Desde el último cuatrimestre de 1950, se inauguran oficialmente las tres primeras televisoras iberoamericanas en Brasil, México y Cuba que adoptan el modelo de la radiodifusión con fines comerciales proveniente de EE.UU., progresivamente expandido por toda la Región.La radio y la televisión revolucionaron los espacios comunicativos hogareños llevando  al ámbito privado y doméstico,  además del espectáculo y la información, múltiples anuncios de productos y servicios generados por las firmas norteñas y nacionales. Cuando estos productores del sector de telecomunicaciones y de bienes de consumo que sustentan la Industria Cultural y a los publicistas, pagan a estos medios de comunicación las altas tarifas establecidas para la inserción de estos mensajes se convierten en virtuales financistas de estos soportes electrónicos.

 

Esta alianza entre agentes y actores sociales catapultan la producción de bienes de consumo y productos comunicativos, a la comunicación como actividad económica, investigativa y creativa y el consumismo pero también,  condiciona a los públicos. Mucho queda por investigar sobre su repercusión en la proyección ideológica-cultural de los sistemas radiales-televisivos de todo nuestro continente.

En Cuba, sometida a la hegemonía política-económica del imperio, esta monumental alianza productiva-comunicativa propulsa una nueva avalancha de inversiones, tecnologías, servicios o productos disímiles. No por gusto,  La Habana configura los sistemas radiales-televisivos de mayor pujanza y desarrollo de América Latina y nuestra capital deviene - con la sola excepción del Cine- en el polo indiscutible de la industria electrónica simbólica en habla hispana.     

Como en toda nuestra sociedad, EE.UU. experimenta y aplica en la televisión,  las más novedosas tecnologías de grabación o transmisión,  equipamientos de cálculo y procesamiento de la información, modelos productivos-organizativos, tarifas publicitarias y hasta formatos de productos o producciones comunicativas-culturales.  Aquí todas las plantas televisivas las crea el sector privado mientras que en el resto de América Latina, como excepción, algunas las funda el  Estado o contadas instituciones.  

A partir de 1960, la Revolución cubana transfiere al Estado todos los medios de comunicación y reconvierte su propiedad y objetivos. De inmediato, se planifica la  concentración y reubicación de la tecnología dispersa en múltiples empresas; la renovación de los contenidos con fines de servicio público y la ampliación del acceso de las señales radio-televisivas a la población en todo el país. Solo así,  este sistema electrónico podía informar, prevenir, educar y elevar la satisfacción espiritual-cultural de todos los cubanos.

Gradualmente se estructura uno de los mayores sistemas televisivos de servicio público en Ibero América que hoy cuenta con: cinco cadenas nacionales, una internacional, dieciséis territoriales y decenas de productoras locales – incluida la TV Serrana, que en su modalidad comunitaria se yergue en nuestras cordilleras orientales-.  

En todas estas décadas, ni un solo día  las señales radioeléctricas cubanas dejaron de  estar en el éter. Ni la absoluta supeditación tecnológica a EE.UU., ni la obsolescencia del equipamiento, ni los sabotajes,  ni las limitaciones financieras impidieron esta titánica, prolongada y cruenta proeza. Los mismos técnicos que durante la televisión comercial asombraron a todos con su ingenio y talento, en la televisión de servicio  público asumieron misiones superiores.

La renovación tecnológica cubana tuvo que esperar hasta mediados de los años setenta cuando comienza a introducirse el video tape japonés y en la próxima década, de la mano de los soviéticos, nos llegan el sistema de color, se renuevan los camiones de control remoto y los estudios y accedemos a la estación terrena satelital.

El resto de la historia tecnológica de nuestra televisión no esta exenta de múltiples avatares pues hasta hoy, por más de cincuenta años, resiste el férreo bloqueo norteamericano a Cuba.

Por ello, es comprensible nuestra alegría con la noticia de que Cuba se suma al grupo de países de la Región que a corto y mediano plazo,  digitalizaran sus sistemas de televisión abierta, es decir, aquellas señales que se recepcionan de manera gratuita en los hogares.  

Desde los últimos decenios del siglo pasado la computación y la cibernética revolucionaron la sociedad con su aplicación progresiva en todas las esferas de la vida: transformaron las rutinas y procesos de los espacios laborales, públicos o privados; posibilitaron la creación y conectividad con Internet - universo virtual donde se subvierten las tradicionales concepciones del espacio y el tiempo- y nos trajeron la multiplicidad, simultaneidad e interactividad de los accesos y servicios.

Entre sus repercusiones más importantes, se encuentra la creación y consolidación de nuevas prácticas culturales masivas que en un corto periodo histórico nos hacen aceptar  como natural la existencia de un soporte fijo o portátil al  cual se acoplan disímiles  artilugios con infinitas aplicaciones y la integración en un mismo soporte de todos los medios de comunicación precedentes.  

La reconversión de la televisión analógica en digital comenzada en los años noventa por los países con mayor desarrollo tecnológico  marca un hito importante en las prácticas de las telecomunicaciones contemporáneas pues aporta a la televisión de señal abierta,  entre otros beneficios:

La calidad máxima de imagen y sonido en sus reproducciones, la multiplicidad de servicios, la comprensión de las señales, la aceleración y optimización de toda la  gestión televisiva y pese a su costosa inversión inicial; un significativo ahorro financiero en todos los eslabones del sistema; desde la concepción del producto, durante  los procesos de realización y producción, en el momento de la emisión de sus señales y hasta en la fase de comercialización de su amplia cartera de productos.

En la televisión de América Latina, donde hasta ahora domino el capital privado, esta reconversión tecnológica permite a los Estados tomar en sus manos las decisiones de las telecomunicaciones y liberarse del hegemonismo operacional y de los contenidos de los poderosos conglomerados de la comunicación y el entretenimiento que por mas de cincuenta años han creado e impuesto sus ofertas en la televisión de la señal abierta terrestre, en la TV paga y por eventos -  al acceso de quienes cuentan con los ingresos suficientes-.

La homogenización tecnológica  y la economía de recursos de la digitalización propicia la creación o fortalecimiento del sistema de televisión publica regional y permite la ruptura de una sola visión de los aconteceres hoy imperante y por ende, la posibilidad de aplicar políticas culturales-ideológicas encaminadas al rescate de nuestra cotidianidad e identidad.

La democratización de los contenidos que otorga la recepción gratuita de las señales televisivas en todos los hogares, significaría en muchos de nuestros países, una verdadera recuperación de la soberanía sobre su espacio radioeléctrico y del acontecer social mediático,  hoy manipulado o desvirtuado.   

Hasta hace poco, cambiar el rostro de la comunicación en América Latina parecía imposible pero hoy también es un signo de los nuevos tiempos que vivimos.

 

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