Hace algún tiempo me había propuesto conversar “amplio y tendido” con el multifacético Marcos Castillo, un realizador de vasta experiencia en los medios audiovisuales, cuyas propuestas –tanto radiales como televisivas- llevan la impronta de su continuo afán de renovación, siempre en busca de lo novedoso… y de ser posible, de lo inédito. Este verano, la aparición por vez primera de una programación totalmente musical a través de la señal del Canal Educativo, me ha dado un magnífico pretexto para apresurar y concretar este añorado encuentro.

¿Castillo, cuál fue tu participación en la gestación de Tu Música TV?

Comenzaré diciéndote que hace aproximadamente dos años un grupito de entusiastas acariciamos por primera vez la idea de un canal de televisión que fuera solamente musical, pero aquello no llegó a cuajar. Por eso me sentí muy agradecido cuando muy recientemente, los directivos de la Televisión Cubana me propusieron integrar el equipo que estaría encargado de la salida al aire durante el verano de un canal donde se transmitiera sólo música. Algo muy difícil, porque se trataba de montar una programación netamente musical, en un canal que ya existe con sus características y sus contenidos propios, como es el Canal Educativo.

El actual canal Tu Música TV es por tanto un concepto inédito en nuestra Televisión y un proyecto que ha involucrado a la Dirección de Programación de la Televisión y su División de Programas Musicales. Ya en lo personal mi participación ha estado encaminada –junto a todo un equipo de trabajo- a la selección de los materiales, la concepción de la parrilla de programación, la identidad del canal, su imagen corporativa y por supuesto, su nombre. Y todo eso debió hacerse con una gran premura… ¡como solemos hacer las cosas los cubanos!

¿Cuáles fueron los presupuestos para la formulación de Tu Música TV?

Se basaron en una programación donde se conciliaran muchos intereses propios del ICRT, con la perspectiva de transmitir materiales de calidad, el 50% de ellos de producción nacional. A partir de ahí se comenzó a hacer una selección todo lo rigurosa que fue posible, con el propósito de darle una perspectiva diferente a lo que sin duda es un canal de nuevo tipo, un primer acercamiento, una especie de pilotaje sobre algo sobre lo que no se tenía una verdadera experiencia. Y en todo momento se habló de diversidad y al mismo tiempo de coherencia sistémica, para que ninguna oferta desmienta el propósito de entretener y recrear, fomentando al mismo tiempo valores musicales y estéticos en general. Y si bien no son la mirada y el criterio de Marcos Castillo los que han predominado en ese intento, al menos puse un granito de arena a este proyecto que ya se estaba haciendo necesario, y está siendo bien recibido por la teleudiencia.

¿Consideras que haberte involucrado en este proyecto es un reconocimiento a tu labor como realizador?

Creo que al menos evidencia un conocimiento de mi trabajo como director, y de los resultados de un programa como “Fuera de Rosca”, concebido para Cuba Visión Internacional, tributado posteriormente además al Canal Habana, y que actualmente se transmite para todo el país por Cuba Visión.

Pienso que también tu presencia en la creación de Tu Música TV depende de tu amplia experiencia como realizador y productor musical en la radio.

Es posible que los directivos del ICRT hayan tenido en cuenta eso, y en cierta medida influyera en la decisión de que yo participara en la preparación del canal musical. Porque como bien dices, llevo muchos años trabajando en los medios, y esa experiencia –además de los aportes que da la academia- me han permitido desenvolverme en la radio, la televisión y el cine, asumiendo diferentes géneros: musicales, informativos, documentales, publicidad… Y eso puede que haya avalado mi inclusión en la gestación de ese proyecto.

Castillo, tanto tú como yo entramos a la radio en una etapa en la que prevalecía el empirismo. Ya que lo has mencionado, ¿cuánto te aportó la academia en tu desempeño posterior?

Mira, el pensamiento hay que educarlo, y quienes en esos años trabajábamos en la radio empíricamente, lo hacíamos por pura intuición, aunque los resultados fueran buenos. Es decir, teníamos que codificarlo todo, entre otras cosas para defender el trabajo que estábamos haciendo. A veces debíamos dedicar mucho esfuerzo y tiempo en convencer a los directivos sobre la validez de cuanto hacíamos; a las personas que median entre la realización y la concreción de una obra, era preciso persuadirlas de la necesidad de hacer ciertas cosas, pero no teníamos suficientes herramientas teóricas para hacerlo. La academia me facilitó eso muchísimo, porque me dotó de un sistema de categorías que ya me posibilitaba comunicarme, convencer, montar, desmontar, criticar y defender mi trabajo.

