El teaser oficial del live action de La Sirenita, presentado en la expo anual de Disney hace apenas una semana, ha reavivado las terribles llamas del odio y el prejuicio, que ya venían formándose desde el año 2019, cuando la compañía reveló que Halle Bailey, una joven actriz y cantante afronorteamericana, sería quien le daría vida y voz a la icónica Ariel, personaje que en 1989 sacara de la crisis creativa a la casa del ratón.

Muchos son los argumentos expresados por los que se oponen a una sirena negra; los más reiterados hablan de inclusión forzada, de irrespeto hacia la versión del 89 y hacia el propio cuento de Hans Cristian Andersen, además de alegar oportunismo comercial por parte de Disney.  Esto último no suena tan descabellado conociendo las estrategias de la industria hollywoodense, donde todo se vale en cuestiones de mercado. Y querámoslo o no, anunciar que una joven afronorteamericana será la primera princesa negra en un live action de Disney es todo un golpe de efecto; la empresa lo sabe, todo Hollywood lo sabe y el público también.

Pero apartando estas cuestiones más asociadas al marketing, el cambio de tez de La Sirenita, no nos debe parecer ni casuístico ni forzado; más bien nos está hablando de un punto de giro en la relación de la industria con la sociedad en que se mueve. Como perfecta metáfora sociocultural, Ariel no será la única que recobrará su voz robada en esta nueva cinta, sino toda una comunidad, y con ella una generación que comienza a andar por este mundo nuestro, no tan justo ni tan idílico como los cuentos de hadas.

Son sin dudas conmovedores los últimos videos en las redes, de niñas afrodescendientes saltando de alegría al notar que Ariel es una chica negra como ellas. Tal vez esta representación pudo haber llegado muchas décadas atrás, detalle este que no le resta valor a la decisión de la compañía.

Pero mucho tiempo antes de que Disney pensara en la posibilidad de una sirena negra en su catálogo, la televisión cubana ya tenía la suya. Una pequeña sirenita de aleta rosa, piel canela y trenzas afros color de fuego, nos contagiaba con su alegría, su hermosa voz y su optimista canción. Coralina, nos mostraba de manera orgánica y coherente con nuestra identidad caribeña, una nueva mirada al mito de la sirena. Le daba la posibilidad a la niña cubana de jugar a ser sirenita, a tener un amigo cangrejo y a aprender de sus errores.

Lo más interesante es que nadie se cuestionaba el color de piel de la coqueta niña; se asumía con la naturalidad que representa vivir en un país justo, revolucionario e inclusivo.

Para el departamento de animación de la televisión cubana, Coralina representó una bocanada de aire fresco a inicios de la década de los 2000. Era un proyecto novedoso, alegre, con un diseño de personajes muy auténtico y un buen uso de las técnicas de animación. La recreación del fondo marino y de sus criaturas, aunque sin dejar de ser animados, resultaban realistas para el público infantil que disfrutaba una y otra vez del único episodio de Coralina.

Sería muy interesante y oportuno que la televisión cubana retomara este proyecto y personaje, e hiciera de él una serie animada que nuestros niños puedan disfrutar. Temas como el cuidado al medioambiente, el amor a la familia, el respeto a la diversidad, entre otros, podrían funcionar de maravillas con un personaje tan carismático y popular como Coralina.

Que nuestros niños y niñas se sientan representados en personajes propios, llenos de cubanía y valores, es, ante todo, una ganancia sociocultural que no podemos perder. Si ya fuimos una vez los creadores de la primera sirenita caribeña en los dibujos animados, nos toca ahora recuperarla del olvido y enriquecer su mundo de magia, colores y cubanía.

 

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