Sentado en la sala de su casa, recibiéndonos cuales viejos amigos, un actor añejo de la radio, el teatro, el cine y la televisión en Cuba nos narra historias. Puede percibir la alegría que le da tenernos frente y hacerle grata la tarde. Fuimos atrevidos: tocamos recuerdos, destapamos sentimientos, robamos emociones.

Salvador Wood acaba de cumplir 87 años. Lúcido, paciente, servicial, pone a nuestra disposición sus primeros años como artista, la suerte que le acompañó el talento, su auge en los medios cubanos, las experiencias en el exilio político durante la dictadura de Fulgencio Batista. Y mucho más.

 

¿Cómo recuerda los primeros años de la televisión en Cuba?

Los años cincuenta del pasado siglo marcaron el nacimiento de la televisión en Cuba. En sus inicios, este medio era puramente comercial. En su dinámica de trabajo primaban empresas con un bloque amplio de programas, entre las que sobresalían Crusellas & Cía, Sabatés, Gravi, entre otras.

En aquel tiempo, la variedad de ofertas y la competencia entre ellas buscaban siempre el entretenimiento y la mejor calidad. Era una buena época, con grandes estrellas como Consuelo Vidal y German Pinelli. La calidad artística era visible y comprobable.

Primaba el interés comercial, no el educativo. ¿Cierto?

Así es. No interesaba hacer una televisión educativa que fomentara la cultura del pueblo, la necesidad de la alfabetización o los avances médicos. La televisión era un reflejo del modo de vida de aquellos años, inspirado en un amplio consumismo. Lo comercial era tarea sistemática de los que estaban al frente del movimiento empresarial televisivo.

Los programas educativos eran ocasionales. No había una seriedad en el trato de temas sociales. Ninguno de los anunciantes pensaba en la importancia de la existencia humana desde ese punto de vista, ni les interesaba darle un sentido social a la televisión.

Sin embargo, los equipos de trabajo, dentro de aquella concepción, eran muy buenos. Por una parte, había calidad en la programación. Pero por otra, había mal uso de esa calidad. No existía una correspondencia.

¿Cuáles roles televisivos de aquella época recuerda con mayor interés?

Yo disfruté mucho el papel de Pedro, el polaco, en un programa de Jesús Alvariño. También hice el personaje de José Martí en un espacio que, por contradicciones de la vida, dirigía Otto Meruelo, un portavoz del régimen batistiano.

En ese programa encarné la figura de Martí por primera vez en la televisión cubana. La segunda vez fue en 1968, cuando se celebró el centenario del inicio de las guerras de independencia, en un programa dirigido y escrito por Pedro Álvarez. En esa ocasión, mi compañera Yolanda Pujols hizo el papel de la esposa de Martí.

Como dato adicional, puedo decirte que a la par de mi trabajo como actor, me asocié en la década del cincuenta al Movimiento 26 de julio (M-26-7) después de la convocatoria que hizo Fidel Castro cuando salió de prisión en 1955. Compartí luchas con Wilfredo Rodríguez Cárdenas, Alberto Luberta, Gabriel Palau, y otros compañeros de los medios audiovisuales.

Ese grupo constituyó la célula embrionaria del M-26-7 en la radio y la televisión. Finalmente fuimos conducidos al exilio por una denuncia. Ante los posibles e indiscutibles caminos de prisión y muerte, el mismo movimiento nos recomendó que nos asiláramos.

Conseguimos el exilio a través de la embajada de Venezuela. Entramos allí después de la huelga del 9 de abril de 1958. El embajador nos recibió, estuvimos más de 20 días esperando el salvoconducto, hasta que pudimos salir.

En Caracas había un organismo del Movimiento, llamado Cuartel de Casanova, creado para atender a los asilados. Posteriormente me fui a Chacaíto, una zona de la capital venezolana.

¿Pudo trabajar en Venezuela?

Nos costó bastante que el personal de la radio y la televisión en Venezuela entendiera la necesidad que teníamos de trabajar allá y las razones por las cuales estábamos allí.

Yo me puse a defender a mis compañeros cubanos ante la Asamblea de los Trabajadores Venezolanos de Radio y Televisión. El secretario general de ese sindicato era Luis Salazar, militante del Partido Comunista de Venezuela, quien se oponía a que los cubanos asilados trabajáramos.

Tenía fe en que los vínculos entre ambos pueblos se harían visibles y se encontrara una solución. En Venezuela había 400 asilados. Yolanda, mi esposa, puedo llegar allá posteriormente.

¿Cuándo regresó a Cuba?

Regresamos en cuanto triunfó la Revolución. Cuando a mí me habían aprobado en RHC Cadena Azul a finales de los cuarenta, me habían cambiado el nombre y me había puesto Leonardo Robles, porque decían que mi apellido, Wood, podía resultar confuso. Durante 14 años aproximadamente me llamé así.

Pero cuando me bajé en el aeropuerto en 1959, les advertí a los periodistas presentes que mi nombre era Salvador Wood y que desde ese momento me llamaran así. Llegué el 8 de enero, el mismo día que Fidel dio el discurso en Columbia en el que decía: “¿Voy bien, Camilo?”

Y volvió a hacer radio y televisión en Cuba.

Volví a hacer radio y televisión en Cuba.

¿Cómo vivió aquellos cambios conceptuales?

