Al referirnos a determinados temas que tienen un impacto en el consumo cultural de nuestra sociedad, debemos estudiar qué piensan los públicos al respecto

Son tiempos de construcción y respeto a los consensos que existen. La opinión pública, como factor de peso inestimable en nuestra sociedad, es ciencia, no mera percepción. Por ello, al referirnos a determinados temas que tienen un impacto en el consumo cultural de nuestra sociedad, debemos estudiar qué piensan los públicos al respecto, ya que en última instancia, por mayoría, se impone su razón.

En nuestros medios audiovisuales existen varios proyectos que, con mejores o peores resultados, marcan pautas en la vida cultural de nuestra nación (entendida como constructo psicosocial y no como demarcación territorial). Solo así explicamos cómo incluso nuestros horarios de vida están pautados por determinados productos audiovisuales.

Cito el ejemplo del Noticiero Estelar, cuya banda sonora nos remite automáticamente a un instante del día: las 8:00 p.m. Y ya sea por el simple hecho de consultar el clima, ver resultados del deporte o disfrutar de una crónica bien hecha, lo cierto es que ese noticiero es uno de los espacios líderes de la TV Cubana. Nuestros estudios de audiencia lo avalan así, es el espacio informativo audiovisual más importante que tiene Cuba. Acoto, además, que nuestros estudios en las redes sociales nos han llevado a conclusiones interesantes al respecto. La página de Facebook de Canal Caribe se ha convertido en una de las más visitadas, entre las gestionadas desde el Instituto Cubano de Radio y Televisión (Icrt), desde que iniciaron en estas plataformas digitales las transmisiones en vivo de los noticieros. Dichas visitas corresponden fundamentalmente a usuarios cubanos residentes en otras partes del mundo como Estados Unidos y España. Tal vez por eso Twitter decidió, ante la imposibilidad de competir en contenidos, optar por la censura grotesca y cerrar, no una sino dos veces, la página del canal cubano de noticias en esa red.

Otro tanto sucede con la programación dramatizada. Existen espacios que por su asentamiento en el consumo cultural de nuestra población no necesitan casi promoción. Los policiacos como Tras la Huella o UNO son un ejemplo excelente. Con diferencias notables en cuanto a su estilo de realización, ambos dejan una impronta en el policiaco cubano. Siempre comparados (erróneamente a mi juicio) con clásicos del patio como Día y Noche o En silencio ha tenido que ser, logran con efectividad su objetivo y se posicionan en el índice de audiencia de la televisión en los primeros 3 lugares, semana tras semana.

Pero llegamos al plato principal, la novela cubana. Este año el espacio de la telenovela presentó mejores propuestas que nos condujeron desde la dramaturgia de un guion muy refrescante, como el de Vidas Cruzadas, pasando por otras obras que denotaron esfuerzo, no siempre con buenos resultados, hasta la actual propuesta en pantalla a la que quiero dedicar unas líneas más.

No puedo hablar por lo que no he visto, pero lo que me muestra hasta el momento la novela Entrega es una construcción muy bien hecha y ordenada de historias, personajes y ritmos de exposición. Es una novela que está tratando temas medulares de nuestra sociedad, sin una visión gris. Carente de los estereotipos que abundan en otras producciones y perfilando el trabajo sobre la psicología de algunos de sus roles principales en cuestiones como la racialidad, el maltrato a la mujer y su cosificación, o un asunto tan relevante como el tratamiento de la historia en nuestras escuelas y la educación en valores de nuestros hijos. Resulta loable su trabajo en la deconstrucción de determinados paradigmas y señalo como ejemplo el galán transformado en personaje negativo. Es una obra a tener en cuenta, sin embargo, los públicos mandan. Aun cuando para los especialistas se trate de una obra representativa, su audiencia hasta el momento es similar a la de otras propuestas que han decursado este año, siendo el indicador más interesante por ahora el hecho de que se percibe una inclinación de los públicos hacia la propuesta cubana, en detrimento de la versión carioca del Conde de Montecristo (El otro lado del Paraíso).