Sin embargo, tu entrada en la radio también hizo lo suyo, porque fue en una emisora privilegiada por el talento.

Es cierto, porque en los años ochenta cuando yo comencé a trabajar en Radio Ciudad de La Habana como editor, tuve la suerte de estar cerca de magníficos realizadores de sonido, directores y guionistas que aportaron muchísimo a mi formación. Y por si eso fuera poco, cuando llegué a Radio Ciudad me encontré con que allí trabajaban nada más y nada menos que diecinueve poetas reconocidos y galardonados por su obra, como Sigfredo Ariel, Alvis Torres, Bladimir Zamora, Ramón Fernández-Larrea, Alberto Rodríguez Tosca. Y también trovadores como Frank Delgado. De ahí que en esa emisora se hicieran las primeras grabaciones de Polito Ibáñez y Raúl Torres, por ejemplo. Y yo, que llegaba nuevo a ese ambiente de alta creación, me convertí en una esponja por tener el privilegio de  enriquecerme de los pies a la cabeza con todo ese talento, y eso inevitablemente debió reflejarse en mis proyectos.

Por eso cuando comienzas a estudiar en el ISA –y sin ser todavía “académico”- ya eras el director de un exitoso programa radial, donde se te nombraba El Monje de la Salsa. ¿Qué recuerdas de aquello?

Fue algo muy curioso, porque resulta que en Radio Ciudad de La Habana todos éramos rockeros y troveros. Éramos como una vanguardia abanderada del rock y de la trova. Tanto era así que de hecho Radio Ciudad fue la primera emisora de Cuba que comenzó a transmitir a Fito Páez, Charlie García, Pink Floyd, Led Zeppelín, con una marcada intencionalidad: crear en los oyentes –eminentemente jóvenes- un determinado gusto estético hacia intérpretes y géneros que entonces no eran muy difundidos en nuestro país.

En ese tiempo creé un grupo de proyectos, algunos de los cuales existen todavía, hasta que me percato de que yo nunca había incursionado en la música popular bailable cubana: esa que en el mundo ya se le llamaba “salsa”. Así, cuando se dieron las circunstancias, le pedí a la dirección de la emisora hacer un programa de ese tipo, pero en un inicio no hubo mucha confianza en el proyecto, porque hasta entonces yo había sido rockero. El argumento que di para defender mi propuesta fue que yo era un productor musical, y un productor musical lo mismo monta un show de rock, que de salsa, que dramatizado, que informativo, porque su función es crear un espectáculo, un artificio mediático que llegue al público.

Sin mucha confianza todavía se aceptó mi proyecto, y así surgió “Discofiesta 98”, con Roylé Rodríguez como conductor. Tuve además la suerte de que ese programa saliera al aire en 1993, en pleno período especial, para que se convirtiera en una especie de agradable y oportuno paliativo en medio de las calamidades de entonces, en tanto se convocaba a la música cubana, al gusto y al apego por lo nuestro. Se logró entonces una impresionante relación con la audiencia en los dos años y medio durante los cuales dirigí ese programa, que todavía se transmite. Y como algo a considerar, debo decirte que en ese período aparecieron en la prensa nacional seis artículos referidos a ese espacio. Y te hablo de publicaciones como “Granma”, “Juventud Rebelde”, “Trabajadores”, en las que se expresaban diferentes puntos de vista –ya fuera a favor o un tanto cuestionadotes-, pero lo cierto es que “Discofiesta 98” no pasó inadvertido, porque era una propuesta de vanguardia, otro modo de hacer radio –que para nada era la primera vez-, y sobre todo una manera distinta de difundir la música cubana.

Esos eran además los tiempos en que a nuestros músicos se les nombraba con ciertos apelativos. Por ejemplo, Adalberto Álvarez se convirtió en El Caballero del Son. Y como yo entonces tenía una trenza muy larga, un buen día Roylé al dar los créditos del programa, dijo que estaba dirigido por Marcos Castillo, El Monje de la Salsa… y aquello pegó tanto en los oyentes, que se mantuvo hasta que permanecí en el programa.

Otro significativo espacio radial de música y temática alternativa dirigido por ti, pero en Radio Metropolitana, fue “A propósito”, que aún se transmite y mantiene dos frases distintivas que concebiste para ese programa: “La otra manera” y “La diferencia”. ¿A qué se lo atribuyes?