De manera desconcertante. Tenía que entender lo que estaba pasando, como cualquier otro cubano. Se estaba produciendo un cambio en la sociedad cubana.

Fidel hablaba diariamente por la televisión. Se pasaba cuatro, cinco, seis horas explicando los cambios que vendrían. Siempre tenía un motivo para hablar. Y la televisión, sin dudas, cambió el contenido y la temática de los programas. Por ejemplo, la reforma agraria fue una fuente de inspiración para tratar la ignorancia del campesinado.

¿Cómo la radio y la televisión en Cuba pudieron enfrentar el éxodo de profesionales a principio de los sesenta?

Ese éxodo fue un desmadre. Alvariño fue uno de los primeros en irse para Puerto Rico. Se comenzaron a formar actores y actrices para superar aquel puente que se formó entre Cuba y La Florida.

De la época revolucionaria en la televisión cubana me vienen a la memoria con mucho fuerza los personajes de Martí y Finlay. Yo soy martiano desde que era un niño. Y eso me viene por vocación. El pensamiento de Martí me cogió por el cuello y no me ha soltado.

En cuanto al personaje de Finlay puedo decir que estuve dos años preparándolo, porque era un reto increíble. En la época de Finlay no se hablaba con la norma de hoy, había un código de lenguaje diferente. Me tocó trabajar ese personaje con Miguel Navarro, un excelente actor fallecido.

¿Cuál fue su último trabajo en televisión?

El último trabajo que hice en la televisión fue la novela Lo que me queda por vivir, en la que trabajamos por primera vez juntos mi esposa Yolanda, mi hijo Patricio y yo. Representábamos un núcleo familiar.

¿Qué cree de la televisión cubana que se hace actualmente?

Yo casi no puedo ver. Oigo diariamente el Noticiero y las Mesas redondas. Y en la radio mi programa preferido es Alegrías de sobremesa. No escucho más nada. Después me pongo atento a las noticias de Telesur, porque me da una visión más amplia que la nuestra, pues ellos tienen corresponsales en los sitios desde donde transmiten las noticias. El trabajo de ellos es muy esclarecedor.

¿Qué les aconseja a los actores jóvenes?

Les aconsejo que estudien mucho. Esta profesión contribuye a la Pedagogía de todas las asignaturas que puedan existir en favor del conocimiento humano.

Lo primero que tiene que hacer un actor, locutor o conductor de programas es estudiar mucho la realidad, el contexto del mundo que nos rodea.

El locutor no puede ser un lector ajeno a la noticia. Ni dar la impresión de que ignora lo que continúa después del punto final que puso el redactor. Debe transmitir confianza de que cuanto está diciendo y hasta dónde eso puede constituir una amenaza para él y para los que vivimos en el país. Hay que tener mucho cuidado.

No tengo una formación académica. Llegué hasta el primer semestre del primer año del bachillerato en Santiago de Cuba. Después tuve que dejar de estudiar y empezar a trabajar, porque a mi papá lo habían dejado cesante y había que hacer frente a una familia numerosa.

¿Cree que existe una edad de retiro para un actor?

No creo que exista una edad de retiro para un actor. Lo único que puede provocar la separación de un actor en los medios es una limitación de su actividad. Su vida no termina con lo último que hizo.

¿Volvería a actuar si se lo pidiesen?

Sí, pero con dificultades. La cámara es la luz para un actor, o el Morro que guía al navegante. ¡Y ya yo no veo! Yo podría hacer papeles en los que pudiera desenvolverme. De lo contrario no.

¿A qué dedica ahora su tiempo libre?

Solía leer mucho. Era un hombre muy apegado a la lectura. Pero doné mi biblioteca cuando me di cuenta de que no podía seguir leyendo. Llamé al Ministerio de Educación para preguntar dónde podían ser más útiles mis libros, y me dijeron que en las bibliotecas del municipio.

¿Considera que le han quedado cosas por hacer?

Creo que sí se me han quedado cosas por hacer, pero esto es como un juego de ajedrez que va perdiendo piezas: a mí no me quedan muchos alfiles.

¿Cuál medio llegó a disfrutar más?

La radio, porque ahí fueron mis inicios. La radio es un recuerdo imborrable e invaluable. La televisión vino después, y se puso a la par del teatro. El cine llegó más tarde. He hecho cerca de 20 películas. Pude hacer más, pero llegó un momento en que los directores se dieron cuenta de que yo no podía seguir.

¿Qué se siente ser el padre de uno de los primeros actores de la televisión cubana?

Para mí es un orgullo tener un hijo como Patricio. Él es muy buen actor, pero más que eso, posee muchas cualidades humanas: es honesto, humilde y no es pretencioso. También estoy orgulloso de mi hija, que reside en México, graduada de Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Yo los quiero mucho.

¿Qué papel desearía que hiciera su hijo?

Patricio hizo a Camilo Cienfuegos. Prepararse para ese papel no fue fácil, porque había que cogerle el tono de voz y la forma de andar, idearlo de un modo honrado, sin exagerarlo. Cualquier papel que haga Patricio me satisfacería mucho.

¿Cómo se siente al cumplir 87 años de edad?

La vida ha sido generosa conmigo, pero también muy dolorosa. Yo era muy apegado a mi esposa y ya no la tengo. Están mis hijos y vecinos que me respetan y me quieren. Lo han demostrado. Eso me ayuda a seguir lo que me queda por vivir.

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