Algo similar a lo que sucede con los policiacos se traslada a los humorísticos. En este apartado quiero puntualizar que los proyectos que no generan alta audiencia es por no contar con un estudio objetivo de su público meta. El cubano tiene predisposición a este tipo de audiovisual, ya que culturalmente está arraigado el género en nuestra idiosincrasia, construida en el ajiaco que dio lugar al criollo cubano. Pero cuidado, el humor en Cuba deviene cuestión de sensibilidades que se manifiestan en diversas emociones, a veces polarizadas. Y bien es cierto que el arte tiene mensajes explícitos e implícitos y un coto alto a la interpretación de quien los recibe. Se exige por un segmento de los públicos un humor diseñado para el cubano en Cuba, inteligente y responsable en sus críticas sociales. Los públicos reclaman la risa espontánea, no seguir “em-pujando” la sonrisa ante bocadillos ocasionales.

Y si alguien considera que el humor en nuestro país va solo de eso, se equivoca grandemente. Una propuesta como A otro con ese cuento resulta válida y goza de gran aceptación, aunque no se encuentra en horarios privilegiados. No queda dudas que en este género Vivir del cuento constituye la locomotora al frente de los índices de audiencia. Asentado en un día y horario estelar, este último programa ha transitado por varias fases de evolución y estamos seguros de que la próxima, que no ha de tardar, nos regresará a ese humor fresco, ocurrente y de giros imprevistos con el que inició su derrotero en la TV Cubana.

Para concluir me refiero a un espacio que por su larga data en pantalla ya es un añejo de la programación. 23 y M ha transitado por varias etapas y sufrido, como si fuera un organismo vivo, algunos procesos de adaptación. Refleja de manera general el quehacer de los músicos cubanos. Este espacio gusta a los públicos generales, aunque bien podría plantearse un diseño para un público meta específico. Añade valor a la pantalla pues no solo brinda información, sino que visibiliza a artistas talentosos poco conocidos, la obra de estos e incluso sus percanses para lograr un triunfo.

Bien por el tema que trata o por las caraterísticas del sector artístico sobre el cual se basa 23 y M, este programa genera polémica, y ese es su principal atractivo. Sentar en la misma mesa a dialogar a un sonero y a un amante del rock no parece tarea sencilla. Menos aún cuando es preciso ubicar a algún entrevistado a quien se le debe algún elogio, pero este no puede perder de vista que el elogio principal es el afecto del público, que es quien por consenso lo convierte o no en figura. Tampoco puede desconocer que no hay premios ni reconocimientos para quienes se creen superiores por realizar un trabajo determinado en nuestra sociedad. Los premios son, en todo caso, por demostrar una condición artística relevante en un país donde se cultivan las artes y las letras gracias a un proceso social que ha propiciado tales actividades. Es imposible pensar en el actual desarrollo artístico de Cuba sin pensar en la Revolución, que fue, ante todo, cultural.

En este equilibrio entre figuras y nuevos talentos, juega un rol protagónico Edith Massola, sin lugar a dudas una figura principal de la pantalla cubana, que además se ha ganado el respeto y la admiración de locutores y presentadores por el despliegue que hace en cada emisión de 23 y M. Ha sido para algunos un hada madrina, para otros un martillo que demuele egos. Pero no lo hace desde la posición de poder que le brinda conducir el espacio. Su autoridad está en su obra, que durante décadas ha sido un ejemplo.

Creo que es responsabilidad de todos cuidar la imagen de personas como Edith, ya que ella, tal como muchos otros artistas consagrados, resumen pedazos de la obra audiovisual de nuestros medios. Cierto es que se debe respeto a los públicos, así como a los contenidos que transmitimos. De la misma forma que se debe respeto a quienes consagran su vida a un oficio. En ambos sentidos debe primar un principio: la ética.

Y es precisamente ese elemento el que deben respetar todos los que hacen de la televisión una herramienta de su trabajo. La ética no se refleja solo en las pantallas. Cotidianamente debemos ser partícipes de la construcción de la opinión pública y eso entraña una responsabilidad social. Hoy no solo existen los medios, sino también las redes sociales digitales y si bien tenemos opiniones que queremos expresar, debe considerarse cómo influirán nuestros criterios en la construcción del consenso y la opinión pública.

En Cuba todos tenemos derecho a decir lo que pensamos. Sin embargo, hemos de comunicar en el tono preciso lo que queremos transmitir. La salud de nuestra televisión y el consenso que esta genera a nivel social implica la responsabilidad de todos. Siempre serán bienvenidos la crítica constructiva, el ejemplo fehaciente, el proyecto en pos de satisfacer una necesidad de crecimiento espiritual y social que transversaliza a todos los procesos sociales. Por ello, sirva este texto de elogio al principal crítico de la TV, el respetable público, nuestra razón de ser.

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