El humor nos llega como salvavidas en pleno océano. No se trata de restar importancia y protagonismo a las difíciles y delicadas situaciones por las que atravesamos. Hablo de una necesidad física y sicológica. Relajar nuestros músculos, poner válvulas de escape a las tensiones
Culmina el verano y poco a poco llegarán a su final algunos de los programas especiales que la televisión ha realizado para apuntalar esta etapa estival. Con mucho esfuerzo, a causa de la situación pandémica que conocemos, pudimos contar con varios espacios dedicados al humor entre las propuestas novedosas o de estreno.
No intentaré comentar, enjuiciar, defender o lacerar ninguno de estos proyectos por dos simples razones: no debo ser juez y parte; y porque más allá de gustos, ideologías estéticas o políticas, sentido del humor o de humor en el sentido…, soy respetuoso y agradecido. No espero que nadie sea o piense como yo. Asumo y entiendo la individualidad, y el efecto caleidoscopio, o sea, que para gustos se han hecho los colores.
No por casualidad traigo a colación el tema, y no es casual este título. Perteneció a uno de los programas más interesantes, populares y eficaces que se han transmitido en la historia del humor en la televisión cubana. Salió en la pequeña pantalla, cerrando el siglo XX, gracias a la avezada directora Gloria Torres, y un grupo de no menos avezados humoristas. Conducido por Ulises Toirac y secundado por una inmensa prole de nombres ya reconocidos y otros que se daban a conocer: Otto Ortiz, Kike Quiñones, Ángel Ramiz, Rigoberto Ferrera, Ariel Mancebo, Jorge Díaz, Eddy Escobar, Antonio Berazaín, Alexei Rivera, Carlos Vázquez, Anael Granados, Pagola la Paga, Komotú… entre solistas y grupos, en un momento donde ya empezaban a escasear las agrupaciones humorísticas.
Eran tiempos difíciles, como de costumbre. A tal punto que hacer esta interrogante podía ser algo muy paradójico. No había mucho de qué reírse, pero reímos a piernas sueltas. El humor constituyó un bálsamo, al igual que en los primeros años de la década del 90, (1993/94, para ser más exacto), en la que un antológico espacio, Sabadazo,dirigido por Julio Pulido, y con una sarta parecida de humoristas, se convirtió en la fiesta y la esperanza de un inolvidable fin de año.
Ahora, otra vez el humor nos llega como salvavidas en pleno océano. Un mar revuelto y con escasas tablitas. Un mar nunca imaginado. No se trata de restar importancia y protagonismo a las difíciles y delicadas situaciones por las que atravesamos. Hablo de una necesidad física y sicológica. Relajar nuestros músculos, poner válvulas de escape a las tensiones. Por eso, sin querer quitar el derecho a opinar y dar criterios, a veces sin conocimiento alguno, pero así también es la democracia, prefiero agradecer a todos los que hicieron posible contar con varias propuestas de humor en pantalla. Con una diversidad plausible, y para coincidir con algunos colegas: no exenta de mejoras.
Sé lo difícil que se torna complacer a todos cuando de reír se trata. A veces el chiste no quiere expandirse en la hoja de papel, en el guion, en el dibujo, en la escena, en las carencias, en el dolor… por eso agradezco el intento y la obra. Agradezco tal cual doy gracias al médico, al enfermero, al panadero, al agricultor… a todo el que extiende la mano. Ojalá no volvamos a perder los espacios humorísticos rescatados, aunque tengamos que mirar atrás, aunque tengamos que volver a empezar mil veces, hasta que quede insuperable.
Creo en la importancia y poder del humor ligado al arte, a la vida. No como simple eslogan que se repite sin sentido: ¡El cubano se ríe hasta de sus propias dificultades! Hoy reír no es una opción, es una necesidad imperiosa. No solo del cubano. Se impone hacer el dibujo de nuestro planeta con una sonrisa de lado a lado, para no dejar escapar la esperanza.