Cada persona tiene algunas épocas que la marcan. Entre las que me dejaron recuerdos (la mayoría gratos) está mi paso por la revista El Caimán Barbudo, en los años ochenta. Y tengo miles de anécdotas de aquel lugar donde un grupo de locos y locas hicimos periodismo. Vi decenas de ilustraciones, de cuadros, incluso alguna vez montamos una galería, pero de todas las imágenes que me llegan la única que conservo nítida en mi mente, es un lienzo de Flora Fong.

Era (es) una esfera en la que una palma recorre el borde izquierdo doblada como suave bambú. La parte derecha también es viento, tanto que casi lo sentía, cuando transitando por el pasillo pasaba frente a aquel cuadro. Más de una vez algún caimanero me preguntó el por qué lo miraba tanto. “No se”, siempre fue mi respuesta, pude decir que era bello, la representación de la fuerza telúrica de la naturaleza o quizás que Flora había plasmado, sin imaginárselo, mi interés inconsciente sobre los misterios que rodean la tierra y el esfuerzo de la ciencia por develarlos.

En fin me fascinan los huracanes, tal vez tanto como a Sindo Garay cuando compuso El huracán y la palma, o poetas, narradores, (*) los han hecho materia prima de sus piezas, aunque, yo, ni por asomo, logre su maestría al cantar o contar lo que significa esa furia de agua y viento.

 

Tengo el placer de haber asistido a la gestación y crecimiento de una novela de Alexis Díaz Pimienta, que hasta ahora se nombra Huracanes (algún día la publicará) y que uno de sus protagonistas es el Dr José Rubiera. No cuento más porque pierdo su amistad, (la de Alexis no la de Rubiera.)

¿Sabía Usted que huracán es de origen Arauco? Ese vocablo se relaciona con Juracán, deidad aborigen asociada a las tormentas, mucho antes de que llegaran los españoles.

El 30 de octubre de 1557 se levantó la “primera acta capitular del ayuntamiento de La Habana donde se habla de un huracán” y obedece al Cabildo realizado en esa fecha. Se añade "fue acordado que por cuanto después que vino el huracán en esta villa derribó la carnicería, la cual se ha tornado a cubrir...".

En fin ciclones, huracanes, parecen formar parte de este archipiélago desde siglos atrás. Son famosos los del 1926, centenares de muertos y 1944 que arrasó con La Habana y dejó una estela de cadáveres, como el Flora en Oriente en 1963 con cientos de víctimas.

En el 2004, según escribí en La Jiribilla “Iván, mole de agua y viento, émulo del terrible emperador ruso, fue hasta cierto punto de vista caballeroso con Cuba. La cortejó  por el Sur, le lanzó uno que otro cumplido, empezando por el destrozo de la carretera en Chivirico, en Santiago de Cuba, la penetración del mar en Cienfuegos, Batabanó y cuanta zona baja encontró a su paso. Parece que supo que la posesión de la Isla iba a ser una franca violación.  Ella se había pertrechado tanto contra él que en ningún momento se le entregaría indefensa,  tendría que someterla a la fuerza y siguió su ruta buscando un flanco débil, para tomarla por sorpresa. No lo encontró y decidió pegarle la pared de su ojo en el borde del Cabo de San Antonio. Y durante cinco horas azotó, inundó, destrozó, pero no logró su propósito: no había allí hijos de esta tierra y donde quedaba alguno, estaba tan protegido que no pudo alcanzarlo con su intención letal. Las imágenes de su avance por el Caribe son bien distintas. El viento, la lluvia y el mar arrasaron no solo a las viviendas, sino arrancaron de los brazos de sus madres a niños como sucedió en Jamaica, según un dramático reportaje de la CNN. Esa pobre familia vivía cerca de la costa y  en una casa de madera, pretendió desafiar a Iván. Quizás no tuvo donde ir, o tal vez no estaba consciente del peligro y las aguas desbordadas le arrancaron a sus vástagos. Allí, en aquel momento, no se podía estar, aunque el huracán transitaba a unos kilómetros al sur de la Isla.”

Un funcionario de la ONU Salvano Briceño, en el 2004 director de la Estrategia Internacional para la Reducción de los Desastres dijo “El modelo cubano podría ser aplicado fácilmente por otros países con condiciones económicas similares, e incluso por países con mayores recursos que no protegen a su población con la efectividad que lo hace Cuba.”

