La segunda temporada del concurso televisivo mereció cuatro lauros en el concurso convocado por Uneac

El ya reconocido espacio Bailando en Cuba creó su propia historia a partir de un trabajo conjunto entre el equipo creativo y los públicos.

Pocas veces un espacio, luego de una primera puesta en pantalla con varias incomprensiones, primero puede sortear el obstáculo de la opinión pública y, sin hacer concesiones conceptuales, logra acomodarse a una necesidad visual que el público estaba necesitando.

Con el referente del popular programa Para Bailar, que marcó una época a finales de los setenta e inicios de los años ochenta del pasado siglo, Bailando en Cuba apostó por una nueva visualidad alrededor del baile popular, adentrándose con mayor firmeza en la danza cubana. El reconocimiento popular demoró pero no tanto como para que su equipo creativo, liderado por Manolito Ortega, se diera cuenta de que se podía encontrar un punto común entre propuesta artística e imaginario popular.

Los resultados son fehacientes. Ya se habla de un programa que los cubanos esperan, independientemente de las diferencias generacionales, pues los televidentes se identifican con sus presentadores que, por demás, han demostrado tener aptitudes para el baile.

Se trata de una propuesta basada en el respeto al jurado, porque constantemente este ofrece pruebas de su dominio profesional, al tiempo que logra insertarse como espectáculo en las distintas emisiones. Porque rescata, a partir de arreglos contemporáneos, un repertorio musical cubano no siempre priorizado por los medios.

Además, en un horario estelar de domingo, Bailando en Cuba fomenta la belleza visual no solo a través de la danza sino también de la unión entre especialidades como fotografía, luces, diseño ambiental, vestuario y maquillaje, en función de un espectáculo que se propone ser irrepetible.

Varias de estas especialidades han sido premiadas en la más reciente edición del Concurso Caracol convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Bailando en Cuba alcanzó los lauros en dirección, producción, fotografía y vestuario.

Más más allá de estos aciertos, y a partir del trabajo cohesionado que nació hace dos años, por primera vez se crea una alianza desde la TV hacia el teatro entre dos equipos que idearon el espectáculo Bailando en Cuba 2, la historia no contada. Este fue pensado para cuatro funciones en el Teatro Karl Marx durante junio. Con todas las capacidades vendidas desde su primera emisión, arribó en octubre a su función 23.

Nuevamente el público dijo la última palabra de aceptación. Ambos colectivos lograron fundirse, logrando la comunicación necesaria entre humor y baile. Y los asistentes se sintieron parte de esa confluencia, en tanto muchas de las pinceladas humorísticas, de los ajustes coreográficos y de repertorio se suscitaron en la medida en que el público emitía sus consideraciones, tanto por los medios convencionales como por las redes que el programa mantiene activas, aun cuando no está al aire.

Así continúan creciendo los retos de un espacio que nació bajo el signo de interrogación de muchos y que hoy, sin dejar de ser críticos con la propuesta, han apostado por él, creyendo en el proyecto hasta augurarle larga vida.

En esta comunión de intereses aparecen parejas que el televidente sigue reconociendo en otras formaciones danzarias; es el caso de Carlitos, finalista de la primera edición, y a quien se le aplaude dentro de la compañía Revolution; o Yordano, semifinalista de la segunda temporada, que actualmente integra la compañía Lizt Alfonso Cuban Dance.

Esta va siendo la historia de Bailando en Cuba, un espacio que aún tiene mucho por decir y hacer, solo hay que dejarle tiempo para narre, desde dentro, lo no contado.

 

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