Acercamiento a formatos y estéticas de series televisuales

¿Qué buscan los públicos en una ficción: reconocimiento, placer,          distracción? O quizás temas, conflictos, personajes, que los emocionen, vinculen y conecten con sus interrogantes y sueños. La experiencia       audiovisual de la televisión replantea la manera de percibir el tiempo y el espacio en este medio, marcado por la simultaneidad y lo instantáneo.

Destinatarios y productores son conscientes de que las series posibilitan el goce colectivo y la innovación comunicativa. Ambos transitan un camino no muy largo para llegar a las mayorías que disfrutan, de igual modo, las superproducciones históricas como los relatos de terror y las comedias.

 Sin duda el secreto está en el abordaje de lo popular, hecho de juego,   ritual, humor y hablas del pueblo. En América Latina, los públicos acceden a la modernidad a través de narrativas de la industria audiovisual, que   conectan pasiones de la gente para devolverle al televidente una segunda vida en tramas, las cuales entrelazan complicidades e impugnaciones.   

La serie tiene la ventaja de explorar lo que pudiera ser la vida real, profundiza en sentimientos y razones de interés común.

Poco se conoce el nexo que une a los intérpretes con sus experiencias   actorales. Blanca Rosa Blanco, protagonista de la serie La otra esquina, cuenta que ella y Silvia convivieron juntas durante un tiempo.

“A esta mujer algunas circunstancias sociales no le permiten desarrollar a plenitud su proyecto de vida individual. Tiene un tránsito, un recorrido muy amplio, le suceden miles de cosas inesperadas, después de los llamados errores trágicos”.

Con el resto del elenco ha coincidido en otras puestas audiovisuales. Le satisfizo compartir el set con Diana Rosa Suárez en el rol de su madre, la actuación de Raúl Pomares, “lo es todo en escena, tan justo y sensato, tan lúcido y vigilante. Con Fernando Echeverría me sucede siempre algo    mágico, siendo un actor que conozco hace tiempo, no había tenido la oportunidad de tenerlo en una relación tan cercana. Julio César es un    excelente actor, le tocó ser el malo de la película, pero tiene una grandeza espiritual que ofrece toda la tranquilidad para entregarte a cada momento”.

Julio César Ramírez es el “malo” de la historiaAsimismo la entusiasmó estar en la misma serie junto Hugo Reyes y  Amarilys Núñez, “fue como volver a la escuela, son personas muy       queridas,  igual que Tamara Castellanos, Enrique Molina, Paula Alí, Yerlín Pérez, Roque Moreno y Alexis Díaz de Villegas”.

En esta puesta la fotografía tiene una peculiar intencionalidad –se hizo cámara en mano-, los encuadres, la riqueza de los personajes, la propia relación entre ellos responde a la confrontación con la realidad cotidiana.

En el mundo prevalece un renacimiento de la forma del serial, que retoma estructuras narrativas de la literatura de folletín o por entregas, de la    telenovela y del policíaco, incluso produce sagas que para el caso de    Estados Unidos o Europa suelen ser más interesantes que la mayor parte de las producción fílmica industrial, incluido Hollywood.

¿Es posible contar los avatares de una existencia en 62 capítulos? Lo   propuso la serie colombiana La ronca de oro, inspirada en Sofía Helena Vargas Marulanda (Cali, 1934-2011), conocida artísticamente como     Helenita Vargas, cantante de música popular y la máxima representante del estilo ranchero en esa nación.

Desde la presentación, la puesta audiovisual ofrece claves del relato que protagoniza una mujer guerrera, y a partir de ella se recrea la diversidad cultural en el país sudamericano, el tránsito de lo rural a lo globalizado, la moral cristiana, la belleza mercantil, los valores, manejos de la discografía, la política y los designios del destino.

Narrar la historia de una vida real es el primer reto, el cual asumen siete guionistas, dos directores y el equipo de realización, empeñados en lograr verosimilitud, que los televidentes crean en el relato representado en    acciones y entrelazamientos de hechos, a partir de una configuración    narrativa.

No por azar eligen el melodrama como género dramático en la acción-base para realizar la refiguración de una experiencia temporal, la cual se basa en el interés por la condición humana. Es la casualidad la forma en que se manifiesta la necesidad de cada personaje-tipo, figuraciones    humanas que, en lugar de la tridimensionalidad propia de seres reales, encarnan o representan conceptos: el bueno, el malo, el sádico. En el   melodrama la solución de los conflictos viene desde fuera, es fortuita, y como ocurre en La ronca…sirve para recomponer la vida de la protagonista.

El tono patético, exagerado y pasional del melodrama lidera en el relato, donde la sorpresa en los personajes-tipo llega al paroxismo emotivo,   incluso los tres temibles antagonistas: Ana Julia Marulanda (Laura García), Germán Hincapié (Leonardo Acosta), y Clarissa de las Américas (Marianne Schaller) son reivindicados en una trama que deja fuera lo inexorable, da paso a hechos, los cuales no reclaman justificación, en este género no realista, si hace falta una transformación en las características            representativas del personaje-tipo, se obtiene sin explicación.

Detrás de cada encuadre hay una mirada que piensa, flashbacks (plano generalmente breve, el cual retrotrae a una acción pretérita) e ideas  visuales novedosas dinamizan el montaje y las transiciones, todo está pensado en función de una narrativa televisual diseñada para provocar el gozo de la gente, que vincule, conecte y emocione, desde lo “real” de una vida recreada en la ficción.

Al parecer, los diálogos no son trascendentes, sino lo que ocurre y cómo ocurre –esta es la única condición para que se mueva la trama-, y al   momento de recordar, el televidente seguro evocará los textos de las   rancheras, el ímpetu de una mujer “que siempre canta con la piel y el alma”.

Parafraseando a Stanislavski, emprenden las actrices protagónicas un viaje que va desde la subjetividad hacia la objetividad de esa existencia-otra, la de Helenita Vargas, la cual recrean Ana María Estupiñán, en la juventud, y Majida Issa, en la etapa adulta. No importa la entonación o las inflexiones que, en ocasiones, impiden comprender bien lo que dicen, la entrega al personaje-tipo se ha estudiado con detenimiento: cada movimiento  cuenta, la tonalidad de la voz, el acento, la esencia del ser y el hacer de la cantante.

Los creadores del juego convocado tienen en cuenta a la heterogénea   sociedad colombiana y el rescate de historias muy cercanas a lo cotidiano. Son conscientes de que el gusto no nace, se forma, y por ello establecen jerarquías culturales en la estrategia comunicativa del medio televisual, que propone una realidad productora de cultura, instaura modelos y, al unísono, influye en la preferencia y la sensibilidad de los públicos.

Llegar a las audiencias es un propósito, el cual solo se logra con         imaginación, creatividad y muchos deseos de hacer una televisión que comunique la cultura popular.3-	Diana Rosa Suárez y Blanca Rosa interpretan los conflictos de dos mujeres contemporáneas

No existe un modelo único, solo hacen falta buenas historias, estructuras narrativas sólidas y el propósito de enganchar y seducir al televidente, máximas aspiraciones de quienes hacen televisión aquí y en cualquier  lugar del mundo.

 

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