Para realizar tal afirmación indicó: “las estadísticas hablan por sí mismas: en 1998, solo cuatro personas murieron durante el huracán George, que ocasionó 600 muertos en otras partes. Este año, el huracán Charley mató a cuatro personas en Cuba y a 27 en la Florida”.

El funcionario de la ONU agregó que “la gente que asiste a escuelas, universidades y centros de trabajo es informada continuamente y adiestrada para hacer frente a los desastres naturales. Desde temprana edad, todos los cubanos reciben instrucciones acerca de lo que debe hacer cuando un huracán se acerca a la Isla”.

Reconoció que “Cuba tiene también buenos planes de defensa civil y una estrecha coordinación entre las autoridades y los medios de comunicación para poner en práctica un plan de emergencia, mientras las escuelas y hospitales se convierten en refugios y el transporte se reorganiza inmediatamente”.

Al final de su explicación, Briceno concluyó: “Cuba es un ejemplo de que la vulnerabilidad de la gente puede reducirse efectivamente con medidas de bajo costo y con firmeza de voluntad”.

Estoy segura que con Matthew puede suceder igual, que Cuba no lamente muertes y una vez más esta pequeña isla demuestre que no puede ser violada, porque es capaz de enfrentar y conjurar, incluso a telúricas fuerzas de la naturaleza.

(*) Y quiero terminar como empecé con el arte y los huracanes. Una muestra de poemas y crónicas:

En una tempestad (Fragmentos. Septiembre de 1822)

José María Heredia

 

Huracán, huracán, venir te siento

y en tu soplo abrazado

respiro entusiasmado

del señor de los aires el aliento.

 

En las alas del viento suspendido

vedle rodar por el espacio inmenso,

silencioso, tremendo, irresistible,

en su curso veloz. La tierra en calma

siniestra, misteriosa,

contempla con pavor su faz terrible.

 

(...)

 

¡Qué nubes!, ¡qué furor! El sol temblando

vela en triste vapor su faz gloriosa,

y su disco nublado solo vierte

luz fúnebre y sombría,

que no es noche ni día...

¡Pavoroso color, velo de muerte!

Los pajarillos tiemblan y se esconden

al acercarse el huracán bramando,

y en los lejanos montes retumbando

le oyen los bosques, y a su voz responden.

 

Llega ya... ¿No lo veis? ¡Cuál desenvuelve

su manto aterrador y majestuoso!...

¡Gigante de los aires, te saludo!...

En fiera confusión el viento agita

las orlas de su parda vestidura...

¡Ved!... en el horizonte

los brazos rapidísimos enarca,

y con ellos abarca

cuanto alcanzo a mirar, de monte a monte!

 

(...)

 

¡Sublime tempestad!, ¡Cómo en tu seno,

desde tu solemne inspiración henchido

al mundo vil y miserable olvido,

y alzo la frente, de delicia lleno!

¿Dó está el alma cobarde

que teme tu rugir?... Yo en ti me elevo

al trono del Señor; oigo en las nubes

el eco de su voz; siento a la tierra

escucharla y temblar. Ferviente lloro

desciende por mis pálidas mejillas,

y su alta majestad trémulo adoro.

 

Tardes de lluvia (Fragmentos)

Julián del Casal

 

Bate la lluvia la vidriera

y las rejas de los balcones,

donde tupida enredadera

cuelga sus floridos festones.

 

Bajo las hojas de los álamos

que estremecen los vientos frescos,

piar se escucha entre sus tálamos

a los gorriones picarescos.

 

Abrillántanse los laureles,

y en la arena de los jardines

sangran corolas de claveles,

nievan pétalos de jazmines.

 

(...)

 

Parpadean las rojas llamas

de los faroles encendidos,

y se difunden por las ramas

acres olores de los nidos.

 

Lejos convoca la campana,

dando sus toques funerales,

a que levante el alma humana

las oraciones vesperales.

 

Todo parece que agoniza

y que se envuelve lo creado

en un sudario de ceniza

por la llovizna adiamantado.

 

(...)

 

Y en la muerte de estos crepúsculos,

siento, sumido en mortal calma,

vagos dolores en los músculos,

hondas tristezas en el alma.

