La trova cubana, la canción comprometida y los cantares de toda una región aferrada a sus orígenes desde un paisaje sonoro múltiple y visceral, han sido durante 15 años los hilos conductores de un espacio que guitarra en mano replanteó el alcance mediático de géneros poco favorecidos por la industria musical.

El Canal Habana acogió por mucho tiempo a Entre manos, el espacio por excelencia de la trova y los trovadores cubanos; allí se gestó esa cofradía necesaria para mover los corazones y el gusto de un público que hasta entonces desconocía la diversidad de miradas y caminos que tiene la canción de autor contemporánea en nuestra isla.

Su salto a Cubavisión, el canal preferencial del público cubano, no es un hecho fortuito: Entre manos pedía a gritos una mejor ubicación horaria y un mejor empaque visual que estuviera en concordancia con la belleza y el lirismo del género. Las bondades productivas de un canal nacional, que siempre han de ser mayores que las de un telecentro, insufla de nuevos aires al proyecto, que no reniega de su esencia llana en el contenido, pero con una evidente reelaboración en la forma.

La experiencia de Juan Carlos Travieso al Mando del proyecto durante 15 años, le permite diferenciar la puesta en pantalla del formato por señal nacional. La amplitud de este nuevo estudio, el desplazamiento de las cámaras, el encomiable uso de la edición a cargo del propio Travieso, borran esa sensación cuasi-artesanal que definió al espacio durante estos quince años. Aquí hay un aire nocturnal, elegante, íntimo, que nos habla de esa capacidad de la trova de llenar todos los espacios desde lo breve y lo legítimo.

Un guion con una estructura aparentemente sencilla, hace caminar la puesta, donde además de las hermosas canciones, el factor conversacional se hace protagonista de momentos memorables. Rey Montalvo, trovador y conductor del espacio, funge ahora como guionista, dotando de precisión y sentido a los cuestionarios para los invitados. Montalvo es un hombre que conoce a la trova y sus hacedores, porque de ahí viene, en ella se arropa para crear su arte; tanto es así que en su apropiación del guion se siente una manera inequívoca de asumirlo: la poesía.

Martha Campos, fundadora del proyecto, se siente mucho más confortable, como pez en el agua, entre tantos amigos y colegas invitados. El conocimiento del oficio trovadoresco le permite lanzar al vuelo preguntas complicadas, a veces polémicas, que nos hacen comprender lo difícil del camino del trovador; un camino lleno de obstáculos, incomprensiones y escasas posibilidades de éxito comercial.

Pero sin dudas, los trovadores invitados, son los que le dan sentido al espacio. Ningún programa es igual al otro, pues la voz (conceptualmente hablando) de cada entrevistado particulariza la emisión. Las poéticas usadas, los ritmos musicales, y las respectivas historias de vida, encausan esta descarga trovadoresca, donde el intelecto y la espiritualidad nunca faltan. La agudeza de muchos entrevistados ha puesto sobre el tintero temáticas como la mala gestión y jerarquización de las instituciones en detrimento del género, la migración del talento y el carácter de denuncia y crónica que no debe faltarle jamás a la trova.

El cambio de visualidad es notable, resaltando el diseño escenográfico a cargo de Alicia González Ávila y Roberto Fernández. Ambos diseñadores trabajan con el espacio y con ciertos elementos gráficos ganados de la puesta en Canal Habana. Pero aquí hay más referentes, más coqueteo con la ambientación y con elementos que definen al alma trovadora.

La migración de tal programa a señal nacional, no ha hecho más que redondear la parrilla de Cubavisión, con un musical necesario, intimo, y relativamente factible en cuestiones productivas. Cuando dicho canal se trae algo entre manos, casi siempre es para el enriquecimiento de sus contenidos. Captar un proyecto de gran trayectoria y con un público ganado, es una decisión astuta y en concordancia con las necesidades de la audiencia.

Que otros 15 años de Entre manos, esta vez por Cubavisión, se materialicen, debe ser el propósito de sus hacedores; gente enamorada y entregada a la trova, esa con la capacidad de registrar las cotidianidades e historia de una nación que en si misma está construida (en parte) desde este género imperecedero y necesario.

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