En la radio tuve la oportunidad de realizar todos los proyectos que me propuse, ya fuera en Radio Ciudad de La Habana como en Radio Metropolitana, y siempre desde una posición de vanguardia, planteándome y replanteándome cada vez nuevos conceptos. Cuando llegué a Metropolitana tuve la posibilidad de hacer “A propósito”, donde también logré nuclearme de un grupo de personas talentosas y amigas, como Humberto Manduley –todo un especialista en rock-, el profesor de semiótica del ISA y conocido comunicador Mario Masvidal, y el crítico de arte Gustavo Arcos. Y entre todos nos propusimos acercarnos de forma diferente al oyente, a partir de propuestas musicales y conceptuales poco difundidas, pero no por eso menos importantes. Pienso que si esas frases se mantienen aún en el programa, es porque “A propósito” sigue marcando esa diferencia, esa “otra manera”.

 Dices que en la radio has podido llevar adelante todos los proyectos que te has propuesto. ¿Y en la televisión?

Para responderte “de otra manera”, hace poco hice una exposición fotográfica –porque en un rincón del alma también tengo un fotógrafo- que contó con los comentarios críticos de Masvidal y de Arcos. Y precisamente Arcos decía en su análisis que yo era una persona que podía ubicarme en todos los medios, y además con la suerte de poder hacer todos los proyectos que se me ocurrieran.

¿Y realmente consideras que eso depende de la suerte?

Tal vez dependa de que soy alguien muy observador, y por eso me doy cuenta de cuáles son las necesidades reales en cada momento, porque soy un realizador que siempre trabaja con los pies sobre la tierra. No ando soñando proyectos imposibles de realizar, sino siempre cuento con las posibilidades reales de emprenderlos. Quizás esa filosofía o actitud ante la vida sea lo que me ha permitido hacer todas las cosas que he querido hacer. Me atengo a lo lógico, a lo práctico, a lo objetivo. Aunque sin dejar de la mano esa fantasía necesaria que me convoca a hacer las cosas del modo que me gusta hacerlas: promoviendo cambios, modificando estéticas.

Por eso siempre digo que el trabajo del creador es crear, no repetir. Y sin embargo, todos nos llamamos “creadores”, sin ser a veces totalmente consecuentes con ese término, que es toda una exigencia. Por eso en mi caso nunca hablo de “mi obra”, sino de “mi trabajo”. Debe ser por eso que suscribo a X Alfonso cuando dice que él es un obrero de la cultura. Porque ese deseo de proponer y hacer cosas nuevas -sin ánimo de sobresalir o resaltar en ningún sentido, sino por la necesidad de evolucionar- es lo que me lleva a concretar los trabajos que me propongo. Y como ya te dije, mirando la estrella, pero con los pies sobre la tierra.

Esa precisamente es la filosofía o actitud que percibo en la serie promocional “Lo real maravilloso”, donde una imagen vale por mil palabras: mostrar cuán mágicos somos los cubanos, sin perder de vista nuestra realidad. ¿Cómo surge ese proyecto?

Surge como parte de la campaña Imagen Cuba, para Cuba Visión Internacional, utilizando una tendencia de mi trabajo como fotógrafo, y con el propósito de reflejar esa identidad nuestra donde coinciden lo mágico con el realismo. El reto era cómo mostrar una imagen de Cuba a mi modo de verla, a mi forma. Así que decidí que esa era mi manera de ver la cubanía en todas sus variantes y en todos sus matices. Es la imagen de la Cuba que yo veo, y cuya banda sonora no necesariamente tiene que ser un danzón o un danzonete, sino un tema de Carlos Varela, de William Vivanco o de Frank Delgado.

Esa es la Cuba mía: la gente sin camisa, los muchachos tirándose por la calle en chivichana, la gente montando bicicleta, que para mí es un símbolo patrio… ¡y que alguien se atreva a decir lo contrario! Es, en fin, un homenaje a nosotros mismos, según mi perspectiva. Que no tiene que ser la exacta… pero es la mía.

De tal modo defiendes esa perspectiva tuya, que hace ya seis años está en el aire el programa “Tiene que ver”, como otra manera de andar un camino tan trillado como puede serlo una tanda infantil. ¿Cómo lo has logrado?

Yo siempre oí decir que trabajar para los niños es algo muy difícil, y si me voy por ese cliché te engaño, porque para mí es una gozadera trabajar para los niños. Será porque ahora sí me sumo a ese otro cliché de que todos llevamos por dentro un niño, y en ese programa se me sale completo. Y lo mismo le pasa al resto del equipo de realización, que todos tienen cuarenta o cincuenta años, pero se comportan como muchachos haciendo el programa.