 

Nocturno

Noche tempestuosa (Fragmentos)

Juan Clemente Zenea

 

Murió la luna; el ángel de las nieblas

su cadáver recoge en blanca gasa,

y en un manto de rayos y tinieblas

el dios del huracán envuelto pasa.

 

Llueve y torna a llover; el hondo seno

rasga la nube en conmoción violenta

y en las sendas incógnitas del trueno

combate la legión de la tormenta.

 

¡Qué oscuridad!, ¡Qué negros horizontes!

¡Hora fatal de angustias y pesares!

¡Ay, de aquellos que viajan por los montes!

¡Ay, de aquellos que van sobre los mares!

 

¡Cuántos niños habrá sin pan ni techo

que se lamenten de dolor profundo!

¡Cuánto enfermo infeliz sin luz ni lecho!,

¡Cuánta pobre mujer sola en el mundo!

 

Salta preñado el río sobre el llano

y amenaza a los buenos labradores,

y encuentran los insectos un océano

en el agua que rueda entre las flores.

 

(...)

 

¡Qué triste noche! Y en mi hogar, en tanto,

todo en el orden y en la paz reposa;

duerme mi niña en su silencio santo,

y se entretiene en su labor mi esposa.

Sentimos ella y yo las agonías

que sufre el hombre de diversos modos;

me acuerdo yo de mis revueltos días,

y nos ponemos a rogar por todos.

Isla famosa (De Versos Libres.

Fragmento inicial)

José Martí

 

Aquí estoy, solo estoy, despedazado.

Ruge el cielo; las nubes se aglomeran,

Y aprietan, y ennegrecen y desgajan.

Los vapores del mar la roca ciñen.

Sacra angustia y horror mis ojos comen.

¿A qué, Naturaleza embravecida,

A qué la estéril soledad en torno.

De quién de ansia de amor rebosa y muere?

¿Dónde Cristo sin cruz, los ojos pones?

¿Dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara

Digna por fin de recibir mi frente?

¿En pro de quién derramaré mi vida?

Rasgóse el velo; por un tajo ameno

De claro azul, como en sus lienzos abre

Entre mazos de sombra Díaz famoso.

(...)

Mi hogar (Fragmentos)

Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé)

 

A la orilla de un palmar

Que baña el fértil Cornito

A la sombra de un Caimito

Tengo mi rústico hogar

Esbelto como un pilar

Domina montes y llanos,

El viento arrulla los guanos

De su bien hecha cobija,

Y esta habitación es hija

De mi ingenio y de mis manos.

 

Cuando la tormenta ruge

Cuando llueve y cuando truena,

Ella resiste serena

Del huracán el empuje.

En su cumbrera de ocuje,

Sus llaves son de baría,

Sus viguetas de jatía

Y de Guamá sus horcones:

Hay pocas habitaciones

Tan firmes como la mía.

 

(...)

 

¡Oh, mi hogar! Yo te saludo

Yo te ensalzo y te bendigo,

Porque en ti seguro abrigo

Hallar mi familia pudo.

Ojalá el destino crudo

Me niegue golpes impíos,

Y goce yo entre los míos

De vida apacible y larga,

Sin beber el "agua amarga

De los extranjeros ríos".

Lluvia montañesa

Regino Boti

 

Se cierra el horizonte-ceniza, plomo, perla.

Los terrones candentes se entreabren.

Brillan las hojas. Los goterones danzan

y de la tierra sube ese olor

natural, único, eterno y cósmico;

olor de hembra, de tumba y de lecho;

de beso y de ramaje, de vida,

de todo, de nada...

 

