Predecible y aburrido se entrelazan dos escenas en el sexto capítulo de esta serie televisiva aunque sí deja un mensaje positivo 

La excepción no hace la regla; así comienza Primer grado, con la presentación de la nueva víctima de Daniela y su influencia sobre el "profeta", y todo el andamiaje que se arma entre sus fanáticas, una de ellas la muchacha que rompe todas las reglas de la Ocha y el irrespeto a la religión Yoruba a la cual accedió por obligación de sus padres.

Predecible y aburrido se entrelazan dos escenas: un acosador que persigue a Daniela, los ninjas que estafan a un deudor de turbios negocios relacionados con un celular y que han padecido, los espectadores, desde el primer capítulo.

De lo primero hemos visto casi nada en cuanto a los peligros y consecuencias del uso irresponsable de las identidades en las redes sociales, más de lo segundo -en el caso de la Iyabó- la referencia es notable en cuanto a las contradicciones de la joven que se inicia en una religión de la cual nada conoce con respecto a sus obligaciones y la violación de los límites de la ética, al mentir en el intento de manipular a un viejo profesor de Filosofía, felizmente interpretado, que acepta la extraña visita a la cual pone al descubierto con una inesperada (para el personaje) lección de dialéctica y civismo.

El conflicto moral entre Daniela y su ayudante confirman de qué va el intento de buscar el desarrollo de una trama mediante una trama forzada que no encuentra una salida, como si al filmar esta teleserie que aún no encuentra firmeza en sus asideros melodramáticos y en el naufragio continuo en cada escena de esta historia.

Algo positivo sí deja como mensaje: la educación de los hijos resulta imprescindible para generar la confianza que les muestra el camino de la verdad; es la oportunidad de encontrar, aprender y descubrir cuál es el propósito que determina el valor del respeto a los demás.

El simbolismo donde el padre babalao pierde la visión debido al disgusto causado por la hija, lo cual no pudo prever desde la religión que profesa y la pérdida de un eslabón que enlaza la tradición de la familia, se contrapone al análisis realizado por el profesor de Filosofía, quien desde la dialéctica como ciencia, abre los ojos de la joven religiosa durante el interrogatorio a la cual la somete, desde que la Iyabó irrumpe en su cubículo de un hospital. Incluso la ruptura de la hija cuando le entrega los atributos de la regla Ocha, no logra la intensidad interpretativa de la escena donde la muchacha se desnuda y que muestra otro intento de pasar del Primer grado, sin lograrlo, más bien como suspenso, al cerrar el sexto capítulo.

Tomado de Tribuna de la Habana

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