Los Farad tergiversa rol de Cuba en guerra de Angola

Algunos habituales de esta columna sugirieron la idea de comentar la lunática visión que, sobre la guerra de Angola y la participación cubana, allí, ofrece la serie Los Farad, desembarcada en cerca de 190 países el pasado diciembre.

La serie, creada por el director español Mariano Barroso y el guionista cubano Alejandro Hernández, para la plataforma estadounidense Amazon Prime Video, se ambienta en la década de los 80 del pasado siglo, y sigue al traficante de armas Leo Farad (Pedro Casablanc). Entre los invitados a las fiestas de su mansión ibérica figuran cubanos, con quienes el anfitrión se codea. A partir del episodio dos, comienzan a retratar la Isla como de inmenso poderío militar, con presencia de tropas en gran parte del mundo.

De hecho, en el propio capítulo, el personaje central de Oscar (Miguel Herrán), novio de la hija del traficante, Sara Farad (Susana Abaitua), le inquiere: «¿Cómo una isla tan pequeña mueve tropas como si fuese un imperio?». Luego, le pregunta el papel de su familia en la guerra de Angola, y ella le responde que a los cubanos no les gusta depender de un único suministrador, sobre todo para cosas como el napalm.

El diálogo se produce a bordo de un avión rumbo a Luanda, en el cual la pareja se encontrará con Henry (Héctor Noas), alto cargo de la inteligencia antillana, gran amigo del traficante, que familiarmente llama a la joven «sobrina», y quien funge de intermediario para las compras de armamento. Los españoles proveerán el napalm (el Protocolo iii de la Convención de Ginebra prohibió su uso en 1980) pedido por los cubanos, quienes –según este delirio– emulan al ejército yanqui, que lo empleaba para su devastación de Vietnam.

Henry traicionará, delatará a una extensa red de agentes cubanos en Europa, y hará que su novia (Laura Ramos) también deserte. Ella no quería, pero un reloj caro pudo más que su convicción. Si bien, antes los cubanos no solo tendrán su napalm, sino todos los cañones que deseen, cortesía de sus amigos ibéricos. Uno de los momentos más irrisorios de este cuento de ciencia–ficción acontece cuando el jefe de las tropas cubanas en Angola, el coronel Patricio (Vladimir Cruz) recibe a Leo, Sara y Oscar: nada más y nada menos que en medio de la batalla de Cuito Cuanavale. Da vergüenza ver, ahora, el hollywoodismo barato de un buen director como Mariano Barroso, quien por cierto estudió en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. Y alucina el juicio del coronel Patricio sobre la participación caribeña: «Esta es una guerra tribal, donde no pintamos un carajo». Minutos después, en el mismo episodio siete, la enfermera cubana interpretada por María Isabel Díaz le dice a Oscar que fue allí solo en busca de los 60 dólares que le pagarán por un año de servicio.

Es grimoso cómo se intenta desvirtuar una causa solidaria tan sagrada, apelando al reduccionismo más rampante y al relativismo moral, recurriendo a deslegitimar valores, vaciar o trastocar sentidos y violar flagrantemente la historia. La Operación Carlota (1975-1991), una de las epopeyas internacionalistas más heroicas de nuestro pueblo, permitió el fin del apartheid en Sudáfrica, obtener la paz de Angola y garantizar la independencia de Namibia, gracias al sacrificio de 300 000 cubanos. Los Farad lo olvida, lo distorsiona y miente.

TOMADO DE GRANMA

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