Poema CXXIV (Fragmentos, edición 1953)
Dulce María Loynaz

Isla mía, ¡qué bella eres y qué dulce!... 
Tu cielo es un cielo vivo, todavía con un calor de ángel,
con un envés de estrella.
Tu mar es el último refugio de los delfines antiguos
y las sirenas desmadradas.
Vértebras de cobre tienen tus serranías,
y mágicos crepúsculos se encienden bajo el fanal de tu aire.
Descanso de gaviotas y petreles,
avemaría de navegantes, antena de América:
hay en ti la ternura de las cosas pequeñas y el señorío de las grandes cosas.
Sigues siendo la tierra más hermosa que ojos humanos contemplaron.
Sigues siendo la novia de Colón,
la benjamina bienamada, el Paraíso Encontrado.
(...)
Tú eres por excelencia la muy cordial, la muy gentil.
Tú te ofreces a todos aromática y graciosa como una taza de café;
pero no te vendes a nadie.
Te desangras a veces como los pelícanos eucarísticos;
pero nunca, como las sordas criaturas de las tinieblas, sorbiste sangre de otras criaturas.
Isla esbelta y juncal, yo te amaría aunque hubiera sido otra tierra mi tierra,
pues también te aman los que bajaron del Septentrión brumoso,
o del vergel mediterráneo, o del lejano país del loto.
Isla mía, Isla fragante, flor de islas: tenme siempre,
náceme siempre, deshoja una por una todas mis fugas.
Y guárdame la última, bajo un poco de arena soleada...
¡A la orilla del golfo donde todos los años hacen su misterioso nido los ciclones!
PRESENCIA DE LA NATURALEZA

 

Alejo Carpentier (pasaje de la no vela El siglo de las luces)

"Puede desarrollarse un ciclón al Este de la Florida"... leíase ayer en nuestro periódico. Y muchos, al tropezar con la palabra "ciclón", no acertarían a figurarse hasta qué punto pueda parecer extraño, a un europeo, eso de oír hablar de ciclones. Cuando Goethe, en una carta famosa, hablaba de la amable naturaleza, "por siempre domada y sosegada" del Viejo Continente, su mente había dejado atrás las eras de los ciclones, y también las de las grandes inundaciones y grandes furias del cielo. Cuando el Sena crece exageradamente, lo más que pueda ocurrir, en París, es que se inunden dos calles y una plaza aledaña. La peor de las trombas -todavía quedan algunas, allá- no pasa de echar abajo tres o cuatro chimeneas de fábricas... Y es que donde la tala ha clareado las tierras durante siglos, transformando las selvas primitivas en campos de labranza, los ríos se amansan y hasta el cielo cambia de fisonomía. No están abajo, ya, los grandes Laboratorios de la Humedad, para hinchar unas nubes en constante actividad, que, de súbito, se enfurecen y estallan sobre el espinazo de montañas vírgenes, que aún asumen las funciones de divisorias de las aguas que la Biblia les encomendara en los primeros capítulos del Génesis. El meteoro de Europa es meteoro de pequeñas dimensiones, como hecho para el escenario de Bayreuth. El rayo ha dejado de ser una manifestación de la cólera divina, desde que Benjamín Franklin lo cazara con un pararrayo. Y la lluvia torrencial ha sido substituida, hace tiempo, por la garúa que cala lentamente, por persuasión, a los transeúntes que nada hacen por evitarla, en las calles de sus ciudades...
Ese desencadenamiento de ciclones, cada otoño, en el Caribe, es todavía una presencia, siempre activa, de las pavorosas "tormentas de las Bermudas", citadas por Shakespeare y los dramaturgos del Siglo de Oro Español -tormentas que llegaron a hacerse mitos americanos, desde los inicios de la Conquista, como la existencia de las Amazonas o la Fuente de la Eterna Juventud. Y el hecho de que hoy, en 1952, sigamos leyendo los partes meteorológicos que a ellas se refieren, nos demuestra que estamos muy lejos de haber vencido nuestra propia naturaleza, como la habían vencido, amansado, domesticado, los contemporáneos de Goethe.
La Habana acepta, como algo normal, la fatalidad de un ciclón que, cada diez años -en promedio- habrá de caer sobre la ciudad, causando los consiguientes estragos. El correspondiente al año 1926 -el anterior se había arrojado de lleno sobre la capital en 1917- dejó una serie de fantasías tremebundas como marcas de su paso: una casa de campo trasladada, intacta, a varios kilómetros de sus cimientos: goletas sacadas del agua, y dejadas en la esquina de una calle: estatuas de granito, decapitadas de un tajo; coches mortuorios, paseados por el viento a lo largo de plazas y avenidas, como guiados por cocheros fantasmas. Y, para colmo, un riel arrancado de una carrilera, levantado en peso, y lanzado sobre el tronco de una palma real con tal violencia, que quedó encajado en la madera, como los brazos de una cruz.
Todavía América vive bajo el signo telúrico de las grandes tormentas y de las grandes inundaciones. Habrá siempre algún parte meteorológico, de Miami, de La Habana, de la Isla de Gran Caimán, para recordarnos que nuestra naturaleza no ha llegado todavía a ser tan "amable" ni tan "sosegada" como Goethe hubiera querido que fuera la del mundo entero -a semejanza de su romántica Alemania.



