Cada vez que veo Vale la pena me digo, una cámara solamente, un fondo adecuado y Manuel Calviño ¡que buen programa!.  Lleva 22 años  y sigue contribuyendo a que seamos capaces incluso de ser felices, como en el última tema que trató este año.

El Doctor en Ciencias Psicológicas y Profesor e Investigador Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana, también músico, es capaz de articular un discurso lógico, coherente y atractivo,  con matices cómicos a veces,  partiendo de mensajes que le envían o de hechos de los cuales ha sido testigo.

En este Vale la pena final del 2017, tomó el tema de la felicidad e hizo que nos miráramos  por dentro, no de una manera complaciente  pero si lo suficientemente lógica  para que entendamos  que reír o sencillamente  tener la esperanza de alcanzar  a ser feliz, es un paso a sentirnos mejor con el yo quejoso que  a veces nos copa. No sé si lo escuché o lo leí, pero  me convencieron: la felicidad es un instante que se atesora mientras respiremos.

Unas semanas atrás habló  de los celulares y la soledad que estos pueden representar para aquellos que, estando unos al lado de otros, se comunican por esos equipos útiles, necesarios, que signan nuestra era, pero que no pueden sustituir el dialogo humano, el contacto de personas con el  lenguaje hablado ,  mirándose a los ojos.

Hablo de dos temas, son por cálculos de los programas que no hace en el verano, cerca de 300 al año y en  los que Calviño comenta sobre un asunto, a veces bien peliagudo, y si no nos convence por lo menos nos hace pensar.

Podrían decirme  ¡claro, Doctor en Ciencias Psicológicas y Profesor e Investigador Titular! ¿y que?. Se pueden tener vastísimos conocimientos y no ser un comunicador extraclase como es Calviño.

En una respuesta  que me dio, al comentarle públicamente que me habían criticado por no incluir su espacio entre los más significativos del año,  afirmó “Vale la pena es un acto de comunicación que ha contado, cosa que también agradezco enormemente, con la complicidad de quienes hacen televisión, de quienes hacen la televisión, en nuestro país. Y por lo tanto, un acto de comunicación con una capacidad de multiplicación asombrosa, gracias a la utilización de la televisión.

Y como acto de comunicación, Vale la pena empieza, cuando termina (alguna vez utilicé mucho esta idea, para reforzarla). Porque Vale la pena es, sobre todo, lo que ocurre unos minutos después de mi aparición en la pantalla, unas horas después, cuando las personas incorporan un fragmento de saber a su análisis personal, a su introspección existencial, a sus debates cotidianos en pos de su mejoramiento como ser humano, a la necesaria (imprescindible) mirada crítica no solo a su vida, sino también a la de los otros, a las condiciones que marcan las rutas más o menos probables del vivir.

Debo decirte, que he sido un gran beneficiado por Vale la Pena. Me ha hecho mejor persona, mejor padre, mejor esposo, mejor compañero de trabajo, mejor profesional. Y me gustaría que ese beneficio se extendiera a otras personas, a muchas personas.

Si bien la tradición de pensamiento marxista, de la que soy parte por elección, refuerza la mirada al momento en que las condiciones de vida, de existencia, influyen notoriamente sobre la subjetividad (las personas no viven como piensan, sino que piensan como viven… y cuanta verdad encierra esta máxima primaria del ideario marxista) , soy de los tantos convencidos de que el empeño, la decisión, el deseo de ser una buena persona y la lucha por serlo terminan siendo un decisivo constructor de la mejores condiciones de vida, de las esencialmente humanas.”

En fin Calviño que en aquella lista de programas que hice para 2016, cometí un error   porque como dices “Aun así, que Vale la pena no esté en tu listado, o en otros que tampoco está, no significa que no siga siendo un activo hacedor de cultura, que no cumpla con su propuesta de contribuir al mejoramiento humano, al desarrollo auténtico de los valores.  Porque Vale la pena sigue apostando y comprometiéndose hasta el tuétano con la cubanía, la auténtica, la que emana de los buenos sentimientos, de la inteligencia robusta de las mujeres y los hombres de este nuestro país, la que a veces pierde el rumbo, pero lo recupera. Esa cubanía que siempre ha reconocido, valorado y hasta consagrado lo inteligente, lo valiente, lo sensible, lo auténtico, con tanta fuerza como lo hace con lo justo y lo soberano.

Y la cubanía auténtica se sedimenta en el bienestar y la felicidad no solo alcanzados, sino alcanzables. Y abre sus puertas a todo intento de disminuir la distancia entre lo que se es, y lo mejor que se podría ser (obviamente digo como ser humano).”

Es que cada día de transmisión y su reposición (que no siempre se cumple) viéndote, comprendo que Vale la pena, ¡vale la pena!

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