Estudiamos juntos la carrera de Teatrología – Dramaturgia en la Facultad de Artes Escénicas del Instituto Superior de Arte. Éramos un grupo sui géneris en el que descollaban nombres ya establecidos en el teatro, la radio y la TV en Cuba: ella, José R Brene (entonces su esposo), Karla Barro, Enrique Domínguez, hoy Premio Nacional de Radio. Allí también coincidieron otros, entonces menos conocidos que luego tendrían carreras descollantes en Cuba y fuera de Cuba, como el ya fallecido Tomás Gonzáles, la hiperquinética Yulki Cary, siempre con un proyecto bajo el brazo (que llevaba, además, exitosamente a la práctica), el crítico de ballet Orlando Taquechel y varios otros que escapan a mi memoria Fuimos el segundo grupo de trabajadores en graduarse en esa especialidad. Mayté estudiaba y escribía libretos para sus telenovelas que salían al aire mientras recibíamos clases de un grupo de excelentes profesores en las aulas de la Escuela de Ballet de L y 19, que esa institución prestaba al ISA para evitarnos el fatigante periplo nocturno a las bellas instalaciones del Reparto Cubananacán.
Allí, entre clases y pruebas (Brene dejó los estudios porque, dijo, los exámenes lo ponían muy nervioso) fui conociendo a aquella mujer que antes de llegar a la escritura en la TV había pasado por diversas ocupaciones. Como tanta gente humilde de los 40 y los 50, cursó estudios en la escuela de artes y oficios, donde aprendió, sobre todo, a dibujar. Y aún después de haber cursado exitosamente el Seminario Nacional de Dramaturgia del que emergieron Brene, Mario Balmaceda, Gerardo Fullera León, Joaquín Cuartas y tantos otros, Mayté se desempeñó como cartógrafa en las FAR. Gracias a su talento y a esa técnica, Mayté pintaba y recuerdo un cuadro para el que escogió de modelo a la actriz Sarita Reyes.
Nunca contó cómo dio el salto al espacio Horizontes del que fue guionista durante tantos años. Una tras otras surgían de su imaginación telenovelas que fueron ocupando el imaginario televisivo del cubano (algo no estudiado por cierto) que van desde El viejo espigón, uno de los mejores melodramas escritos en este país, hasta La Peña del León, primera tele novela en comedia que ha pasado por nuestra pequeña pantalla y que legó a ese imaginario al que hice referencia un personaje de una popularidad fuera de serie: el ya eterno Melesio de Reynaldo Miravalles. Hermana de Alberto Vera, autor de excelentes canciones primero en el binomio con Piloto y luego en solitario, Mayté se crió en una típica familia cubana de clase media baja, amante de las tertulias y las serenatas, de las comidas en casa con todos reunidos, de la pulcritud, la elegancia y las buenas costumbres. Su propio nombre es señal de admiración de la canción trovadoresca: María Teresa Vera.
Estuve hace 5 años con ella, en su mínimo departamento del Vedado, cuando cumplió los 80 y pasamos un momento feliz recordando buenos tiempos. Quedé debiéndole una visita y supe muy tarde la noticia de su adiós definitivo, por lo que no asistí a sus funerales.
Tenía Mayte un hijo y varios nietos que residen en Europa, continente al que había viajado a encontrarse con ellos. Era una mujer que siempre tenía en mente una nueva telenovela. Y es que su fidelidad al género y el haberlo asumido en serio, casi como un deber, en los momentos en que era vituperado y desdeñado por sus indiscutibles ribetes comerciales (que para nada lo invalidan como género de entretenimiento) la colocan en un sitio relevante de la historia de nuestra pequeña pantalla. Ya se: pronto será olvidada, como tantos otros, por quienes hacen el día a día en nuestros medios. Pero ya está atrapada por la historia de ese maravilloso juglar electrónico que ha marcado casi un siglo de la impronta cotidiana de nuestro tiempo. Adiós, entonces, amiga escribana de historias cursis y atractivas, genuinamente hilvanadas por una sensibilidad muy especial que no todos poseen.
Julio Cid, La Habana, 10 de mayo de 2016
CARTELERA DE CANALES NACIONALES