METEORO

Lo que no tiene antecedente, tampoco tendrá consecuencia, nos dice la vieja indolente sabiduría. Así termina estrangulado todo meteoro por hastío.

José Lezama Lima


Redondeada en su indolencia la ciudad prefiere no alzar el cuello ni alterar su ritmo pedáneo, cuando silenciosamente llega hasta sus oídos, las noticias gatunas e irascibles de que algo sonado de gong y parto geológico la va a conmover. "Se acerca algo a la tierra", dice el sabio de turno al aconsejarse a sí mismo el despego de su anteojo. "No conozco lo que se acerca, por carencia de antecedentes", dice a tiempo de hacer silla y anotar sus impresiones. "Parece acercarse algo a gran velocidad" insiste mientras fabrica nuevas lentitudes al tomar su taza de té, prendiendo la pipa número nueve. Pero esas excepciones de la tapa estelar no parecen producir ecos ni aspavientos al planeta por los griegos llamado Gaia y por nosotros Tierra. Su ritmo, como una manzana que se desplaza rodeada de imanes, va a su costumbre de siesta o a sus estudios de hechicería.

El hombre que nos rodea apresado por una causalidad que lo ciñe y extenúa, no puede hacerse a una ruptura, a una fiesta que él no haya preparado. El "hágase" del mundo prehistórico, ordenado por un demiurgo, no ha vuelto a surgir con nuevas decisiones de creación. Hechos ya a una historia que se resuelve en constantes o en ritmos, se atreve, por una fuerza excesiva, pero limitadora, a su visión extraordinaria. Pero aquellas percepciones a las que sus sentidos no pueden otorgar una forma, les niega subconscientemente la posibilidad de verificación. Cuando al griego que habla del infinito, en una leyenda griega se le hace perecer en un naufragio, se nos clarea aquel sentido del mundo como logos, como materia a reducir en discurso. Una visita desmelenada e inoportuna corre el riesgo mayor de ser recibida con un bostezo o con la maldición que nos arranca el que nos interrumpe la tibiedad del océano domesticado de la bañera. Lo que no tiene antecedente, tampoco tendrá consecuencia, nos dice la vieja indolente sabiduría. Así termina estrangulado todo meteoro por hastío.

La soledad del aguacero
Eliseo Diego

Salta limpia la cándida humareda
que levanta la lluvia repentina,
cantando en las secretas arboledas
de los patios, quitando las esquinas.

Se moja el polvo que profundamente,
se moja la confianza en los portales,
el framboyán colérico de enfrente,
los ciegos, respetuosos animales.

El español perdido en la bodega,
sobre sus duros sueños acodado,
carga la soledad del aguacero

mientras la sombra el interior anega
de la trastienda, y los siniestros dados
duermen en tosco túmulo de cuero.



Poemas de El Gran Zoo 
Los Vientos

Nicolás Guillén

Usted no puede imaginar
como andaban estos vientos anoche.
Se les vio los ojos centelleantes,
largo y rígido el rabo.

Nada pudo desviarlos
ni oraciones ni votos
de una choza
o de un barco solitario
de una granja
de todas esas cosas necesarias
que ellos destruyen sin saberlo

Hasta que esta mañana los trajeron atados.
Cogidos por sorpresa, lentos enamorados
Cuando vagaban pensativos
Junto a un campo de dalias.
Esos de allí a la izquierda
Dormidos en sus jaulas.