“Tiene que ver” es una idea original de Ricardo Vila Arteche, a quien yo conocía de otros proyectos infantiles en la radio. Años después la vida nos ha unido en este programa, que desde el comienzo asumí con muchísimos deseos, porque es casi irreverente por romper con lo tradicionalmente establecido que aparezca en pantalla una mano dándole un vaso de agua a la Isaily, la conductora. Y esas cosas son divertidas para los niños y también para los mayores. ¡Y sobre todo para mí! Pero diversiones aparte, en la realización de este programa la academia sigue ejerciendo su influencia, porque el hecho de que el televisor sea el coprotagónico como interfase entre el emisor y el receptor, lleva implícito todo un cuerpo teórico.

Pero además debo decirte que estar en condiciones de dirigir este programa también se lo debo a la radio, porque considero que quien no pasa por la radio está incompleto, pues la radio crea como un sexto sentido y desarrolla una fantasía tremenda, ya que al disponer solamente del sonido se hace necesario potenciar otra magia. Y esa magia se me inoculó haciendo en la radio programas infantiles junto a Alvis Torres y José Hugo Fernández. Por eso en “Tiene que ver” le doy tanta importancia a la banda sonora, como un elemento expresivo y también divertido, en este programa y en cualquier otro que yo haga.

Como, por ejemplo, en “Somos multitud”, donde tampoco renuncias a la música. ¿Qué otros presupuestos te has planteado en este espacio?

“Somos multitud” es un programa que yo heredé, por eso he sido respetuoso con sus presupuestos originales. Pero mi concepto en este espacio, como en todos, ha sido favorecer cada cierto tiempo el cambio. O lo que es lo mismo, refrescar. Por eso ahora hay dos nuevas conductoras: Maureen Delgado y Ariana Álvarez… ¡que también provienen de la radio! Por eso llegan con un oficio que es muy provechoso en otros medios. En el caso de Ariana, trabajamos juntos hace muchos años en “A propósito”, y con el tiempo ha demostrado además ser una actriz magnífica, y por su parte Maureen sigue siendo una excelente locutora de radio y televisión. O sea, que con ellas dos como nuevas conductoras del programa, se logra una interacción muy profesional… y de paso le sigo haciendo un homenaje indirecto a la radio.

Hablemos ahora de “Fuera de rosca” un programa que, en mi opinión, es el que más se parece a Marcos Castillo por lo renovador, audaz, dinámico y transgresor… desde el uso de los colores hasta la fotografía, pasando por la iluminación.

Ciertamente en “Fuera de rosca” hay un intento de democratizar la mirada, para que no sea esa mirada pasiva del receptor frente al mensaje, y que a su vez el mensaje no sea dictatorial, obligado desde un ángulo. Por eso asumo en la fotografía más de un punto de vista, y en el momento que la conductora acaba de hablarle al espectador darle un cambio de mirada, para involucrar mucho más a ese tercero excluido que es el televidente.

En definitiva “Fuera de rosca” es también expresión de ese compendio de pensamiento, de formas, de intenciones, de conocimiento, porque en el programa hay elementos de fotografía, de publicidad. Incluso los reportajes que hago para el programa tienen que ver con mis conceptos de la documentalística, donde persigo que la forma sea un tanto provocadora. Eso es lo que trato de hacer en “Fuera de rosca”: activar al receptor continuamente, en la medida que le modifico sorpresivamente su campo visual.

Porque siempre he preferido equivocarme a no intentarlo, y en eso me va el trabajo. Y va también en ello esa experiencia de la que hemos hablado, las posibilidades que se me han dado, las oportunidades que he tenido, y todo eso es lo que me impide equivocarme demasiado, aunque no le tenga miedo al error. A lo que sí le tengo terror es a no intentar. Eso no está dentro de mí ni en mis pronósticos.

¿De todos modos, hay algo qué no intentarías?

Lo único que no intentaría es hacer lo mismo que se está haciendo. No pierdo un segundo en pensarlo, me niego rotundamente a reproducir miméticamente lo que habitualmente se hace. O dicho en otras palabras: hacer más de lo mismo. Por eso trato de ser versátil en mi trabajo, y me empleo lo mismo en un programa infantil, que un musical, que un informativo, que una publicidad, para que la gente al verlos se pregunte ¿Y este es el mismo tipo que hace tal cosa y más cuál cosa? Porque lo que trato es de trascenderme a mí mismo. Y como diría una voz autorizada, el dilema de la vanguardia está en su posibilidad de autotrascenderse. La verdadera vanguardia es la que esa capaz de trascender sus propios dominios… y eso sí voy a intentarlo siempre.

 

 

 

 

 

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