No hace mucho escribí sobre mi compañera de estudios en el Instituto Superior de Arte, sobre mi amiga -o al menos “socia fuerte” y entrañable de muchos años e ilusiones conjuntas-, la formidable actriz Alina Rodríguez.

Recordé cosas y elogié su técnica y su encanto (sobre todo en el teatro, ese olvidado de siempre en los recuentos), a raíz del estreno de la rotunda y merecidamente afortunada película Conducta.

 

Pensé volver sobre los años de su formación, sobre el salto que significó la puesta de En el parque, del ruso Guelman , dirigida por el fundador de nuestra escena contemporánea Vicente Revuelta.

Me creí que hablaría más veces de Alina, que lo haría siempre con el buen pretexto de un premio, un aplauso, una telenovela de moda. Me dije “para la otra menciono otros espectáculos”. Y -ahora que tengo cerca en Madrid a nuestro común Jorge Ferrera, que la dirigió entonces- podría agregar Monólogos de la vagina, esa obra muy puesta en el mundo, que nuestra actriz asumió -con otras también queridas intérpretes- en una repleta Sala Covarrubias del Teatro Nacional.

En cuanto a lo afectivo, esa otra vez que vinculaba en mi desenfadado proyecto al palpitar del trabajo constante incluiría ser más claro en cuanto a su noble influencia sobre los que éramos (en aquel más bien lejano 1976) “los muchachos de Actuación y  los de Teatrología y Dramaturgia”. Sí, pues como siempre le dije a  ella,  a nosotros nos daban ganas de soltarle un piropo -¡qué linda aquella Alina de antes de los 30 y ya sabia, contenta, positiva!-, pero nos miraría como a hermanos menores.

Ahora estoy ante el más terco de los hechos y ofrezco dos recuerdos que la identifican humana y artísticamente.

Alina meses atrás, junto al actor Armando Valdés (Chala, en Conducta), durante el 18 Festival Internacional de Cine de Punta del Este. - See more at: http://www.cubacontemporanea.com/noticias/13010-alina-una-llave-para-el-talento-y-la-amistad#sthash.9wL4Y4eV.dpufEl 31 de diciembre de 1994 fue un momento oscuro para la vida cubana -tal vez el climax de eso que se ha dado en llamar Período especial-, y peculiarmente turbulento en mi vida.

Aunque  por entonces éramos vecinos, nos visitamos pocas veces. Ese atardecer, sin embargo, me vio pasar y me llamó desde lo alto de su balcón en la calle 19 del Vedado. Subí para estar un rato y me fui con el año siguiente muy cerquita. Conocí -entre tragos y risas- a su papá. Su hijo Hugo -con el que cultivó una ejemplar relación familiar y profesional de afecto y colaboración, pero sin paternalismo ni bobería- también estaba por allí. Ese atardecer me enteré o fijé que, antes de conocerla, Alina había estudiado y ejercido la anatomía patológica.

La otra anécdota la pensaba contar ante su protagonismo radiante en Conducta, pero al final la cambié por un párrafo de mi elogio de entonces a su virtuosa caracterización de Lala Fundora, ese gran personaje de Contigo pan y cebolla, de Héctor Quintero.

Ahora vuelve nítida la imagen de aquella función en un teatro Mella repleto y rendido a su gracia, su límpida cadena de acciones, la sinceridad de sus sentimientos. Ya en el camerino la abracé y antes de comentar nada de teatro le hice una pregunta: “Ven acá, preciosa, ¿a ti se te ha extraviado por casualidad una llave?”. Y sí, era de ella aquel llavero de resonancia parisina que me llevé en mi atolondrado bolsillo en lo que -recordando al poeta Nicolás Guillén- había sido una tertulia “en el turbión de los amigos”.

Alina me contó los trabajos que había pasado sin llave y con esos ademanes tan suyos y tan verdaderos la guardó entre el agradecimiento y el regaño. Comencé el elogio de su trabajo pero me detuve enseguida. Era la nuestra una de esas amistades en las que no tiene espacio, como compañera de mesa, ni la sombra de la retórica.

La abracé de nuevo y dos días después apareció el elogio en nuestro periódico de mayor circulación.

Y ahora que Cuba entera y muchos admiradores en otras plazas del mundo la despiden, aseguro que volveré a escribir sobre su magisterio de actriz y siempre me parecerá que su voz y su gesto me convocan para que suba la escalera de la gracia  más natural y el persistente afecto

TOMADO DE CUBACONTEMPORANEA

 

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