EL CICLÓN DEL 33

Enrique Núñez Rodríguez |

En la década de los años treinta, mi padre, Tito el del correo, era el encargado de anunciar los ciclones en mi pueblo. Como Jefe de Telégrafos era quien recibía el telegrama del Observatorio Nacional, con el parte diario del estado del tiempo. Debía, entonces, comunicarlo al ayuntamiento y de acuerdo con la intensidad de los vientos se izaban en el edificio de la administración municipal las banderas de distintos colores, verde, amarillo y rojo que le indicaban a la población las fases de información, alerta, y alarma ciclónica. Eran, por entonces, famosos los nombres de algunos meteorólogos como el Padre Gutiérrez Lanza del Observatorio de Belén. Posteriormente se popularizaron los nombres del Padre Goberna y el no menos famoso Millás, Capitán de Corbeta Como es lógico, en varias ocasiones los pronósticos no se correspondieron con el paso del ciclón, y papá perdió credibilidad como meteorólogo. De manera que cuando reportó el parte del ciclón, a raíz de la caída de Machado, en el año 33, la respuesta popular fue casi unánime. En vez de tomar las precauciones para el paso del huracán la gente se decía al ver flotar en el ayuntamiento la bandera roja del máximo peligro: "Eso es mentira de Tito el del correo". Y se acostaron a dormir tranquilamente sin asegurar las puertas y ventanas como era lo indicado. Recuerdo un cielo limpio y estrellado la noche anterior al paso del huracán y recuerdo también los techos de las casas volando en horas de la madrugada ante la sorpresa de los incrédulos vecinos. Al día siguiente faltaban varias casas en el pueblo y entre ellas la del cine Quemado Garden, quizás la instalación más bella del pueblo. Los hierros retorcidos de los dos centrales azucareros eran una muestra indiscutible de la fuerza del huracán. Entonces vi por primera vez en mi vida los cadáveres de las víctimas tendidos en los portales sin más aditamento fúnebre que una vela en la botella que le servía de candelabro. Los daños en la agricultura y las inundaciones hicieron que aparecieran en el pueblo centenares de damnificados de las zonas rurales que recordaban las fotografías de la Reconcentración de Weyler. El hambre debió cobrar varias víctimas entre aquella masa de campesinos. Los niños enfermos no tenían medicinas para su atención. No hubo auxilio para los que perdieron sus viviendas. El ciclón del 33 produjo, también, una consecuencia inesperada. Se llevó a un Presidente de la República, ya que al visitar Sagua la Grande los politiqueros de turno lo sacaron del poder con un golpe de estado. Cuando observo las medidas con que la Revolución previene al pueblo para aminorar los daños que pueda provocar el paso de un huracán y, posteriormente, el cuidado que se pone en la reparación inmediata de esos daños, no puedo menos que recordar aquellos dolorosos días en que la población paseaba su fantasmagórica caravana por las calles de mi pueblo, ante la inclemencia de la naturaleza y de los hombres.

Es por eso que no puedo evitar emocionarme cuando veo en la televisión a los vecinos de las zonas más afectadas por el ciclón asegurándoles a Fidel que con su esfuerzo reconstruirán el país en el más breve plazo, y despidiéndolo alegremente al grito de Fidel, Fidel, Fidel.

En el orden personal me satisface saber que, a partir del ciclón del 33, y mientras mi padre fue Jefe de Telégrafo, en mi pueblo ya nadie más dudó de sus pronósticos. 

 

Eusebio Leal:

Las actas cuentan del temporal de 1794, de 1797, el terrible ciclón de 1844 que destruyó la cúpula de la Basílica de San Francisco, gran parte del Templo, el de 1846 que provocó la destrucción de barrios completos de La Habana, del Teatro Principal cerca de la iglesia de Paula y de la casa de José de la Luz y Caballero. Ayer precisamente leía todas estas memorias y cómo los cronistas de la ciudad a partir de los medios que tenían en ese momento, las anotaciones del barómetro, etc., explican el fenómeno y sus terribles consecuencias.

El gran primer ciclón de que se tiene noticia en la historia reciente del continente americano, después del viaje de Cristóbal Colón es precisamente el que deja el Almirante como testimonio y que ocurre estando él en la Isla de Santo Domingo, cómo ve el cielo cambiar de color hasta convertirse en amarillo huevo, uno ve las aves volando contra el viento y él con su olfato de marino privilegiado se da cuenta de que se aproxima una gran tempestad nunca antes vista, y por eso  advierte a las autoridades de la Isla, La Española, que no permitan la salida de las naves. Todas las que salieron se perdieron inexorablemente.

También tenemos testimonios de la conquista del siglo XVI en Cuba. Y el ciclón fue reflejado hasta por los aborígenes.

Recuerdo mis conversaciones con Antonio Núñez Jiménez en los círculos concéntricos en las cuevas de Punta del Este y otras representaciones que se hicieron de este tipo y que evocan el fenómeno más duro, más fuerte, más constante del clima tropical, quiere decir el ciclón.

 

 

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