquietudes y con capacidad para escribir. Le insisto en ello, en que desarro­lle este oficio, tan necesario en la escena y los medios cubanos. Necesitamos de aun más guio­nistas dentro del humor y mejor si es alguien joven, sin prejui­cios y perspectiva de género. La experiencia de trabajar con ella en la puesta en escena de La Cita, fue muy provechosa para ambos y espero que sigamos co­laborando en muchos más pro­yectos. Somos muy críticos cada uno con el trabajo del otro.

¿En qué situación ves el pano­rama humorístico del patio?

Al humor cubano ahora mismo le hace falta un poco de oxígeno, de sangre fresca. Es hora de que aparezca sobre la escena una nueva generación de cultores del género. Necesita más preparación y rigor.

¿Y cómo ves el teatro en ge­neral?

El teatro tiene zonas bien definidas de estéticas y tenden­cias. Quizás —como al humor— le haga falta nuevas voces.

 

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