Me he pasado unas cuantas semanas en La otra esquina  y temo ver lo que me espera cuando cruce la calle dentro de un tiempito. Porque sí, he disfrutado de la telenovela  escrita por Yamila Suárez y dirigida por Ernesto Fiallo. No sé que sustituirá ese espacio que ha gustado a una buena parte de los públicos.

Al realizarle un estudio radiológico se percibe que su guion es un ingrediente sólido en el que se cuenta no una historia, sino un mosaico de alegrías y tristezas en  cinco familias que casi todas viven en un barrio.

Si la historia de Silvia, la protagonista, con sangre y carne de Blanca Rosa Blanco, no es la de una mujer buena o mala, sino la de una persona con conflictos, incluso con su maternidad, no menos atrayente resultó la pareja otoñal de Miriam Socarrás y Enrique Molina, como muestra de que el amor y el sexo son válidos en la tercera edad, aunque se sucumba de un infarto del miocardio.

 

Interesante y bien planteada la historia de vida que interpreta Hugo Reyes, con sus amores divididos entre los hijos en Italia y su nueva compañera, Yerlín Pérez, de nuevo convincente en esa coqueta consumada que se desploma de forma creíble con la muerte del abuelo.

Destacables todas las actuaciones y un agradecimiento sincero a Yaima y Fiallo  por preparar un personaje para Raúl Pomares, ya enfermo, que seguro llenó de placer al actorazo  recientemente fallecido.

A los guionistas y directores en general, ojo con Ullyk Anello, explotable como galán que sabe dar matices a sus interpretaciones.

Así, en cada “enredo” familiar o de amores contrariados, el televidente se siente atraído por lo que sucederá el próximo capítulo. A propósito,  La otra esquina fue pensada para el tiempo de  realización que se le dio, y aunque ya nos hemos acostumbrados a telenovelas o series con 40 minutos y más, en ésta hemos sido testigos de un buen acople entre historias que terminan en el momento climático  y atrapan.

Además del guion hay que destacar la dirección de actores de Ernesto Fiallo,  la fotografía de Ana María González Díaz, la música de Raúl Paz, el diseño de banda de Esteban Vázquez y Rubén Gómez, de  Vestuario de Nieves Valdés y el maquillaje y peluquería de Idaleydis Santana.

Me quiero detener en el diseño escenográfico de Carlos Cordero y Rodolfo González y el de ambientación de Ibis González porque si La otra esquina es creíble se debe a que la casa de Julio César Ramírez (muy bien en su papel) es lujosa como hay muchísimas en Cuba,  pero la de Blanca Rosa tiene justo lo mínimo para que sea habitable, mientras la pizzería de Paula Alí  es tan real como la de la esquina de mi casa. Es un  abanico de formas de vivir, muy cercano a la realidad.

Los personajes visten  de acuerdo a sus profesiones y más que eso a su estatus social porque estamos ante una obra en la que hay universitarios, gerentes, amas de casa, “negociantes”,  pintores, empleadas, médicos, mecánicos, también negros, viejos, jóvenes, niños…una vista bastante amplia  del entramado social cubano.

Digo vista con toda intención: el machismo sólo es mostrado, no enjuiciado; se desconoce, por lo menos hasta ahora, cómo Marcel llegó a ese status, en fin, no se profundiza en las causas de lo que vemos, aunque en un capítulo reciente se supo por que Boby (Roque Moreno)) camina hacia el alcoholismo.

Pedirle mucho más a La otra esquina no es justo. Es una telenovela con un acertado nivel de realización, y un reflejo de la realidad que pudo ser mejor y más amplio, ¿qué obra humana no puede crecer?, pero si se compara con las entregas cubanas precedentes esta gana. Esta telenovela no tuvo mejores condiciones de producción ni mayor financiamiento que las anteriores.

Lo que no entiendo es el por qué con tales virtudes, la presentación y despedida no está a la altura de la fotografía, la música y la realización de la novela. Quizás no fue un descuido de sus hacedores, sino una decisión adoptada por razones (justificadas o no) cuando ya estaba la novela en el aire o a punto de salir.

Sé  que actualmente cualquier producto televisivo tiene una competencia que no existía diez años atrás: el paquete y las opciones que propicia el acceso a la televisión digital, hacen que el índice de teleaudiencia “se reparta”,  y son poquísimos los programas (Vivir del cuento, es un ejemplo) que logran récords similares a los de los buenos espacios que se trasmitieron en los noventa o a principios de este siglo.

En fin, se nos va ya una propuesta entretenida desde la otra esquina.  Esperemos que la próxima no sea todo lo contrario.

 

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