La televisión a nivel internacional aprendió muy pronto a detectar la diversidad de sus públicos y sus necesidades de consumo. La ficción siempre estuvo a la vanguardia de las propuestas, creando géneros y formatos para todos los gustos y rangos etarios. En esa intención mercantilista de generar adeptos, el público juvenil se alzaba como el más susceptible a consumir productos con los cuales identificarse, encontrar referentes y zonas de refugio emocional.

Para ellos se produjeron desde siempre dramatizados con un componente aventurero muy cargado: historias de capa y espada, vaqueros y marcianos fueron las delicias de los adolescentes en las primeras décadas de esa televisión fundacional; pero aún quedaban caminos por explorar hacia un formato de serie más sociológico que hurgara con detenimiento en el mundo interior adolescente, que señalara los problemas más acuciantes en estas edades y sus posibles soluciones.

La década de los 70 y los 80 a nivel mundial significó un cambio de rumbo en este sentido. Historias de muchachos en plena pubertad, descubriendo su sexualidad y sus voces, se replicaron en varios países ganando gran popularidad, polémica y atención mediática.

En Cuba, muchas de estas series se pudieron ver, casi siempre con un retraso temporal de más de diez años, pero teniendo el mismo éxito que en sus países de origen. Alternadas mucho tiempo con las aventuras cubanas, que manejaban otra estética, las series extrajeras calaron hondo en los corazones de varias generaciones. La mayoría de los que las disfrutamos encontramos en ellas interesantes caminos de aprendizaje a nivel emocional, y con el tiempo nos indicaron nuevas fórmulas y resquicios estéticos para nuestras propias series.

No somos pocos los que recordamos con cierta nostalgia Degrassi Junior High, aquella serie canadiense de 1987 que seguía las vidas de un grupo de estudiantes de preparatoria. A lo largo de toda la serie se abordaron temas tan puntuales como el bullying, el consumo de estupefacientes, el acoso sexual, el embarazo en la adolescencia, la homofobia, el racismo, las desigualdades económicas, el divorcio, entre otros. Pese a sus incontables retrasmisiones en la televisión, nunca perdimos el interés en el audiovisual por ser, quizás para muchos, el primer acercamiento serio a temas preocupantes en cualquier sociedad.

Degrassi contaba con una factura muy bien cuidada, planos más cinematográficos que televisivos, excelente fotografía y un acertado uso del vestuario y el maquillaje. Tal vez no éramos totalmente conscientes, pero estábamos en presencia de un producto de culto. 

Joy Jeremiah, unos de los personajes más carismáticos de Degrassi Junior High. (Foto: Tomada de internet)

Unos años después disfrutamos de Fama, serie estadounidense, también de los 80, derivada de la exitosa película del mismo nombre. Como en el filme, la serie seguía las desventuras, desvelos, ilusiones y logros de los estudiantes y profesores de una escuela de arte en la ciudad de Nueva York. Cada capítulo nos contaba complejas historias de gran calado emocional y social, acompañadas de hermosas composiciones musicales, virtuosas coreografías y un nivel actoral impresionante.

De Argentina también nos llegaron interesantes series juveniles. Aprender a Volar, Mi familia es un dibujo (la más popular de todas) y Montaña Rusa, se encargaron de mostrarnos, desde diferentes estéticas, las problemáticas de los adolescentes argentinos en un entorno de clase media, con familias bastante idílicas, aunque por momentos intentaran ser disfuncionales. Estas tres series significaron el debut actoral de muchos intérpretes argentinos, que hoy en día gozan de interesantes y exitosas carreras.

Una jovencísima Marcela Kloosterboer como la hermana adolescente de Dibu. (Foto: Tomada de Internet)

En el 2003 una serie española sumamente popular hacía las delicias de nuestros adolescentes, entre música y bailes explosivos. Un Paso Adelante, inspirada ligeramente en Fama, nos introducía en los salones y las habitaciones de la ficticia “Academia de Artes Carmen Arranz”. Allí conocimos a un grupo de esforzados bailarines y cantantes en busca de sus sueños y la fama, aunque para ello tuvieran que saltar brechas éticas y quemar etapas de crecimiento.

Dawson´s Creek (Amigos y Amantes), One Tree Hill (Hermanos Rebeldes) y Felicity, fueron tres series estadounidenses de principios de siglo que demostraron el éxito definitivo del formato. En las tres, los devaneos amorosos de sus protagonistas se llevaban todo el foco de atención, aunque lograban equilibrar sus esencias melodramáticas con temáticas puntuales como la orientación vocacional, la depresión en la adolescencia, las desigualdades económicas, el acoso escolar o la auto aceptación de una orientación sexual.

Fueron estas tres entregas las que nos hicieron mirar con más conciencia el poder comunicacional de las teleseries para adolescentes. Toda una generación de jóvenes cubanos se sintió reflejada en estas historias y personajes, en apariencia distantes a nuestros contextos y realidades; solo en apariencia.

Felicity, una de las teleseries con mejor vuelo estético de principios de los 2000. (Foto: Tomada de Internet)

En el verano del pasado año, el canal Multivisión tuvo el buen tino de transmitir, en su programación especial, la teleserie catalana Merlí. Con tres temporadas originales y un spin-off, la serie nos adentra en la vida de Merlí Bergeron, un estrafalario y mujeriego profesor de Filosofía que, con métodos muy poco ortodoxos, prende en sus estudiantes de preparatoria el amor por su asignatura. Con guiones muy bien estudiados y diálogos sin ningún desperdicio, Merlí motivó en España un interés particular por las ciencias sociales y se alzó como la primera serie en idioma catalán distribuida por plataformas internacionales como Netflix.

Todas estas series, a lo largo de los años, han contribuido al entretenimiento de nuestros jóvenes y también al aprendizaje casi intuitivo de nuevas fórmulas dramatúrgicas y estéticas por parte de realizadores y guionistas. Obviar la influencia de las series extranjeras en el resultado formal que poco a poco han adquirido las nuestras, sería, como mínimo, ingenuo. En el audiovisual nada es totalmente nuevo y las teleseries juveniles cubanas han aprendido a contar y hacerlo bien, gracias, en gran medida, a los referentes que de otras partes del mundo nos han llegado durante décadas.

 

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