Reflexiones sobre una serie, su posicionamiento ante la realidad y el lenguaje audiovisual

Los medios de comunicación audiovisuales lideran en el proceso constructivo de la identidad narrativa de toda sociedad. Con independencia de las transformaciones condicionadas por perspectivas intermediales, la TV continúa siendo privilegiada, pues en ella, filmes, telenovelas, series, otros formatos, patentizan que la industrialización de relatos e imágenes se ha vuelto una cuestión de envergadura antropológica.

¿Cómo hacer televisión en una época en que somos a la vez espectadores, audiencias musicales, lectores, internautas, participantes activos en relatos intertextuales? Guionistas y directores son conscientes que un buen relato es una experiencia emocional llena de sentido, cuando más perfecta es la obra tanto más ausente de ella están las intenciones.

Este precepto lo asumen, en ocasiones, series estadounidenses que se producen y reproducen por diferentes vías desde una perspectiva de la cultura global, la del entretenimiento, esta ocupa el primer plano en las entregas audiovisuales de mayor demanda. Signos y códigos urden tramas simbólicas, discursivas, de acuerdo con grupos que dominan el mercado y establecen su hegemonía.

La diferencia entre una práctica artística y otra es el posicionamiento ante la realidad y el lenguaje, por esto es importante la crítica de la cultura que abarca diferentes campos mediante un enfoque transdisciplinario e incluye aportes de varias disciplinas: la sociología, la filosofía, el psicoanálisis.

Los realizadores estadounidenses aprovechan el juego con los enigmas, la sugerencia polisémica de la imagen, lo seductor de las pasiones, el regodeo del romance, la sublimación del deseo. Asumen cada elemento dramatúrgico desde una función justificada en el relato: las dudas, el perdón, la felicidad, el desarraigo, la muerte.

Lo demuestran en la serie El residente (Multivisión, lunes, miércoles y viernes, 9:15 p.m.). La discusión sobre temas éticos lidera en el núcleo de los relatos estructurados con elementos emocionales bien estudiados que expresan mensajes, los cuales nunca son inocentes. Incluso algunos personajes tipos pretenden “restaurar” una sociedad en crisis.

En tiempos de guerras, violencia, pérdidas, conflictos exacerbados, las series colocan en la pantalla disímiles problemáticas y decisiones trascendentes que de manera hipotética pueden cambiar el rumbo de la existencia.

Para los realizadores mencionados, dramatizar es encontrar el gesto preciso, la iluminación, el encuadre, la correlación de imágenes y sonidos que interioricen el conflicto dramático. Cada temporada intenta definir los límites, las transgresiones, la posibilidad de construir un espacio-tiempo inquietante, espectacular.

En la referida puesta se plantea la certeza de que lo humano continúa siendo un asunto de conductas y aspiraciones. Al unísono, la serie construye dos panoramas simultáneamente: el de la acción y el de la conciencia. Ambos son esenciales para concretar un lenguaje regulado por requisitos de coherencia y conexiones en una modelización del universo real.

Al parecer, los realizadores no dejan margen al error. Involucran luces y sombras de la condición humana, entre otras provocaciones, que hacen reflexionar sobre el deber, la solidaridad, el dar sin esperar nada a cambio. Por esto se requiere del espectador avezado para seguir rutas críticas, una intervención inteligente para pensar en un calidoscopio definido por Marshall McLuhan: “Es una ciudad fantasma poblada de falsas apariencias; la idea, trivial, de engaño, de propaganda, se despliega en claroscuro con bastante poesía y habilidad para que, detrás de las falsas apariencias, asome aquello de lo que delicadamente se trata: la ideología”.

Otro aspecto que de ningún modo debe escapar a la percepción de los públicos es la valía del aporte actoral. Sentimientos, sensorialidades, pautas a seguir, dan vida a los intérpretes en el medio televisual, ese proceso requiere de rigurosos procesos investigativos, talento, magisterio y continuo aprendizaje, solo así se logra la credibilidad de cada histrión.

En eventos y festivales, en los cuales se reflexiona sobre el difícil arte de la verosimilitud en la escena, actores como Enrique Molina, Daysi Granados y Eslinda Núñez han destacado: “aprehender las esencias de un personaje es esencial para que los demás crean en él. Nosotros damos vida a lo escrito por dramaturgos o guionistas, ellos aportan un pensamiento, y nuestra función es llevarlo a la intimidad, en circunstancias dadas”.

Sin duda, los desafíos de ser “otros” en relatos disímiles demandan trabajo, pasión, seriedad, responsabilidad; en esencia: entrega total.

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